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CAPÍTULO 4

DOS MUNDOS

Cansado de caminar y angustiado por sus propios pensamientos, Tarik decidió buscar un lugar donde sentarse y descansar por un momento. Sin darse cuenta, sus pasos lo habían llevado de regreso hacia las ruinas de la pequeña iglesia que esa mañana habían dinamitado. Al percatarse, el corazón le dio un vuelco, pero algo más fuerte lo llevó a ingresar entre los escombros de lo que fuera la capilla, quizás para pedir perdón en silencio.

Entró con sigilo entre las piedras y vigas de madera, pero al instante se percató que no estaba solo en aquel lugar. Alguien lloraba ante los restos del antiguo altar.

Su curiosidad le hizo acercarse un poco más y entonces la vio. Una mujer se hamacaba al son de la tristeza sobre el cuerpo sin vida de un niño, apretando con fuerza una medalla. Tarik decidió que lo mejor era irse sin que ella lo viera, pero al hacerlo, se cruzó con la mirada clara de la joven, que advirtió por su vestimenta, se trataba de una religiosa católica.

Seguramente, pertenecería a la congregación de la iglesia que su grupo había quemado sin compasión esa mañana.

Se llenó de vergüenza, no sabía qué decir, pero ambos se habían quedado mirando como si lo supieran todo. Entonces ella le habló en un árabe rudimentario:

—Me llamo Belén —le dijo—. Fui a la ciudad a comprar alimentos para la cena y por cosas de Dios, no pude llegar a tiempo para estar presente en la misa. Realmente hubiera preferido nunca haber visto lo que vieron mis ojos al llegar —terminó de decir con lágrimas resbalando por sus mejillas.

El guerrero bajó la mirada y finalmente solo alcanzó a responder:

—Mi nombre es Tarik, he estado esta mañana durante la quema de la iglesia. Pero no tienes nada que temer, no te haré daño, lo juro por el mismo Alá que hoy mandó matar a tus hermanos infieles.

Belén dio un paso hacia atrás como llevada por una fuerza sobrenatural. ¿Entonces ese hombre era uno de aquellos monstruos? ¿Uno de esos desalmados capaces de matar inocentes que escuchaban la palabra de Dios?

No había nada que hablar con aquella bestia, solo tenía que huir lo más lejos posible y así lo hizo. Salió corriendo todo lo rápido que le permitieron sus piernas y las vestiduras. Pero Tarik fue tras ella y sin mayor esfuerzo la alcanzó sujetándola por los hombros. La religiosa gritó como un animal herido, pero Tarik le tapó la boca con una mano y la obligó a callar susurrándole al oído:

—Si no te callas estarás muerta. No soy yo quien te matará, pero no te quepa duda de que si en el campamento te escuchan y llegan a saber que ha quedado algún sobreviviente, vendrán por ti y te buscarán hasta en las entrañas de la Tierra. Te aseguro que no te gustará el destino que han tenido esta noche tus hermanas, puedes confiar en mí o rogarle a tu Dios por tu cuerpo y alma.

Las palabras de aquel hombre sonaban verdaderas, pero el temor que sentía era igualmente poderoso. Sin embargo, Belén entendió que gritar en ese momento solo empeoraría las cosas. Conocía lo que sucedía con las prisioneras católicas y los terroristas del Estado Islámico. Se le helaba la sangre de solo pensarlo.

Por fin decidió confiar, aunque fuera difícil de aceptar, ese hombre enemigo, parecía ser su única alternativa de permanecer con vida.

—Está bien, no gritaré, puedes soltarme —dijo sollozante.

—Muy bien, mejor para ti y también para mí. Tal vez no lo creas, pero ya no soporto más el peso de las almas que se han ido entre mis manos. No quiero seguir derramando sangre esta noche. Conmigo estás a salvo —replicó ese hombre joven, demasiado serio para su edad.

Los dos se miraron con desconfianza pero al mismo tiempo con un extraño sentimiento de piedad.

—Mira, extranjera —agregó él súbitamente—, no te conozco, no sé nada de ti y no quiero saber nada sobre tu vida, pero he visto ya demasiadas muertes y cosas terribles en estos días. Así que te propongo algo, que haré más por mí que por ti. Te traeré comida y armarás un atado con tus pertenencias para irte de aquí esta misma noche. Vete hacia el norte, hasta la frontera con Turquía e intenta llegar a Europa desde allí. Esa es tu única posibilidad de sobrevivir. ¿Me has comprendido?

