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A Gif, en cambio, le era indiferente la senda que pudiera estar llevando. Había dejado atrás un río y se había cruzado con un pastor que tuvo la amabilidad de saludarle desde la distancia, bastón en mano, y a quien Gif no correspondió por creer que estaba llamando a alguna de sus ovejas. Luego se encontró con una mujer que iba montada en bici y a la que preguntó por un restaurante cercano. Aunque no tenía hambre, era costumbre de las personas comer a esa hora y, a pesar de todo, él seguía sintiéndose una persona. Así que continuó andando casi sin levantar la mirada del suelo, sumido siempre en sus repetitivas reflexiones. El restaurante apareció ante Gif casi sin que este se hubiese dado cuenta. A primera vista, el lugar carecía de entusiasmo, como el Camarero que le atendió, quien parecía tan poco ilusionado con su trabajo como él por la vida. Minutos después la comida que le habían servido carecía también de entusiasmo y, en general, a ojos de Gif todo tenía el mismo entusiasmo que un día lluvioso.

Tras comer con desgana volvió a emprender una caminata aburrida, donde los caminos se alargaban interminablemente por paisajes que no tenían ningún interés visual. Eso de que caminar suavizaba el desánimo era, según su particular experiencia, una completa tontería. De hecho, cada vez que hacía un alto para descansar y pegar un trago de agua su mente recorría una distancia mucho mayor de la que habían recorrido sus piernas, lo cual acababa cansándole aún más. Si bien, al contrario de lo que sucedía con el terreno que dejaba atrás, su cabeza siempre regresaba al mismo sitio, un sitio cuyo escenario era gris, mortecino y carente de cualquier atisbo de esperanza.

Gif se sentía cada vez más triste, cada vez más desanimado e incomprensiblemente atascado en un pensamiento rígido que no lograba ablandar. Sabía que no debía pasar tanto tiempo sumido en esos oscuros pensamientos, pero también sabía que eso era muy fácil decirlo. Mientras sacudía una de sus botas para librarse de alguna piedrecita molesta, allí, sentado sobre unos troncos recién talados y amontonados al borde del camino, volvió a preguntarse una vez más qué podía hacer con su vida. Se suponía que el futuro era eso hacia lo que la gente se dirigía desde la solidez de un presente que no extendía sus tentáculos de forma amenazante. Para Gif dicho presente podía ser representado por un trapecista suspendido a quince metros de altura y que atravesaba un cable metálico sin que ninguna red le protegiera de una posible caída. Un movimiento en falso, cualquier gesto no calculado y se precipitaría al vacío sin remisión.

El rostro de Gif hizo una mueca de desagrado al imaginarse al trapecista aplastado en el suelo rodeado de un charco de sangre. Después trató de borrar esa imagen de su mente, echándole un vistazo al mapa que llevaba en la mochila. Intentó localizar el punto exacto donde debería de encontrarse. Levantó la vista y se fijó en una colina que había a su derecha, la cual usó como referencia. Después observó el resto del entorno para hacerse una idea de la distancia que había recorrido desde el restaurante. Fue entonces cuando recordó el menú que había pedido y se preguntó en qué narices estaba pensando para probar aquella sopa insulsa de primero, aquel filete más pasado que la suela de sus botas, acompañado de unas patatas asadas tan crudas como las rebanadas de pan que, afortunadamente, no había querido probar ante el temor de que se le quedaran incrustadas en la garganta y, para rematar una más que probable indigestión, la especialidad de la casa como postre, una tarta de la abuela que lo convenció de que dicha abuela debía de llevar mucho tiempo muerta, tal vez enterrada junto a su propia receta.

En cualquier caso, Gif tenía la certeza de estar siguiendo la ruta indicada. A su izquierda, un terraplén imposibilitaba cualquier tentativa de avance. El camino solo podía continuar en línea recta, siguiendo el curso que había llevado hasta el momento. El problema era que unos cuantos kilómetros más allá aquel camino parecía dividirse en dos para bordear una finca privada, cuyas dimensiones se antojaban demasiado amplias para recorrerlas antes de que acabara el día, lo que le obligaría a tener que pasar la noche a la intemperie. No sería un problema. Llevaba el equipamiento necesario y sabía levantar una tienda de campaña con relativa facilidad. Sin embargo, se sentía sucio. Había sudado lo suficiente como para que llegara a molestarle su propio olor, así que prefería encontrar un lugar para poder ducharse y cambiarse de ropa, aunque fuese una pensión de mala muerte. Si quería llegar al pueblo más cercano antes del anochecer, debía aligerar el paso. De modo que metió el mapa en la mochila, se la echó a la espalda y se calzó las botas. De todas formas, Gif pensó en que, si llegaba apurado de tiempo, al llegar a la intersección del camino siempre podía optar por atravesar la finca privada, a no ser que viera algún cartel que anunciara la presencia de un coto de caza en el terreno o que el terreno no fuese propicio para hacerlo andando.

Ya improvisaría algo llegado a ese punto.

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