Читать книгу 1.280 almas. El asesino dentro de mí. Los timadores. La huida. - Jim Thompson - Страница 26

21

Оглавление

Era domingo por la mañana. Muy, muy temprano. Alcancé a oír el canto de un gallo procedente de los campos. Pensé que era un gallo tonto o que le quedaba poco para serlo, porque faltaba por lo menos una hora para que amaneciese.

Sí, señor, había un silencio sepulcral. Podría decirse que ninguna criatura viva se movía. Excepción hecha de mí, que movía el culo de un lado a otro para estar cómodo, y excepción hecha de Rose.

Al parecer, estaba en la cocina preparando café. Oí un estropicio de platos e imaginé que había arrojado la taza a la pared; acto seguido, oí una sarta de palabras murmuradas que debían de ser maldiciones.

Bostecé y me desperecé. Quizá necesitaba dormir un poco más, aunque creo que siempre me hace falta algo más de sueño, lo mismo que estar comiendo siempre. Mis trabajos eran muy duros —ni el viejo Hércules imaginaba cuánto—, ¿y qué otra cosa se podía hacer más que comer y dormir? Cuando comes y duermes, no tienes que preocuparte por las cosas que no tienen solución. ¿Qué otra cosa se puede hacer salvo reír y tomárselo a cachondeo? ¿Qué otra cosa puede soportarse cuando todo es insoportable?

Está clarísimo que llorar no soluciona nada. Lo había intentado en algunos momentos de angustia —había llorado y gritado tan fuerte como un tipo puede hacerlo— y no me había servido de nada.

Volví a bostezar y a desperezarme.

«Domingo en Potts County —pensé—. Domingo en Potts County, mi amada va a abandonarme y espero que no me afecte. Los ojos me traicionan y nadie va a creerme».

Pienso: «Hostia, Nick, si no tuvieras ya un empleo fijo, serías poeta. El poeta laureado de los juegos florales de Potts County, toma ya. Apañarías poesías que hablasen de las meadas que tamborilean con múltiples ecos en los orinales, de los guripas con diarrea, de los ojetes que sueltan el mondongo y...».

Entró Rose y se colocó junto a mi cama.

Me miró. Se mordía el labio. Tenía el rostro contraído como un puñado de barro con el que ha jugado un niño.

—Voy a decirte algo, Nick Corey —dijo—, y piensa que te sonríe la suerte, porque si pudiera, haría algo más que hablarte. He de verte colgando del cuello, puerco bastardo. Voy a contar que mataste a Tom, maldito seas, y me moriré de risa cuando tiren de la cuerda y... y...

—¿No ibas a decirme una cosa? Ya llevas una docena.

—¡Maricón! No voy a decirte lo que pienso porque soy una mujer decente. Si no lo fuera, ¿sabes qué te diría? ¿Sabes qué te haría, cabrón, hijo de puta? Levantaría una pata y me mearía en tu boca hasta limpiarte esa mierda que tienes por cerebro.

—Eh, un momento, Rose. Mejor será que te domines o acabarás diciendo algo feo.

Empezó a gritar y salió dando tumbos de la habitación.

Se sentó en el salón, gritando y sollozando. Al cabo de un rato, la oí murmurar. Se preguntaba en voz alta cómo «un individuo» —yo, supongo— podía hacer algo tan terrible.

¿Qué podía decirle, salvo que no era fácil? Porque no lo era. ¿Cómo podía explicarle lo que ni siquiera yo comprendía del todo?

¿Y?

Ahora contaré lo que había ocurrido.

1.280 almas. El asesino dentro de mí. Los timadores. La huida.

Подняться наверх