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ОглавлениеCAPÍTULO 15
ESTERE
Tell Abyad era una localidad pequeña que había sido reconquistada por los kurdos de las manos terroristas. Si bien era relativamente poco poblada, Belén no sabía por dónde empezar para dar con el paradero de la madre de Tarik y cumplir su promesa con el guerrero musulmán.
La ciudad estaba destruida como todo lugar por donde pasaba el ejército del Estado Islámico. Esos hombres de negro reeditaban la leyenda del bárbaro Atila, de quien se decía que por donde pasaba su caballo no volvía a crecer la hierba. Tal era la capacidad de destrucción de esos feroces mercenarios.
Finalmente, Belén decidió acercarse a preguntar en lo que parecía un centro de información para refugiados.
Haciendo los mayores esfuerzos idiomáticos, se presentó esta vez como la esposa de Tarik Guala, que deseaba encontrar a su suegra pues tenía un importante recado para ella.
Quien la atendió era una suerte de funcionario administrativo que se mostró visiblemente sorprendido al escuchar el apellido que ella había mencionado. Le dijo que esperara allí unos minutos, pues él no conocía a esa persona directamente, pero había alguien que tal vez la podía ayudar.
El tiempo pasaba y Belén comenzó a ponerse nerviosa. Tener que seguir mintiendo era algo que ya se estaba volviendo parte de su vida y verdaderamente le atormentaba. Repentinamente, una muchacha con atuendo militar y rubios cabellos rizados, se le acercó con cara poco amistosa.
—Mi nombre es Befrin Guala, hermana de Tarik. No tengo noticia de que mi hermano se haya casado en ningún momento. Así que si valora su vida, dígame ya mismo quién es usted y qué está haciendo aquí —terminó de decir la mujer guerrera, sacando un arma y apuntándole directamente al pecho.
—¡Espera! —exclamó Belén—. Te pido disculpas, no soy esposa de Tarik, pero fue lo que él me sugirió que dijera para protegerme de los peligros que corren las mujeres que viajan solas por estas tierras.
Befrin no dejaba de apuntarle sin pestañear.
—Tu hermano me dio esta carta. Dijo la extranjera extendiéndole el sobre de cuero que tenía en la mano—. Me pidió que se la entregara directamente a tu madre. Pero pienso que dadas las circunstancias, contigo será lo mismo.
Befrin tomó el sobre que pareció reconocer inmediatamente. No obstante, antes de abrirlo, le indicó con un gesto que se sentara en uno de los bancos de la improvisada oficina. Mientras tanto, la guerrera leía la carta mirándola por el rabillo del ojo.
La nota aparentemente era breve pero poderosa, pues acto seguido la expresión de la joven cambió por completo.
Entonces le pidió amablemente que la acompañara.
—Ven conmigo. Iremos donde mi madre. Será mejor que le entregues esta carta tú misma con el sobre que traes. Ella te ayudará.
Belén asintió. Nuevamente debía hacer acto de fe en personas desconocidas, pero no le quedaba alternativa.
Caminaron durante varios minutos entre casas semidestruidas, calles sucias y veredas rotas. Hasta que en un lugar apartado, sobre un pequeño montículo, encontraron una choza de paja y adobe donde Befrin pidió que la esperase en la puerta.
Al cabo de unos minutos, una mujer de cabello cano y piel curtida por el sol, extendía las manos en alabanza y se arrodillaba besando sus pies frente al absoluto desconcierto de la religiosa.
—Soy Estere Guala, la madre de Tarik —se presentó —. Por años he rogado por el alma de mi hijo, para que recapacitara acerca del camino que había tomado y se diera cuenta de la locura que estaba cometiendo al unirse al ejército del Estado Islámico. No hubo forma de hacerle comprender en aquel entonces, el infierno en el que iba a convertir su vida. No sé qué has hecho para abrir sus ojos y su corazón extranjera, pero lo que haya sido te lo agradezco infinitamente. Has salvado el espíritu de mi hijo y ahora sé que donde quiera que esté, ha regresado a casa.
