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13. Santa y el despegue norteño
ОглавлениеEntre 1916 —cuando empieza en México la estabilización del largometraje como atractivo principal de la oferta en las salas— y 1929 se filmaron alrededor de noventa largometrajes; una proporción mínima frente al enorme dominio cuantitativo de la oferta norteamericana. El país, todavía agrario en su mayor parte, tenía como diversiones principales, en palabras del historiador Emilio García Riera (1992), “el cine (norteamericano, principalmente), el teatro (de revista, sobre todo), y los toros, pues el fútbol y otros deportes solo excepcionalmente reunían a grandes multitudes y la radio no ganaba todavía una audiencia generalizada” (p. 11).
No existía un público para las películas mexicanas puesto que estas eran muy ocasionales y en esas circunstancias no se podía prever aún que la actividad fílmica experimentara la transformación que vendría. Fue en 1929 que se filmaron las dos primeras películas mexicanas sonoras con discos estrenadas al año siguiente (Dios y ley, de Guillermo Calles y El águila y el nopal, de Miguel Contreras Torres) que pasaron inadvertidas. Para ese entonces, prácticamente todas las salas del país poseían el equipamiento para la proyección del cine parlante, como se le llamó en sus inicios, pues la conversión ya se había producido casi por completo en la industria norteamericana que seguía siendo la principal proveedora del material exhibido. Asimismo, el cine “hispano” de Hollywood comenzó a hacerse en 1929 y se fue intensificando en los años siguientes como para cubrir cualquier espacio que pudiese quedar libre. En ese cine “hispano” actuaron varios mexicanos que se habían iniciado con éxito en el cine silente de Hollywood, como Ramón Novarro, Lupe Vélez, Dolores del Río y, entre otros, Gilbert Roland (nacido Luis Antonio Dámaso Alonso e hijo de españoles), que no habían actuado hasta entonces en ninguna cinta mexicana.
Todavía en 1930 hubo estrenos de películas mexicanas silentes, pero fueron los últimos. Hubo, asimismo, cinco estrenos sonoros poco auspiciosos y con notorias insuficiencias en la adecuación del material auditivo, entre ellos, Soñadores de gloria, de Contreras Torres, y Sangre mexicana, de Joselito Rodríguez. En este año se instala la emisora radial XEW, de Emilio Azcárraga Vidaurreta, el iniciador de una dinastía cuya importancia es decisiva en las telecomunicaciones del país, primero en la radio, luego también en el cine y veinte años más tarde en la televisión, con la fundación de la primera emisora televisiva mexicana, que más adelante, con fusiones de por medio, se convertirá en la poderosa Televisa. Azcárraga ingresó al negocio cinematográfico, especialmente en el terreno de las salas de exhibición, iniciado a lo grande con la construcción del cine Alameda en la céntrica Avenida Juárez. La emisora XEW, que se hará conocida como W Radio o La Catedral de la Radio, se impone de manera muy rápida y contribuye a una difusión intensa de la música popular y, en menor medida, del humor y de la apelación melodramática. Este hecho está, sin la menor duda, en los albores de esa producción que se venía.
El primer largometraje con sonido óptico, después de varios intentos infructuosos de sincronización del sonido en discos, es una versión hablada de una novela que se había adaptado en la etapa silente, Santa, estrenada a comienzos de 1932; un melodrama, como no podía ser de otra manera, que marca el destino de una de las vertientes más prolíficas del cine norteño. Se atribuye a los hermanos Roberto y Joselito Rodríguez (futuros directores, igual que el más conocido hermano menor, Ismael) haber aportado el aparato de sonido venido de Hollywood y en cuya fabricación ellos habían participado. El actor español Antonio Moreno, con carrera previa en Hollywood, tuvo a su cargo la dirección mientras que la fotografía le fue encomendada a Alex Phillips, de origen ruso-canadiense, que venía de foguearse en el cine norteamericano y que se convertirá en uno de los puntales de la dirección de fotografía en el cine mexicano. Los roles protagónicos les fueron confiados a Lupita Tovar y Donald Reed (Ernesto Guillén) que habían empezado su carrera también en los estudios de Hollywood.
