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9.6 La radio, el habla popular, las voces, el sentido del humor

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El cine sonoro se implanta muy poco después del establecimiento de la radio como un medio de comunicación masiva. Antes de eso no existía la comunicación masiva a través de las voces y los sonidos musicales. Desde inicios de los veinte hay emisoras radiales de alcance aún limitado que, no obstante, van gradualmente en aumento y constituyen una prehistoria no desdeñable de lo que, hacia 1930, pasa a convertirse en un medio privilegiado para la difusión de la música pero también de la información y la opinión periodísticas, de la publicidad y, poco a poco, de las ficciones narrativas, es decir, de lo que se conoció como el radioteatro o la radionovela (más lo segundo que lo primero), que tuvo un carácter serial con amplitud de personajes, de intrigas y de escenarios.

El medio radial no se suma al discográfico. Más bien hace del disco su materia principal de apoyo y difusión y, ahora sí, convierte la música (la de carácter popular) en un fenómeno masivo. Afirma Sergio Pujol (2016):

Si la consagración teatral se materializa en un espacio sagrado de celebración, la radio tendrá enorme poder diseminador: sus estrellas estarán en muchas partes a la vez, haciendo que virtualmente los espacios de representación se trasladen a todos los hogares […] Es cierto que, con los años, se impondrá la costumbre de asistir a los auditorios de las emisoras, pero la magia de la radio seguiría siendo privativa del “éter”. (pp. 160-161)

Por tanto, va a ser un doble frente masivo que se inicia con la escucha de voces, con la ventaja comparativa de que el espectáculo cinematográfico permitía, a la vez que escuchar las voces de los intérpretes, verlos en su integridad. La curiosidad y el atractivo de ver y escuchar simultáneamente a los actores expresándose con los matices (al principio, moderados) del habla local, constituye sin la menor duda un factor de cohesión idiomática y cultural muy poderoso y contribuye al éxito que logran las películas. Dice Paranaguá (2003) que “El cine fabricado en Buenos Aires después del advenimiento del sonido empezó en cierta medida como un derivado de la radiodifusión y la música porteña” (p. 86). Por ejemplo, antes de incorporarse al cine, Libertad Lamarque era ya una figura popular a través de las ondas radiales.

Se puede encontrar una retroalimentación muy fértil entre el medio radial y los inicios del cine industrial en la región.

El primer cine sonoro en América Latina fue a menudo un subproducto de estrellas, argumentos y programas radiofónicos. El cubano Félix B. Caignet trasladó él mismo a la pantalla algunas de sus exitosas radionovelas. En Argentina la pionera Lumiton fue fundada por pioneros de la radiodifusión […] A su vez, el mexicano Emilio Azcárraga presidió la fundación de los Estudios Churubusco, antes de dedicarse a Televisa. (Paranaguá, 2003, p. 87)

La radio potencia la difusión de las voces cantoras procedentes de México y Argentina y con ello facilita la familiaridad con acentos, expresiones y jergas dialectales, como es el caso del lunfardo porteño. Esa difusión constituye casi un puente con la sonoridad del habla que se va a escuchar en las pantallas aunque, como en el caso del dialecto porteño, no se reprodujera necesariamente en los diálogos la carga lunfardesca que se apreciaba en la letra de los tangos.

Sin menoscabo del acento porteño, algo más mediatizado en sus inicios debido a las presiones sobre la “corrección gramatical”, es muy probable que la sonoridad jocunda del habla popular mexicana y su verba peculiar hayan contado de manera notoria en el arraigo que el cine de ese país va a tener por varias décadas, afianzando incluso el humor oral mexicano como el más popular de todos. Es verdad que en este punto hay que reconocer el enorme alcance de los cómicos del norte, desde Chaflán hasta Cantinflas, desde Manuel Medel hasta Fernando Soto Mantequilla, entre tantos otros, lo que no logran en la misma dimensión a escala continental los cómicos argentinos Luis Sandrini y Niní Marshall en primer lugar.

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