Читать книгу 1.280 almas. El asesino dentro de mí. Los timadores. La huida. - Jim Thompson - Страница 10
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Оглавление—Vamos a ver, Ken —empecé—. Tú conoces el burdel de Potts County. El que está al otro lado del río, a un tiro de piedra del pueblo...
Ken miró al techo y se rascó la cabeza. No podía decir que lo conociera, pero suponía, naturalmente, que Potts County tenía un burdel.
—Un pueblo sin burdel no puede ir bien, ¿verdad, Buck?
—¡Claro! Porque si no hubiera putas, las mujeres decentes no podrían ir seguras por las calles.
—Efectivamente —asintió Ken—. A los tíos se les hincharían los huevos, se pondrían a cien e irían detrás de ellas.
—Yo pienso lo mismo —dije—, pero vayamos al grano. Mira, hay seis putas, todas simpáticas y amables como la que más. No tengo queja de ninguna, de verdad, pero hay dos macarras, uno por cada tres chicas, supongo, que me llevan de calle, Ken. Me levantan la voz no sabes cómo.
—Venga ya, hombre —dijo Ken—. No irás a decirme que esos macarras le gritan al sheriff de Potts County.
—Pues así es —contesté—, eso es exactamente lo que hacen. Y lo peor de todo es que a veces lo hacen delante de los demás, y una cosa así, Ken, no puede beneficiar en nada a un sheriff. Enseguida corre la voz de que te has dejado acojonar por los macarras, y eso no te beneficia en nada.
—¡Y que lo digas! Tienes más razón que un santo, Nick. Supongo que les habrás dado su merecido, que habrás tomado alguna medida.
—Bueno —dije—, les devuelvo la pelota. No puedo decir que les haya parado los pies, Ken, pero te aseguro que les devuelvo la pelota.
—¡Devolverles la pelota! ¿Por qué haces eso?
—Bueno, me parece lo justo. Un tío te fastidia y lo justo es fastidiarle tú a él.
Ken frunció la boca y sacudió la cabeza. Le preguntó a Buck si había oído algo igual en su vida. Buck dijo que ni en coña. En toda su vida.
—Te voy a decir lo que tienes que hacer, Nick —dijo Ken—. Mejor dicho, te voy a enseñar lo que tienes que hacer. Levántate y date la vuelta, que te voy a dar una clase práctica.
Le obedecí. Se levantó de la silla, cogió impulso y me dio una patada; me dio tan fuerte que salí disparado contra la puerta y prácticamente crucé el vestíbulo.
—Ahora vuelve aquí —dijo llamándome con un dedo—. Siéntate como estabas antes para que pueda preguntarte algo.
Respondí que creía que por el momento era mejor que me quedase de pie; él me contestó que de acuerdo, que hiciera lo que más me conviniera.
—¿Sabes por qué te he dado una patada, Nick?
—Bueno, supongo que tendrás un buen motivo. Querrías enseñarme algo.
—¡Muy bien! Precisamente eso es lo que te quiero preguntar. En el caso de que un tío te diera una patada en el culo, como yo acabo de hacer, ¿qué harías tú?
—No te puedo decir con esactitud —respondí—. Nadie me ha dado patadas en el culo nunca, salvo mi padre, que en paz descanse, y la verdad es que yo no podía hacer gran cosa.
—Pero suponte que alguien lo hace. Imaginemos una situación hipotética en la que alguien te da una patada en el culo. ¿Qué es lo que harías tú?
—Bueno, supongo que yo también le daría una patada en el culo. Es lo justo.
—Date la vuelta. Date la vuelta otra vez. Aún no has aprendido la lección.
—Oye, mira —dije—, si te explicaras un poco mejor...
—¿Cómo? ¿A qué viene esa actitud? —Ken frunció el ceño—. ¿Pretendes dar órdenes a un tipo que quiere ayudarte?
—No, no, en ningún caso, pero...
—Eso espero. Ahora date la vuelta como te he dicho.
Volví a darle la espalda; a la vista estaba que no podía hacer otra cosa. Él y Buck se levantaron y me dieron una patada al mismo tiempo.
Me dieron tan fuerte que prácticamente me impulsaron hacia arriba, no hacia adelante. Caí sobre el brazo izquierdo, que se me torció, y me hice tanto daño que por un instante casi me olvidé de quién era.