Belén no salía del asombro, simplemente miraba como hipnotizada a ese hombre de piel moruna y ojos oscuros, intentando adivinar sus intenciones.

Viendo el horror en la mirada de la joven, Tarik decidió hacerla enterar en razones.

—¿De dónde eres? ¿Por qué has llegado hasta aquí? —preguntó el musulmán, encendiendo lentamente un cigarrillo.

—Soy uruguaya —respondió la religiosa—. Pero he sido enviada en misión especial desde Roma.

—¿Una misión católica aquí? ¿Para qué? —cuestionó él sin comprender por qué una religión, mandaría a un grupo de mujeres hacia una muerte segura.

—Nuestra fe es una fe de obras y ayudar a los refugiados cristianos en Siria, era el sentido de mi vida hasta ahora. —expuso ella, relatando su misión.

Tarik no tenía idea dónde quedaba el país de origen de la joven, ni tampoco conocía cuáles eran las bases de su fe, pero prefirió no preguntar nada más. Le daba vergüenza poseer escasa formación. En su familia nadie había podido brindarle buenos estudios y quizás por eso, la guerra había sido su única alternativa.

Por otra parte, a pesar de lo extraño de la situación y de la reacción inicial de la religiosa, lo que llamaba poderosamente su atención era ese halo de bondad que envolvía a la joven y eso lo incomodaba.

—Bien —dijo el guerrero sin más comentarios—, espérame aquí junto a estas ruinas y ve juntando tus cosas. Intentaré traer víveres y algún medio de transporte para que puedas movilizarte. Tienes pocas posibilidades de sobrevivir, pero en esta ciudad tomada por nuestro ejército ya no te queda ninguna.

Belén no contestó. Su deber era estar en ese lugar con la congregación de las agustinas, pero comprendió que tal vez, Dios estuviera hablándole a través de ese hombre, para que fuera a cumplir sus objetivos en otros lugares. Debía preservar su vida para continuar con la tarea que tenía encomendada. Algo en su interior le decía que podía confiar en el desconocido, aunque las apariencias indicaran todo lo contrario.

Aguardó cerca de dos horas a su regreso. Ya casi había desistido cuando divisó a lo lejos una figura montada en una vieja motocicleta con un par de alforjas a cada lado.

—Esto es todo lo que pude conseguir para ti —anunció Tarik bajando del vehículo—. Aquí tienes víveres y agua para dos semanas aproximadamente. Esto otro es un hiyab —agregó sacando del bolso un pañuelo negro—. El mismo atuendo que usan nuestras mujeres para salir de sus casas. Tienes que cubrir tu cabeza y tapar tus ojos con estos lentes oscuros y debes intentar, sobre todo, que nadie vea tus cabellos. Son de un color exótico en estas tierras y llamarías mucho la atención. En todo momento debes fingir que tu marido está cerca y vendrá a buscarte. ¿Me has entendido? Es importante que viajes en lo posible acompañada por otras mujeres e intenta siempre dirigirte hacia el norte —le explicó ese hombre extraño, señalando una estrella—. No te detengas hasta llegar a la ciudad de Tell Abyad cercana a la frontera con Turquía. ¿Comprendes?

—Sí, entiendo —alcanzó a responder Belén con un hilo de voz.

—Allí pregunta por la familia de Tarik Guala y cuando encuentres a mi madre, entrégale este sobre de cuero que grabé cuando era niño con mi nombre. Así sabrá que vas de mi parte. Dentro contiene una carta, ella podrá ayudarte.

Belén asintió todavía con temor, pero confiando en lo que parecía ser su única alternativa de supervivencia.

—También debo pedirte un favor personal, extranjera. —Dijo Tarik sacando una pequeña bolsa de terciopelo azul—. Lleva este regalo a mi prometida. Su nombre es Aisha Amin Bigdabi, mi madre sabrá cómo hacer para encontrarla. Es importante que cuides esto que te entrego. Se trata de un objeto muy delicado que ni siquiera mi propia madre debe abrir para verlo. ¿Entiendes?

—Comprendo —repitió Belén—. No te preocupes, me has ayudado y tienes mi palabra de que haré todo lo posible para retribuir tus favores. No sé por qué haces todo esto, pero rogaré a Dios por el bien de tu alma. Que la paz sea contigo, Tarik Guala —Deseó la chica de ojos transparentes como el agua de un oasis.

—Salam aleikum, extranjera —replicó él, entrecerrando los ojos más negros que ella hubiera visto en su vida.

Las rosas del apocalipsis

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