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4. Lunes 30 de julio de 2046

Llegaba el inicio de semana, y con esto, la mayor aventura que iba a tener a lo largo de mi vida y que, de haber sabido, no hubiera empezado.

A las ocho de la mañana de ese lunes, después de desayunar, me dirigí a la cadena televisiva en donde la mayor parte de mis investigaciones se habían transmitido, la más grande del país, por cierto. Durante la semana anterior había solicitado una reunión con Édgar Fuentes, un gran amigo que conocía desde hace varios años, y el cual estaba encargado del departamento de investigación deportiva en dicha empresa. La cita la tenía a las nueve de la mañana, pero llegué con tiempo de antelación, ya que sabía que no era el único que quería platicar del nuevo torneo que habían pronunciado unas semanas antes. Como lo imaginé, la sala de espera afuera de la oficina para platicar con Édgar albergaba, aproximadamente, a quince personas, entre reporteros, narradores e investigadores. Tomé asiento para esperar mi turno, el cual fue prolongado hasta unos minutos después del mediodía.

—¿No me digas Daniel que vienes a verme por lo del torneo ese nuevo? —preguntó mi amigo con cara de aburrimiento.

—Me imagino que toda la gente que está afuera esperando viene a lo mismo, Édgar, y los que salieron antes también, y la semana pasada también —contesté desenfadado.

—Correcto. Y de seguro vienes a pedirme presupuesto para cubrir la nota, investigar y obtener las respuestas a las múltiples preguntas que tenemos todos, ¿no? —me cuestionó, al igual que lo había hecho a otras personas la mayor parte de sus últimos días.

—No, Édgar, me conoces. A diferencia de todos los demás, sabes que a mí no me gusta jugar al reportero, eso lo dejé hace mucho tiempo. Te tengo una propuesta, pero me gustaría platicártela cuando tengas un poco de más tiempo, porque sé que tienes mucho trabajo, citas y, seguramente, a mí me quedan unos pocos minutos contigo.

—De acuerdo, Dany. ¿El miércoles a las 8:00 p. m. para cenar te parece? Y espero que tu idea no sea la misma que todos me han propuesto en los últimos días.

—No se diga más, amigo, en el lugar de siempre, nos vemos a la 8:00 p. m.

Salí de la oficina pensando que no tenía ninguna propuesta por demás diferente a la que cualquier investigador deportivo inteligente se le pudo haber ocurrido, por lo que, al llegar a mi casa, me encerré en la pequeña habitación que destinaba para trabajar, y me puse a pensar en lo que le iba a decir a Édgar el miércoles próximo.

Hace algunas décadas, dentro de mis investigaciones que quedaron archivadas por ser bastante «atrevidas», como lo definieron en el tiempo que las presenté a las cadenas, había conseguido pruebas contundentes de amaños de partidos, árbitros comprados, así como declaraciones de futbolistas retirados que aceptaban haber recibido dinero para que sucediera tal o cual cosa; además de temas de apuestas deportivas, en donde mucha gente se llenaba los bolsillos, y que, por supuesto, estaban coludidos jugadores, directores técnicos y hasta las mismas directivas; cosas que todo mundo se puede imaginar sin problema, pero que yo tenía documentadas, filmadas, y con las pruebas suficientes para demostrarlas. El tema siempre fue el mismo para no poderlas dar a conocer, en todos estos casos, siempre estaba involucrada alguna persona de una televisora, de otra, de la prensa escrita; y jamás una televisora iba apuntar hacia otra, o la prensa escrita hacia una televisora o viceversa, porque sabían que, cuando uno hablara de más, caían todos, y, evidentemente, esto no le convenía a nadie.

Siempre he pensado que, a los que nos apasiona el futbol, lo vivimos observando directamente al campo de juego sin voltear a ver las cosas que suceden a su alrededor, porque nos lastimaría tanto ver la cruda realidad, nos arrebataría este deporte que utilizamos de escape en nuestra vida rutinaria y que nos trasforma por noventa minutos en personas bastante simples que hasta recriminamos a la televisión cuando le damos una indicación de un movimiento a un jugador y este «no nos hace caso».

Mientras reflexionaba acerca de esto, recordé que, hace algún tiempo, en una investigación que realicé, relacionado con el mundial de clubes en Catar, allá por el año 2019, antes de su Copa del Mundo en el 2022, un colega de ese país me comentó con mucha seguridad que Asia estaba lista para que el futuro de la supremacía en el futbol estuviera en ese continente, y que no sabía si sería en diez, veinte o cincuenta años, pero pasaría. Me lo dijo de forma tan seria que, por supuesto, lo único que hice fue asentir como si estuviera de acuerdo con él. Poco a poco Asia iba ganaba terreno en el futbol, en donde antes ni soñarlo, me dijo. De hecho, recuerdo haberme puesto ejemplos de ese tiempo: un jeque de los Emiratos Árabes Unidos dueño del Manchester City, que en su momento dirigía Pep Guardiola; un empresario de Catar y extenista dueño del París Saint-Germain, en donde jugaba Neymar y ganaba todo en su liga; un empresario de Indonesia accionista del Inter de Milán; un empresario de Singapur en el Valencia; entre otros.

Con todo lo anterior, entre mis investigaciones que jamás se transmitieron, y esa conversación con mi colega catarí hace muchos años, empecé a pensar más a fondo en la confederación de Asia. Aunque el futbol de las ligas de su país estaba bastante menos desarrollado que las europeas, me era difícil imaginar un buen motivo para estar de acuerdo en este nuevo torneo sin nada que ganar. Por otro lado, estaba la confederación africana y de Oceanía, que era el mismo caso.

Durante esos tres días, antes de coincidir en la cena con Édgar, estuve estructurando mis ideas para presentar una propuesta lo bastante interesante, y así poder rescatar algo de presupuesto. Además de responder a las preguntas que el mundo tenía relacionadas al torneo, quería poder encontrar la verdadera nota, lo que nadie pregunta, lo que se esconde siempre bajo la alfombra cuando se presenta un nuevo evento de talla de mundial.

2048: El juego final

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