Читать книгу Tiempos felices - Felipe Corrochano Figueira - Страница 18
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ОглавлениеAjeno a lo que estaba sucediendo en el centro social para mayores, Sebastian Gifterberg había emprendido su huida hacia ninguna parte comprando en la estación un billete en el primer tren que saliera, bajándose después en la primera estación que considerara lo suficientemente alejada de la ciudad como para perderse por el primer sendero que encontrara. Solo llevaba una mochila con lo más básico y, puesto que preveía acabar en mitad del campo, de camino a la estación había comprado una tienda de campaña y un móvil de segunda mano por si acaso debía utilizarlo en caso de emergencia.
Caminó durante varios kilómetros a través de un sendero abierto, cuyo paisaje resultaba demasiado monótono. Apenas unos cuantos setos y un par de árboles suavizaban algo el agreste terreno. Esa circunstancia facilitaba el hecho de que Gif avanzara con paso lento, sumergido en sus pensamientos y sin llevar un rumbo fijo. No importaba ni el dónde ni el cómo; lo único que quería era alejarse. Y cuanto más se alejaba, menos sentido le daba a su vida. De hecho, había llegado a preguntarse por qué narices estaba en aquel lugar con una mochila a la espalda y caminando por el campo para tratar de calmar su agitado espíritu. Podía ser muy romántico, pero también poco inteligente. Su espíritu podía encontrar el sosiego anhelado en una montaña, cerca de un riachuelo o contemplando un atardecer desde la cima de alguna colina, pero cuando volviera a su casa —o, mejor dicho, a su piso compartido con un admirador de Kurt Cobain y un jodido cazador de pokémones— probablemente su espíritu, o lo que quedara de él, volvería a gritar histérico y a querer estrangular a medio mundo.
No, las expectativas de futuro no eran muy buenas, como tampoco lo eran las expectativas más cercanas en el tiempo. Con una carrera de Periodismo recién terminada y la remota posibilidad de que pudiera encontrar trabajo en algún medio de comunicación en el que dedicarse a vivir de lo que realmente le apasionaba, sus esperanzas laborales pasaban por una especie de túnel oscuro, en cuyo final le aguardaba una realidad tan difusa como desalentadora. Se veía a sí mismo trabajando doce horas en distintos empleos para conseguir reunir un salario global medianamente digno. E imaginarse en una situación en la cual solo pudiera gozar de una o dos horas libres al día le agobiaba hasta el extremo de tener que hacer un alto en su caminata para coger aire.
Pero si el aspecto laboral no era nada halagüeño, el familiar lo era aún menos. Y no digamos ya el amoroso. De su familia no podía esperar grandes noticias. Tenían tantas deudas que primero su padre y después su madre habían decidido tratar de combatirlas juntos, dándose chapuzones en el alcohol.
—Ya sé que las penas siempre flotan, hijo —le dijo un día su padre cuando lo descubrió con una botella de whisky escocés en la mano—, pero eso mismo decían del Titanic y mira dónde acabó. Por lo menos así flotamos junto a ellas.
No fue el mejor modo de justificarse, pero a tenor de su propia experiencia debía reconocer que no le faltaba razón. Dicha lógica también podía ser aplicable a la felicidad. Nada flotaba eternamente, ni las desgracias ni las alegrías. Gif trató de animarse con este pensamiento; sin embargo, de pronto apareció el rostro de su reciente exnovia y todo volvió a oscurecerse. ¿Qué era aquello que le había dicho horas antes? Algo sobre su escasa valentía para enfrentarse a la vida, algo sobre… Ah, sí, sobre su habilidad para culpar al mundo de todos sus males. Bien, ¿y qué había de malo en echarle la culpa a una sociedad que le estaba haciendo la vida imposible? ¿O es que acaso tenía él la culpa de no encontrar un trabajo donde pudiera tener un sueldo decente? Claro, para ella era muy fácil hablar siendo una de esas niñas consentidas a quienes sus papis les compraban todos sus caprichitos. Por eso quería un novio que cubriera sus frívolas necesidades.
—Tú lo que eres es un soplapollas. —Había sido una de sus últimas frases, con un argumento poco desarrollado, por otra parte. Sin embargo, él tenía una imagen bien distinta de sí mismo, algo más cercana a la del ingenuo soñador o al soñador medio idiota. Ambas opciones eran posibles y hasta resultaban compatibles.
Gif le dio una patada a una piedra, intentando sacar la rabia acumulada. Luego echó un vistazo al GPS de su móvil para saber dónde se encontraba. En ninguna parte, cerca de nada y alejado de todo. No era un lugar propiamente dicho, pero al menos ya estaba situado donde quería. Desde ahí podía llegar a cualquier sitio, de eso no cabía duda.
Antes de reanudar la marcha sintió curiosidad por saber qué andaban diciendo sus amigos en las redes sociales. Tal vez su repentina desaparición fuese el tema principal de las conversaciones.
—Muy interesante —dijo Gif hablando consigo mismo al ver que nadie lo mencionaba—. Pues que os den por el culo.
Después se guardó el móvil en el bolsillo y prosiguió su lento avance, abrumado por el peso de sus innumerables tribulaciones.