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Faro

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Es casi de noche y buscamos la carretera principal. Apenas se ve y tropezamos con las piedras, las matas nos hacen zancadillas. Nos hemos quedado un buen rato agazapadas detrás de una ruina, pero la policía no apareció. Yo quería volver al chalé del barranco, tratar de entrar y desconectar la alarma, pero Federica se negó. Ahora bajamos hacia las luces del pueblo y no localizamos el camino asfaltado. Tendríamos que haber comprado una linterna al ferretero.

Unos faros iluminan detrás de nosotras el flanco del peñón, están más arriba, le hago señas a Federica, nos apuramos, subimos en línea recta. Cuando damos con la carretera, se acerca una camioneta. Llega a nuestra altura y aminora la marcha. Su caja está abierta, en ella va subida mucha gente; los más jóvenes viajan de pie, se agarran a la madera de los costados.

Para a nuestra altura, un hombre muy moreno se dirige a Federica desde la ventanilla. Está tensa, me planto a su lado y sonrío al conductor. Intercambian algunas frases, entiendo «lechugas», «trabajo». Federica me traduce que nos pueden llevar hasta Águilas si queremos, «no quedan autobuses», precisa. Cuando le pregunto cuánto cobran, responde que no le han pedido dinero. Echo una ojeada, en la caja hay mujeres y niños. Pongo la mano en el corazón y digo «¡gracias, gracias!», me inclino un poco. Una mujer grita atrás, dos muchachos saltan al suelo y abren el volquete. Nos llaman, nos acercamos. Alguien me tiende la mano, el muchacho me coge de la cintura y me proyecta hacia arriba, Federica aterriza a la par, pero por el otro lado. La gente se apretuja para dejarnos sitio, una madre coge a su niño en las rodillas, una abuela me tira de la manga para que me siente a su vera. Me da palmaditas en la rodilla y me sonríe, tiene pocos dientes, los que le quedan son de oro. Junto las manos y digo «¡gracias, gracias!», me acaricia la mejilla, se ríe. Federica charla con la muchacha que tiene a su izquierda, parece contenta, menea la cabeza, la otra mueve mucho las manos y sacude su melena negra. Ahora que conocemos a esta gente, deberíamos intentar venderles el tocadiscos. Necesitamos dinero.

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