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12. México en la encrucijada de los años treinta

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No se entiende la situación de México de esos años si no se considera el significado de la revolución social agraria iniciada en 1910 y que terminó con la dictadura de 30 años de Porfirio Díaz. Esa revolución sacudió las estructuras agrarias e influyó poderosamente en la organización política, la sociedad y la vida de todo el país. La nueva constitución de 1917 fija la jornada laboral de ocho horas, los derechos sindicales, el salario mínimo, el Estado laico, el derecho del Estado sobre la propiedad del subsuelo y la proscripción de los monopolios. Se va consolidando la organización política derivada de la revolución que se convertirá en el Partido Nacional Revolucionario en 1929, más adelante Partido de la Revolución Mexicana y en 1946, Partido Revolucionario Institucional (PRI), que se prolonga hasta nuestros días. Justo en 1930 el presidente Pascual Ortiz Rubio consolida la hegemonía exclusiva del partido gobernante, bajo el influjo del general Plutarco Elías Calles, expresidente y hombre fuerte de esa organización, y que va a ser el partido oficial durante varios decenios sin menoscabo de los cambios de nombre.

A partir de 1925 hay un crecimiento sustancial de la industria manufacturera y del sector comercial, mientras que el Banco de México propicia el desarrollo del crédito, lo que va a favorecer, entre otras cosas, el impulso de la actividad fílmica. Una política de estímulo industrial que no se contrapone a una sustitución parcial de importaciones, junto a la reactivación de la producción agropecuaria, propicia un crecimiento que logra recuperarse después del sacudón de la crisis financiera de 1929. A partir de 1933 hay una rápida expansión productiva (Gollás, 2003, p. 9).

El país se va sacudiendo de dos décadas de enorme inestabilidad y, sin darse cuenta, se enrumba hacia un largo periodo de estabilidad política, caracterizado por los cambios que se producen al final de cada sexenio (el periodo del mandato presidencial) con el gobierno entrante, pero sin que eso suponga el menor trauma en la vida del país, pues es una sucesión de gobernantes del mismo partido, más allá de las diferencias políticas que podía haber entre ellos. Por ejemplo, entre Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho, su sucesor, hubo notorias diferencias que se manifiestan en las orientaciones políticas y económicas de sus respectivos gobiernos, pero en lo sustancial eso no afectó ni la organización ni la vida política del país. Volviendo a la “encrucijada de los años treinta”, entre los acontecimientos políticos más resaltantes está la derrota de las últimas fuerzas cristeras en Puebla, Guerrero y Veracruz y el sofocamiento de una rebelión que intentó derrocar al presidente interino Emilio Portes Gil. El conocido escritor y maestro José Vasconcelos perdió las elecciones presidenciales ante el candidato oficial Ortiz Rubio, pero su tenaz campaña y las luchas de estudiantes consiguieron el estatuto de autonomía para la Universidad Nacional de México. Cabe señalar que, con todo lo avanzado que podía ser el pensamiento de Vasconcelos respecto a la función de la educación y la cultura en el destino de México y de toda la América Latina, no consideró al cine dentro de las prioridades culturales y lo relegó al nivel de un asunto ajeno a la realidad de nuestros países.

Vasconcelos no dio nunca importancia al cine, que para él era un fenómeno norteamericano (un “asunto gringo”, como se decía en México de algo ajeno). Interesados o no en el cine, muchos mexicanos debieron compartir esa opinión que se traducía en un franco desdén por las películas de su propio país. (García Riera, 1992, p. 11)

En el otro extremo del continente, José Carlos Mariátegui, otro intelectual preocupado también por la suerte de su país y del resto de la región, apreciaba enormemente el cine y sus posibilidades culturales, aunque en un país, el Perú, que no contaba ni contaría luego con una producción propia.

Otro hecho relevante en México está marcado por el pintor Diego Rivera, un bastión de las nuevas corrientes renovadoras de la plástica nacional, quien es elegido como director de la Escuela de Artes Plásticas. Cabe destacar que era precisamente el terreno de las artes plásticas el que proporcionaba en ese entonces los mayores reconocimientos oficiales y no oficiales, sin que eso se extendiera al íntegro de la población pues el Arte con mayúscula era una práctica minoritaria.

El censo de 1930 fijó en alrededor de 16 millones y medio la población del país, teniendo la capital apenas poco más de un millón. Esa cifra capitalina se triplicará en 1950. Las migraciones internas van a tener en este país un mayor peso comparativo que en Argentina, donde más bien la migración procedente de Europa alcanza un volumen muy superior al de cualquier otro país en términos de distribución demográfica. Con el correr de los años, Ciudad de México se convertirá en la más poblada de la región, superando a Buenos Aires, São Paulo y Río de Janeiro. Y no solo a las capitales de la región, pues va a superar ampliamente a todas las capitales europeas.

Con 800 salas de exhibición en todo el territorio, ese año 1930 contaba 136 con equipos sonoros y, sobre 226 estrenos, 200 eran norteamericanos (Paranaguá, 1992, p. 37). Hubo una concentración de salas alrededor del Zócalo y en la Alameda Central, en el corazón de la capital. Sin embargo, otros puntos de la ciudad también concentraron salas (el suroriente del Zócalo y Tacubaya) y los locales se diseminaron por las diversas colonias (barrios) de la ciudad (Alfaro y Ochoa, 1997, p. 97), configurando esa red de salas de barrio como en casi todas las grandes ciudades de esa época, las que, como veremos, desempeñarán un rol muy significativo con relación al cine nacional que sobrevendrá más adelante.

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