Me levanté e intenté frotarme el culo y el brazo al mismo tiempo. Por si alguna vez se os ocurre hacerlo, ya os digo que no podréis. Me senté, dolorido como estaba, porque me encontraba demasiado aturdido para quedarme de pie.
—¿Te has hecho daño en el brazo? —preguntó Ken—. ¿Dónde?
—No estoy seguro —respondí—. En el cúbito o el radio.
Buck me dirigió una mirada rápida y suspicaz bajo el ala del sombrero, como si yo acabara de entrar y me viera por primera vez. Pero, claro, Ken no se dio cuenta. Ken tenía que pensar tanto, lo reconozco, intentando ayudar a los tontos como yo, que se le escapaban muchas cosas.
—Espero que hayas aprendido la lección, ¿eh, Nick? —dijo—. ¿Has visto ya las consecuencias de no devolver más de lo que recibes?
—Bueno —reconocí—, creo que he aprendido algo. Si eso es lo que querías enseñarme, creo que lo he aprendido.
—Mira, es posible que el otro tipo te arree más fuerte que tú, o que tenga un culo más duro y no le hagas tanto daño como él a ti. O supongamos que te encuentras en una situación parecida a la que hemos representado Buck y yo: dos tipos se ponen a darte patadas en el culo, de manera que tú recibes dos por cada una que das. Si te encuentras en un caso así, que es más o menos lo que te ocurre con esos tipos, puedes perder el culo antes de que tengas tiempo de quitarte el sombrero para saludar.
—Pero si esos macarras no me dan patadas —objeté—, se limitan a contestarme mal y a darme algún empujón.
—El mismo caso. Exactamente el mismo caso. ¿No, Buck?
—¡El mismo! Mira, Nick, si un tipo te fastidia, la mejor moneda que puedes devolverle es fastidiarle el doble. De lo contrario, como mucho, solo empatas, y así no arreglarás nada.
—¡Pues claro! —dijo Ken—. Te diré lo que tienes que hacer con esos macarras: la próxima vez que parezca que van a replicarte, limítate a darles una patada en los huevos tan fuerte como puedas.
—¿Eh? —dije—. Pero... pero eso tiene que doler muchísimo.
—No, qué va. No si llevas un buen par de botas sin agujeros.
—Es verdad —dijo Buck—. Tú procura que no sobresalga ningún dedo y verás cómo no te hace daño.
—Pero si yo me refería a los chulos —contesté—. Yo no creo que pudiera soportar una patada en los huevos, aunque fuera flojita.
—¿A ellos? A ellos, claro. Claro que les hará daño —asintió Ken—. ¿Cómo quieres que se porten bien si no les haces daño?
—Estás consintiendo demasiado, Nick —dijo Buck—. Te aseguro que no me gustaría estar presente si un macarra le levantase la voz a Ken. No se contentaría con patearle las pelotas. Antes de que se diera cuenta, habría sacado el pistolón y le habría destrozado la boca respondona.
—¡Vamos! —dijo Ken—. Lo mandaría al infierno sin pestañear.
—Sí, Nick, estás consintiendo demasiado. Demasiado para un funcionario orgulloso, inteligente y destacado como el viejo Ken. Ken los dejaría más muertos que mi abuela, si estuviera en tu lugar. Ya lo has oído.
—¡Desde luego! Eso es lo que haría.
Bueno...
Ya tenía lo que había ido a buscar y, además, se estaba haciendo un poco tarde. Así que le di las gracias a Ken por su consejo y me levanté. Estaba todavía un poco aturdido, con una especie de temblorcillo en los talones. Ken me preguntó si creía que podía llegar a la estación sin ayuda.
—Me parece que sí —respondí—. Vamos, eso espero. No estaría bien pedirte que me acompañaras después de todo lo que has hecho por mí.
—Pero ¡bueno!, eso ni se pregunta —dijo Ken—. ¿Crees que voy a dejar que se vaya al tren solo un tipo tan importante como tú?
—No querría molestarte —dije.
—¿Molestarme? Pero ¡si es un placer! Buck, salta de esa silla ahora mismo y acompaña a Nick a la estación.
Buck asintió y se levantó. Dije que no quería causar ninguna molestia y él dijo que no era ninguna molestia.
—Espero no aburrirte —dijo—. Ya sé que no soy tan buena compañía como Ken.
—Seguro que sí. Pareces un tipo muy interesante.
—Lo intento —afirmó Buck—. Sí, señor, lo intento de veras.