Читать книгу Águilas - Fló Guerin - Страница 30

Desierto

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Es casi de noche y busco a Federica. Volví donde la dejé, pero ya se había marchado. Las tiendas del centro están a punto de cerrar, hay mucha gente en la calle y en las terrazas. La multitud es un desierto de piernas que se mueven solas. Busco agua: su silueta, su olor, su forma de pisar con los talones primero. No recuerdo qué camiseta se puso esta mañana, ni tampoco si llevaba la chaqueta o si la dejó en la consigna de la estación. Estación. Consigna. Esta mañana. Digo «¡qué gilipollas!» a voz en grito y me pongo a correr. Zigzagueo entre carros de la compra y cunas, sorteo señoras gruesas, ancianas, un hombre me grita algo y no debe ser un piropo. Doy zancadas largas que suenan secas en el asfalto. Tengo miedo de que no esté, de que haya llamado a su madre. De que nunca más me quiera, ni me coma, ni me cuente cosas de mis lunares secretos. Llego sin aliento.

Entre los casilleros, hay un banco de madera donde Federica está sentada. Cuando veo su espalda, me paro en seco. Sus hombros están arrugados, parecen alas golpeadas, esconde la mandíbula entre ellos, como una tortuga confundida. Quiero acercarme, hablarle, abrazarla, pero no sé cómo. Aprieto los labios y la llamo con la boca del estómago. Espero a que se dé la vuelta. Doy unos pasos, pero no se inmuta, parece una estatua de sal. Me quedo de pie, justo detrás, sé que ya sabe que estoy. Se hace la muerta, me castiga. Doy la vuelta al banco y me acuclillo, pongo mis manos en sus rodillas. Federica tiene los ojos desiertos, las manos heladas, la cara encendida. Me abro paso entre sus piernas, cuando la aprieto contra mí, solloza «no me hagas esto nunca más». Se lo prometo, pero sé que miento.

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