Читать книгу Águilas - Fló Guerin - Страница 33

Hogar

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El modelo más barato de hornillo sale a ochocientas pesetas, con la bombona incluida. Por mil, nos hace un lote: entra un cazo, una sartén pequeña y nos regala dos paquetes de velas. Yo intento regatear, cuando no encuentro las palabras, hago el payaso. El ferretero se ríe. Al embalar las cosas, echa a la bolsa rasera y cucharón, también una espátula de madera. Dice que le tenemos que invitar a comer cocina francesa. Lo he entendido. Me río y respondo: «Seguro, seguro». Federica desconfía, se ha quedado en la puerta. Si ve que me apaño, calla, encoge los hombros y lo mira todo desde fuera.

Hemos recogido parte de nuestras cosas en la consigna, lo necesario para montar el campamento. Nos subimos al último autobús que sale a Calabardina, tenemos que instalarnos antes de que caiga la noche, no nos queda mucho tiempo. Federica mira por la ventana, he perdido el folleto con la foto de las cuevas amarillas y me da mucha rabia no poder enseñárselas. Le cuento que la roca es de color yema de huevo y que la gruta que más me gustó tiene una amplia ventana de cantos redondos donde sentarse a desayunar; que su puerta queda muy cerca de la orilla, pegada a las olas; que quiero hacer el amor con ella en el mar. Suelta una risita, parecía no hacerme caso, pero sí. Me coge la mano y se la lleva a la boca, sus ojos hundidos vuelven a la superficie, brillan, su boca es pícara: «Tendrás que aguantar la respiración, mucho tiempo». Cuchicheo en su oído: «No estés tan segura», saco la punta de la lengua y realzo el lóbulo. Federica se estremece.

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