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La visión que Katy Etxegarai tenía del asunto era bien distinta. Aunque el día había empezado mal para ella con el anuncio de la aprobación para reformar la ley que más le preocupaba, lo cierto era que las cosas estaban empezando a cambiar favorablemente. Su marido no tendría más remedio que ponerse las pilas si no quería verse en medio de un escándalo a nivel nacional. Él era la pieza fundamental para comenzar un contraataque. Porque Katy estaba convencida de que tarde o temprano lograría derribar la reforma de esa ley. La batalla no había hecho más que empezar.

Lo primero que hizo cuando llegó a su despacho, aparte de tener que ignorar el intento de algún periodista para conseguir una declaración, fue copiar las fotos de su móvil y pasarlas al ordenador. Sabía que su marido era capaz de hacer cualquier cosa con tal de que nada ni nadie pusieran en peligro su escaño parlamentario, incluida la opción de llegar a contratar a un sicario para intentar recuperar las fotos. Sin embargo, aunque se podía esperar cualquier cosa de Sigfrido, era probable que no llegara hasta ese extremo, pues significaba atraer demasiados focos hacia su vida privada y tal cosa nunca era buena para un político, sobre todo si se trataba de alguien que empezaba a sonar para ocupar un alto cargo dentro de su propio partido.

No, su marido no se jugaría tanto a cambio de hacerle daño a ella. De hecho, la garantía para sentirse más o menos a salvo era precisamente la importancia que Sigfrido del Río y Villescas tenía dentro del mundo de la política. Aunque tampoco había que exagerar. Si su marido recapacitaba y lograba ver las cosas con algo de perspectiva, se daría cuenta de que en el fondo solo trataba de ayudarle, de aportar mayor ambición a sus expectativas generales. Porque las fotos en sí no equivalían a hacerle un chantaje, dado que no tenía ninguna intención de pedirle una fortuna a cambio. Afortunadamente, Katy no dependía de él para poder vivir de una manera desahogada. Tenía un buen sueldo como directora de la asociación y, al igual que Sigfrido, ella solo estaba luchando para conservar su sillón. Del mismo modo que el éxito de la asociación era también el suyo, el fracaso la señalaba a ella directamente. Por eso, más allá del trasfondo ideológico tras su defensa a ultranza contra el aborto, no era menos cierto que el hecho de que la reforma hubiese salido adelante perjudicaba sus intereses personales de una forma notable. Conseguir mayor implicación en Sigfrido era el primer paso, así que, tras copiar las fotos en el ordenador y hacer de paso otra copia más en un pendrive, avisó a su secretaria de que estaría ausente unos días para reflexionar sobre su continuidad en el cargo. Era lo mejor que podía hacer en aquel momento para ganar tiempo. Dejar caer su dimisión obligaría a los que sin duda habían empezado a señalarla a tener que esperar para abalanzarse sobre ella. Si su plan salía bien, sería Katy Etxegarai quien conseguiría dar un golpe de efecto.

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