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V. Conclusiones

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A lo largo del texto se ha examinado la transición ecológica en el ámbito rural, lo que de por sí, ya relaciona problemáticas de complejo tratamiento como es, por un lado, los núcleos rurales con la necesaria lucha contra la despoblación, la industrialización del campo mediante la implantación de centrales de producción de energía renovable (solar y eólica) y, por otro, la transición energética, que engloba actuaciones diversas tales como el combate contra el cambio climático, la erosión del suelo, la pérdida de biodiversidad y la implementación de energías renovables. Tal transición se sustenta sobre varias coordenadas entre las que he destacado el desarrollo rural, el enfoque de género, la inclusión, la sostenibilidad y el desarrollo. Tal transición sólo puede llevarse a cabo a partir de estrategias y regulaciones que incorporen el principio y el valor de lo justo, como una exigencia que irradia sus efectos sobre todo el proceso de cambio que se está operando. Pasar a una economía verde sin perjudicar a los trabajadores e impulsando el empleo femenino en este nuevo contexto. La consecución de la igualdad real y efectiva requiere de medidas legislativas y planes de actuación desde diversas vertientes (educativa, comunicativa, laboral, social, fiscal, y tantas otras). Todo ello nos lleva a exponer dos conclusiones principales que, de nuevo, dejan patente la exigencia de actuaciones de cara al futuro.

PRIMERA. La articulación de una relación equilibrada entre la conservación de los recursos naturales frente a los efectos negativos de la industrialización parece estar en vías de encontrar un camino por el que ir avanzando en un proceso que lleva aparejados unas transformaciones sustanciales. La transición ecológica, que abarca toda una agenda de mudanzas en el ámbito de la energía, de las comunicaciones, del transporte, de la construcción, del empleo, de la vida urbana y del desarrollo rural, entre otros, ha irrumpido en la vida de los distintos agentes. Va mucho más allá de unas consecuencias económicas e industriales y, además de intentar compaginar la garantía del empleo a medio y largo plazo con una transición ecológica sostenible, se presenta como una revolución cultural. Desafío difícil y más aún en el mundo rural. Entre este conjunto de Planes, Informes, nuevas Leyes reguladoras, reparto de fondos (europeos, nacionales y locales), Estrategias de Transición y Convenios de Transición Justa, no debe perderse la clave humanista que debe impregnar todo este proceso de cambio. El ser humano, la otredad, un pensar ecológico, lo justo, deben ser coordenadas que se tomen en consideración, de manera que la modernización tecnocrática no oculte ni impida el progreso de la humanidad. No existe una perspectiva única sino una complementariedad de los opuestos. El ser humano ha entendido que no basta con un “tener” (agua, aire, ozono) sino que se trata de “nuestro ser”, y hay que cuidar y vivir “con” y “en” nuestro entorno natural.

SEGUNDA. Se ha avanzado mucho en cuanto a las formas de discriminación de las que han sido víctimas las mujeres a lo largo de la historia, las diferencias de roles según el género, las diferentes posibilidades de acceso a recursos, o las desigualdades de poder y de participación en la toma de decisiones. Las mujeres rurales han sido un colectivo que no suele formar parte de programas y estrategias. Esa transición justa, esa inclusión, puede y debe proyectarse a numerosos ámbitos relacionados con las mujeres (pobreza energética, migraciones climáticas, empleo de baja calidad) en las que la desigualdad es palpable. El proceso de cambio y transformación que se abre a partir del periodo de transición ecológica en que nos hallamos inmersos, debe velar para que la inclusión esté presente en todo este proceso de implantación económico-productivo y social. Todos los sectores y todos los actores, incluidas las mujeres, más aún, las mujeres rurales, son imprescindibles. La promoción de las capacidades digitales entre las mujeres, la creación de empleos verdes, su participación y dirección en pequeñas y medianas empresas, puede ser un factor vital para reactivar el entorno rural.

Se ha de seguir potenciando la educación con perspectiva de género, la presencia de la mujer en el ámbito científico, así como el análisis de cómo se ocupan los espacios. La potenciación del papel de la mujer y la relación entre sus oportunidades y sus capacidades, su participación en niveles de responsabilidad, ejerciendo un liderazgo, suponen importantes desafíos institucionales, que no deben quedarse en meras consignas políticas. La realidad de la mujer en el ámbito rural, si se quiere luchar contra la despoblación y si, además, se quiere incorporar la transición ecológica, no puede reducirse a un mero lenguaje inclusivo o limitarse a introducir la terminología de “perspectiva de género” y “empoderamiento” en Planes e Informes. Se requieren actuaciones concretas en las que las Administraciones públicas, a todos los niveles, se impliquen, junto con empresas, asociaciones y agentes de la sociedad civil, además de una inversión realista, de una simplificación administrativa, de unas medidas fiscales, y de una red de apoyo, información y asesoramiento para el emprendimiento específico de la mujer en el ámbito de la transición ecológica en un entorno rural.

Transición ecológica y desarrollo rural

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