Antonio Moreno era uno de los galanes latinos más populares en el cine silente de Hollywood, en el que hizo pareja, entre otras, con Clara Bow, Gloria Swanson o Greta Garbo. Ese antecedente, más el de las otras figuras relevantes (Tovar, Reed, Phillips) en la producción de Santa le otorgan al filme un “aire hollywoodense” (Hahn, 2016, p. 40), mayor que el de cualquier otro filme mexicano de esos años. Moreno solo dirigió otra película en México: Águilas frente al sol (1932).
Aurelio de los Reyes (1987, p. 23) afirma que Santa fue producida teniendo como destinatario final el mercado latinoamericano y que era el producto de una combinación entre inquietudes locales y gente que venía de Hollywood. En los años siguientes, actores, técnicos y realizadores mexicanos en ciernes se incorporaron a la industria naciente, así como extranjeros provenientes de Estados Unidos, Canadá, España y otros países. De los Reyes reconoce que aún no se tenía claro si se iba a hacer un cine mexicano o un cine hablado en español, pero afirma enfáticamente que “desde sus orígenes ha sido una industria que depende en su gran parte de la tecnología extranjera” (p. 126).
Es muy significativo, por tanto, que prácticamente todas las funciones centrales de Santa estuviesen en manos de gente con formación en la industria vecina. Esto no se repite así nomás en otras producciones pero pone en evidencia el desarrollo previo de un ejercicio que no hubiese sido igual en la muy accidentada producción silente de México. Con todo, hay nombres conspicuos procedentes de la etapa anterior, como el director Miguel Contreras Torres, que van a desempeñar papeles importantes en la edificación de la industria nacional. Pero ello no disminuye en absoluto el peso de los que habían hecho el aprendizaje en los estudios californianos. Incluso Tovar y Moreno habían participado en las producciones “hispanas” antes de incorporarse a la nueva industria en gestación.
Santa, basada en la obra del escritor local Federico Gamboa, que ya había sido adaptada al cine en 1918, cuenta la historia de una “pecadora” de destino trágico, víctima de la irresponsabilidad masculina y prostituida, un motivo que se va a repetir con cierta holgura en la producción futura. Es una película fundadora que marca en una medida importante el destino de una parte de la producción industrial mexicana. Con cierta “dureza” rítmica, posee una buena dirección de actores y trasmite de manera muy digna el halo de tragedia romántica que el relato elabora. El fotógrafo Alex Philips empieza aquí su largo trajín en la industria azteca que sumará más de 200 prestaciones en el curso de 43 años. La historia escrita por Gamboa estaba inspirada en las novelas de “cortesanas románticas”, especialmente francesas (como La dama de las camelias de Alexandre Dumas hijo, o Nana, de Émile Zola, más allá de sus diferencias de estilo literario), muy influyentes en su época, trasplantadas luego al melodrama fílmico que encuentra en ellas una fuente casi inagotable de inspiración, enfatizando los tópicos sentimentales a través de las operaciones fílmicas, desde los matices de la interpretación hasta el tratamiento de la iluminación y el uso de la música.
Otro dato significativo en Santa: el tema musical que corresponde con el título era una composición de Agustín Lara, así como otras canciones que se escuchan, lo que constituye el hito inicial de una tradición musical que se prolonga por varias décadas. De acuerdo con Emilio García Riera (1986), a continuación se hicieron películas de productores esporádicos. “Por lo general las películas no eran filmadas como parte de un plan de producción, sino como obras únicas de aspiraciones excepcionales” (p. 81). Eso explica que en esos tiempos se hicieran algunos filmes muy curiosos en el marco de una cinematografía naciente, que aspiraban no a la estandarización sino a la diferenciación.