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14. Argentina hacia 1930

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La escena política argentina de las primeras décadas del siglo XX está dominada por el partido Unión Cívica Radical (UCR), en el gobierno desde 1912, que propicia una modernización del país. Es especialmente relevante la figura de Hipólito Yrigoyen, que presidió el país entre 1916 y 1922, y luego entre 1928 y 1930 en un segundo periodo gubernamental que se vio interrumpido por el golpe militar que llevó a la presidencia a Félix José Uriburu y que da inicio a la llamada “década infame” que en realidad es una década alargada pues se prolonga hasta 1943. Entre el primero y el segundo gobierno de Yrigoyen, otra figura de la UCR ocupó la presidencia, Marcelo T. de Alvear, por lo que fueron en conjunto 18 los años del radicalismo en el poder. En el primer gobierno de Yrigoyen se dictaron medidas a favor de los campesinos y obreros, se fortaleció al Estado y se reformó la Universidad. Las clases medias adquirieron una gran fuerza y el movimiento migratorio procedente de Italia, España y en menor medida de otros países de Europa central y oriental, que ya tenía varias décadas, contribuyó a redefinir la demografía del país.

El “granero del mundo”, como se conocía a esa república del Cono Sur en esos años, tuvo un crecimiento económico muy grande y se convirtió en una de las economías más sólidas a escala mundial. La exportación de cereales, carne de res, lanas y cueros gatilló la bonanza del país. La industrialización y la migración rural hicieron que hacia 1930 Buenos Aires fuera una urbe enorme comparada con otras capitales sudamericanas. Uno de los factores que desestabilizaron al régimen de Yrigoyen fue sin duda la caída de la bolsa de Wall Street, que afectó el estado financiero de Argentina más que el de cualquier otro país del Cono Sur o de Sudamérica en su conjunto, precisamente por tener la mayor expansión del capital financiero. Ese golpe, además, va a tener un efecto político muy duradero en la historia argentina, más allá de las circunstancias económicas y financieras del momento, porque pone en evidencia la fuerza de los sectores económicos privilegiados y su renuencia a los cambios que pudiesen afectar sus intereses, así como el poder de las empresas y los intereses extranjeros, principalmente británicos y norteamericanos. César Maranghello (2005) lo explica de este modo:

Para entonces estalló el golpe militar de setiembre de 1930, que desalojó al presidente Yrigoyen. El brulote puso en evidencia la limitada autonomía que el país podía alcanzar, y ratificó el brutal contraste entre la ilusión de un desarrollo ininterrumpido y la realidad de un mundo de imperios en marcha hacia otra guerra mundial. El golpe cancelaría no solamente a un gobierno democrático, sino también la subsistencia de varias empresas cinematográficas de economía nula. La autodenominada revolución inauguró una época traumática, y Buenos Aires fue, desde entonces, la capital de la crisis. Hubo cesantías en la administración pública y en la actividad privada, y la desocupación se notó en los barrios populares, con el hambre de los parados. Y debido al sentimiento de frustración, el cinismo político embargó a las clases media y popular. (p. 63)

Hacia 1930 Buenos Aires contaba con una población de más de dos millones, sobre un total aproximado de 12 millones en todo el país, lo que da cuenta de la importancia demográfica de la capital, comparativamente superior a la de cualquier otro país no solo sudamericano sino de todo el continente hispanohablante, incluida la Ciudad de México que estaba aún distante de los volúmenes gigantescos de población que irá sumando en las décadas siguientes.

Nuestra clase media de origen aluvional europeo se afianza en sus condiciones de estratificación y flexibilidad. Una burguesía alta se nutre del campo primero y, poco después, del producto de la creciente industrialización. La burguesía media abarca a los comerciantes, profesionales y oficinistas con cargos y salarios fijos, en tanto que la pequeña agrupa a la gran masa en ascenso social y económico, que no deja de crecer y mantenerse abierta a quienes ingresen a ella. (España, 1984, p. 57)

Alrededor de doscientas salas, que van a tener un notable aumento en los años siguientes, se encontraban en esa ciudad. Las principales, casi todas muy grandes y con enorme aforo, estaban ubicadas en las cercanías del Obelisco, entre las avenidas Lavalle y Corrientes, y allí se estrenaban los títulos más significativos. Las salas de barrio, como en otras capitales, eran las de repetición de esos lanzamientos, así como también de estrenos casi exclusivos de wésterns americanos de serie B y de filmes de otros géneros populares. En todo el país había mil salas de cine que en los años siguientes aumentan a mil seiscientas, lo que indica claramente el éxito del estímulo sonoro.

Maranghello (2005) hace notar la enorme importancia que tenía ese país como plaza cinematográfica:

La Argentina surgió precozmente como el más importante mercado para la producción estadounidense. Desde 1931 el país ocupó el primer lugar entre los compradores de films de aquel origen, y así se mantuvo hasta 1938. De ese modo, una nación de habla española llegó a desplazar a Gran Bretaña. Mientras tanto, el sonido había arrasado con métodos, técnicas y estilos del cine mudo. Los musicales, los ruidosos films policiales o de guerra atrajeron a un enorme público. (p. 55)

Sin embargo, el mercado argentino era aún relativamente pequeño para asimilar la producción local, pero existía una suerte de “disposición colectiva” que favorecía la emergencia de nuevas modalidades de espectáculo. Al respecto, el mismo Maranghello (2005) precisa:

La producción despegó a pesar del escaso incentivo del mercado y sobreponiéndose a la precariedad técnica. Y pese a los apocalípticos, el afianzamiento del sonoro permitió a las amplias capas populares frecuentar un espejo donde mirarse y del cual aprender nuevas pautas culturales […] En lo económico, con la existencia de la estructura estatal, la urbanización, la caída del analfabetismo y la lenta recuperación del poder adquisitivo motivaron el auge de la industria cultural de masas. (p. 69)

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