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Poder o no poder

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Durante los primeros meses del 72, Marx y Engels desarrollan una actividad frenética: escriben a uno y otro lugar pidiendo que se les envíe información sobre las actividades personales de Bakunin y sobre el funcionamiento de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista. Engels hace llegar una carta a la sección madrileña de la AIT solicitando nombres, actividades y funciones de todo aquel militante sindical del que se sospeche pertenezca a la Alianza. Marx escribe a uno de sus allegados que Bakunin trabaja secretamente desde hace años para «minar la Internacional» y que está dispuesto a empujarlo «lo suficientemente lejos como para que arroje su máscara», y a continuación solicita que le acerquen algunos datos privados de Bakunin para hacerlos públicos. Con absoluta paciencia va armando un expediente que piensa dar a conocer en el cercano congreso de la AIT convocado para setiembre en La Haya.

James Guillaume es el delegado bakuninista por la Federación del Jura, y él y otros libertarios deberán enfrentar las diatribas de Marx y los suyos apenas comienza el Congreso. A aquellos y a Bakunin se les acusa de pertenecer a una organización cuyos estatutos son contrarios a los de la Asociación; a Bakunin se le acusa además de quedarse con dinero que no le pertenece. Finalmente, una comisión nombrada para estudiar el caso decide la expulsión de Bakunin y de Guillaume de la AIT. Los anarquistas en bloque se levantan de la sesión y seis días más tarde se reúnen en Saint-Imier, en un congreso convocado por la Federación Jurásica. Elaboran un documento en defensa de sus compañeros, denunciando que en La Haya se ha verificado la supremacía de los jefes del Partido Comunista Alemán, y ponen especial énfasis en fijar tres puntos acerca de las actividades sindicales: «Primero, que la destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado; segundo, que toda la organización de un poder político pretendido provisional y revolucionario para traer esa destrucción no puede ser más que un engaño y sería tan peligroso para el proletariado como todos los gobiernos que existen hoy; y tercero, que rechazan todo compromiso para llegar a la realización de la Revolución Social, los proletarios de todos los países deben establecer, fuera de toda política burguesa, la solidaridad de la acción revolucionaria».

La división es irrevocable y acompañará de allí en más toda la actividad política de estas dos tendencias. Para los anarquistas, las siguientes décadas, quizás hasta la Revolución española sesenta años más tarde, será un tiempo de organización y aglutinamiento, incluso de revisión de algunos principios teóricos prevalecientes hasta ese momento, y verán surgir las primeras bases de lo que luego se dará a conocer como anarcosindicalismo.

Para Bakunin, Saint-Imier marca una de sus últimas apariciones públicas. Es que el cansancio del guerrero está tomando el tamaño de su propio cuerpo.

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