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La amante del volcán

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En la habitación que ocupa, llena de humo de la noche a la mañana, Bakunin recibe a toda hora a una pléyade de eslavos y polacos, de ingleses y rusos, con quienes discute y propone, con quienes elabora y sueña. Tiene algunos objetivos básicos: la organización de polacos y eslavos, la creación de una federación eslava libre que englobe a la vieja Rusia, la destrucción del Imperio austriaco. Escribe decenas de cartas al día, se comunica con uno y otro punto del continente, redacta innumerables artículos para diversas publicaciones que recién serán publicados en libro tras su muerte (solo Dios y el Estado, primera edición en francés, 1871, y Estatismo y anarquía, en ruso, 1873, fueron editados en vida del autor, además de algunos folletos) y al caer la tarde hay sobre su escritorio infinidad de montoncitos de tabaco, cenizas sobre todos los papeles, ceniceros eternamente repletos, seis, siete, ocho tazas de té con restos de líquido, varios azucareros vacíos, una caldera donde se enfría el agua para sus infusiones.

Por esos mismos meses se crea en San Petersburgo una sociedad secreta conocida como Tierra y Libertad. Sus organizadores se ponen en contacto con él, inspirados en su figura y pensamiento, y pronto lo convencen del poderío de la organización clandestina. Los planes de esta prevén levantamientos populares en varias ciudades importantes de Rusia y en particular en Varsovia, donde los polacos siguen soñando con liberarse del yugo zarista. Una vez alcanzada la derrota del Imperio, la primera medida a adoptar será la abolición de la propiedad privada. «La tierra debía pertenecer a todo el pueblo», comenta el historiador Thomas Masaryk, legitimándose el mir, suerte de propiedad comunal. La propiedad privada se tendría únicamente «en usufructo y, tras la muerte del usufructuario, revertiría al mir. Como todos los individuos pertenecían a una comunidad local, la república social y democrática rusa adoptaría la forma de una unión federal de comunidades locales». A nivel social, y también siguiendo el pensamiento bakuninista, además de abolir el derecho a la herencia, también se aboliría la patria potestad y se prestaría especial énfasis a la igualdad de los derechos de la mujer.

De inmediato Mijaíl parte hacia Polonia con el deseo de sumarse a la anunciada rebelión, pero ni esta tendrá lugar ni él llegará más lejos de Suecia, donde establece nuevos contactos con luchadores escandinavos. En Estocolmo, finalmente, puede reunirse con Antonia, quien ha hecho un interminable viaje para abrazar a su esposo, ese hombre al que ama categórica, apasionadamente. Ambos parten a Londres, pero ya en noviembre del 63 ponen rumbo a Florencia. Antes de llegar a la ciudad, Bakunin se reúne con Giuseppe Garibaldi, quien lo conecta con algunos integrantes de la francmasonería. Mijaíl quiere fundar una sociedad secreta, la Fraternidad, una suerte de laboratorio cuyo único objetivo será declarar la revolución universal. Durante algunos meses permanece en Florencia, pero a mediados de 1865 se traslada a Nápoles, donde residirá un par de años.

«En Antonia me disgustaban los ojitos de color gris acerado y la frialdad de la mirada», opinó mucho después uno de los vecinos florentinos del matrimonio. «Pero en conjunto tenía una fisonomía que me explicaba perfectamente su papel de esposa de aquel viejo luchador. Delgadita, de pelo rizado, Antonia a veces parecía una encantadora joven, pero más a menudo parecía un muchacho; nunca le vi dar la impresión de ser una mujer».

«Bakunin vivía en los límites de la ciudad, en un lugar muy elevado», recordó luego uno de sus asiduos visitantes napolitanos. «Desde la ventana de su gran vivienda había una espléndida vista: podía verse todo Nápoles con su bahía, cuya inacabable línea tenía varios nombres y estaba dominada al fondo por la destacada forma cónica del imponente Vesubio». Sin embargo, poco parecía importarle a Mijaíl semejante panorama, sumido siempre en sus papeles y en sus reuniones. El cronista recuerda sin embargo que, «por el contrario, sentada de la mañana a la noche en su balcón, su esposa, un cuarto de siglo más joven que él, la silenciosa, la soñadora Antonia, admiraba, hechizada, el paisaje».

Entre tantas idas y venidas, en 1864 había sido fundada en Londres por sindicatos británicos y franceses la Asociación Internacional de los Trabajadores, que celebraría dos años más tarde su primer congreso en Ginebra. La formación de la AIT había tropezado desde un principio con algunos debates en torno a sus definiciones programáticas, en particular aquellas atinentes a su labor en relación con los partidos y con la militancia política en general. En 1867, en Lausana, se reúne el segundo congreso y, de modo casi simultáneo, en Ginebra tiene lugar el Congreso Demócrata e Internacional de la Liga por la Paz y la Libertad, al que Bakunin es invitado y donde vuelve a reunirse con Garibaldi. El segundo congreso de la Liga, un año después en Berna, cuando Mijaíl y Antonia ya se han establecido en Suiza, estará marcado por duras desavenencias que provocarán que él y sus seguidores se retiren para fundar la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, agrupación que de inmediato adherirá y pedirá su ingreso a la AIT.

Las mil cuestiones del día

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