Belén seguía estupefacta. Sus ojos se encontraron con la agradecida mirada de una madre, que creía ver en ella a una salvadora.
«Nada más alejado», pensó para sí misma. Era Tarik quien le había salvado la vida y brindado lo que tenía a su alcance, para que pudiera escapar de una muerte segura.
—Estere —replicó Belén—, no tiene nada que agradecerme. No tengo idea qué fue lo que su hijo le contó en esa carta, pero si algo lo ha transformado, le aseguro que no he sido yo, sino Dios —concluyó la religiosa.
Ambas mujeres se abrazaron frente a la mirada atónita de Befrin, que no alcanzaba a comprender la magnitud del milagro.
—Quédate en mi casa —le rogó Estere—. Ésta es también tu morada hasta que quieras permanecer en Tell Abyad.
—Muchas gracias—contestó Belén, todavía sorprendida—. Agradezco enormemente su hospitalidad y reconozco la bondad en su alma, pero aún debo continuar con mi promesa para con su hijo. Él también quería entregar un presente para la que era su prometida. ¿Sabe Ud. dónde podría encontrarla?
—Nuestra querida Aisha hace unos meses ha partido con la Peshmerga kurda, que está acampando en las afueras de Kobane. Según las últimas noticias, está desempeñando una excelente labor allí como enfermera y ahora también como militar. Ella es una joven muy inteligente, ha recibido una excelente educación en los mejores colegios de Inglaterra —informó Estere, quien sin duda, hubiera estado orgullosa de poder tener una nuera así.
—Su familia es muy rica, pero han hecho todo lo que tienen trabajando duramente. Su padre era muy amigo de mi difunto esposo. Siendo aún jóvenes ambos lucharon en la misma guerra, en la que falleció mi querido Abdulá—continuó Estere —. Quizás por eso, nuestros hijos están comprometidos desde tan pequeños. No obstante, a partir de que Tarik se enroló en el ejército del Estado Islámico hace cuatro años, Aisha y él dejaron de verse. Mi hijo pensó que entrar en la milicia era la única manera de hacer algo de fortuna y poder ofrecerle un futuro a su prometida. Por eso imagino lo que está sufriendo con lo que le toca vivir a diario. Tú has sido una enviada de los ángeles para hacerle ver la luz y cambiar sus pensamientos.
—No lo sé, Estere, Dios tiene extraños designios para todos nosotros. Lo importante es que Tarik está arrepentido y hay una nueva oportunidad para quienes lo hacen de corazón y abandonan el camino errado. Nuestro Dios es el Dios de la esperanza.
—El nuestro también lo es—terció Befrin —. Nosotras somos sufíes, la rama mística del islam, que se emparenta con el cristianismo antiguo de tu religión y la rama armenia de nuestra familia.
—¿Cómo sabes cuál es mi religión? —se sorprendió Belén, pensando que estaba siendo demasiado obvia a pesar de su disfraz de musulmana.
—Lo decía Tarik en su carta, no te preocupes, querida—la tranquilizó Estere—. Con nosotras estás segura.
—Eres muy valiente en haber viajado sola hasta aquí— agregó Befrin, a quien ya le caía bien aquella religiosa extranjera.
—Es cierto —confirmó Estere—. Una mujer enfrentando todos los peligros de estas tierras… es en verdad un milagro que hayas podido llegar con vida hasta nuestra casa.
—Supongo que estarás cansada y querrás alimentarte y refrescarte—propuso Befrin —. Mañana hablaremos de los planes para encontrar a Aisha y el viaje hacia las afueras de Kobane.
—Ahora es tarde, ve a dejar tus cosas —insistió Estere—. Ponte cómoda y si quieres descansa en mi cama —invitó aquella madre amorosa, que tanto le hacía recordar a la suya propia.
La religiosa aceptó y por primera vez luego de varias semanas, sintió que podía descansar segura y en paz. Por fin había encontrado el calor de un hogar, aunque fuera en un sitio lejano y desconocido.