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CAPÍTULO 3

ELLAS

Fátima era la menor de las cuatro. Quizás por haber sido la niña mimada, era tan distinta de sus hermanas. En una familia de mujeres devotas, ella había resultado ser la excepción, convirtiéndose en una adolescente agnóstica y feminista.

Para su madre Sara, su pequeña era tan solo una chica rebelde que requería más atención, pero esta no era una opinión compartida por el resto de sus hijas.

La joven poseía un agudo intelecto y avidez cultural, que la hacían un extraño fenómeno entre sus amistades. La costumbre de aislarse durante horas ensimismada en la lectura, le habían causado más de un problema de relacionamiento, por lo que Fátima no era precisamente una chica popular.

A pesar de ser una joven de belleza exótica, raramente aceptaba citas con muchachos. Salía en grupos mixtos, pero prefería la compañía de chicas de su edad.

Sara la excusaba pensando que como su padre había fallecido cuando ella era pequeña, tal vez viera a los hombres como seres extraños o incluso, peligrosos.

Pilar, su hija mayor, la más sensata de las cuatro hermanas, era quien estaba más preocupada por el comportamiento de la menor. Encontraba excéntricas las reacciones de Fátima, especialmente por tratarse de una adolescente de diecinueve años. Tampoco le gustaba el contacto de su hermana con las corrientes feministas que generaban un permanente enfrentamiento entre hombres y mujeres y con ello, producían cada vez más violencia en la sociedad.

Para una mujer pragmática, exitosa arquitecta, que estaba casada y a la espera de su primer hijo, su hermana menor iba por mal camino.

Varias veces había intentado hablar con ella, pero Fátima la evitaba de todas las maneras posibles. Mucho más desde que supo que Pilar estaba embarazada. Parecía que el lazo que antes las unía a través de las charlas sobre artes y ciencias, se había cortado definitivamente entre ellas.

Nada pudo hacer Isabella, la hermana del medio, para unirlas en una charla en familia. Ni siquiera cocinándoles algo rico para compartir una tarde junto al fuego.

La situación en aquel entonces estaba realmente tensa entre las hermanas Pittameglio. Mucho más, desde que la hermana que le seguía en edad a Pilar, se había ido como monja misionera a medio oriente.

Belén era la pacificadora de la familia. Tenía esa extraña virtud de apaciguar a las «fieras» simplemente con una sonrisa. Cada una de sus hijas representaba un tesoro para Sara, pero Belén siempre había sido especial no solamente dentro del seno familiar. Ella era la única que sabía hacer de puente entre personalidades tan diferentes, generando entendimiento y comprensión. Por eso ahora se notaba tanto su ausencia.

Sara también extrañaba mucho a Antonio, su amado esposo y padre de las chicas. La figura masculina y paterna, era indispensable en esa familia de cinco mujeres y ella hacía demasiado tiempo que estaba sola al cuidado de sus hijas.

En esas reflexiones se encontraba como madre, cuando el grito de Isabella se escuchó desde la cocina.

—¡Mamá! ¡Fátima! ¡Vengan! ¡Por favor, vengan ahora!

Las dos acudieron rápidamente al llamado y entonces lo vieron.

En las noticias mostraban la explosión de una iglesia católica en las afueras de Palmira, en Siria. Niños, hombres y mujeres, yacían en una masa inerte y confusa. El causante del desastre, según decía el informativo local, había sido un grupo terrorista perteneciente al Estado Islámico, que incendió la iglesia durante la misa y tomaron rehenes entre los sobrevivientes. Para desesperación de todas, aquella tragedia había ocurrido en la congregación de misioneras a la que había sido asignada Belén.

El horror hizo que madre e hijas se abrazaran como si con ello pudieran salvar una vida. Sara se cubrió el rostro con las manos, no podía ni quería ver más de todo aquello.

Isabella se puso a llorar abiertamente y Fátima quedó inmóvil, con la mirada perdida en sus propios pensamientos y sin pronunciar palabra. Le había advertido varias veces a su hermana Belén, que eso de ser misionera no iba a traer nada bueno a su vida. Esa religión retrógrada, solamente iba a utilizarla para sus propios fines y lamentablemente este era el resultado.

Instantes después, se sintió un ruido de llaves en la puerta de entrada. Tras él, la voz de Pilar preguntaba por su madre desde el zaguán.

Las tres mujeres esperaron a que cruzara la sala con temor a contarle lo sucedido.

—¡Mamá! ¿Qué sucede? —preguntó Pilar al ver sus rostros pálidos.

Sara le pidió a su hija que se sentara, en lo avanzado de su embarazo no era bueno que se alterara. Además, tampoco sabía cómo contarle una noticia tan trágica sin tener verdadera certeza de lo sucedido. Sara e Isabella buscaban las palabras más adecuadas para contarle la noticia, pero fue Fátima quien en forma tajante dijo a su hermana cuál era la situación.

—Pilar, es por Belén. No sabemos si está viva o muerta. En la televisión mostraron un ataque de grupos terroristas del Estado Islámico, a la iglesia donde ella estaba de misión en Siria. Ha habido decenas de muertos y se han tomado varios prisioneros, pero aún no se sabe si fueron todos ejecutados o qué han hecho con los sobrevivientes.

Los ojos de Fátima brillaban como estrellas frías mientras relataba los hechos, pero las lágrimas se resistían a caer. Pilar quedó lívida, solamente atinó a sentarse en la silla más próxima y a abrazarse fuerte de su madre. El práctico cerebro de la mayor de las hermanas Pittameglio, buscaba la manera de procesar aquella situación. Sin más palabras, todas buscaron confortarse en un único abrazo. Mientras tanto, en la pantalla del televisor, el horror de la guerra continuaba como telón de fondo de esa íntima tragedia familiar.

Las rosas del apocalipsis

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