Читать книгу 1.280 almas. El asesino dentro de mí. Los timadores. La huida. - Jim Thompson - Страница 27

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Después de acompañar a George Barnes a la estación el domingo anterior, me dejé caer por la casa de Amy Mason. Lo mejor era decirle que había estado bromeando con Barnes, que no tenía intención de dejar que acusaran a Ken Lacey de la muerte de los dos chulos, pero por la forma en que me saltó encima en cuanto me vio, apenas tuve oportunidad de decir nada.

—¡Te lo advertí, Nick! —me espetó—. ¡Te advertí que no lo hicieras! ¡Ahora pagarás las consecuencias!

—Un momento, cariño —dije—. ¿Qué...?

—Voy a enviarle un telegrama al gobernador. ¡Eso voy a hacer! ¡Esta misma noche! ¡Voy a decirle quién es el verdadero culpable de la muerte de aquellos dos... hombres!

—Pero, Amy, yo no...

—Lo siento, Nick. Ni te imaginas cómo me duele, pero he de hacerlo. No puedo consentir una ejecución injusta, y si acusan al sheriff Lacey de los crímenes, lo haría.

Me las ingenié para que por fin me escuchase. Le dije que ni se me había ocurrido incriminar a Ken.

—Solo era una broma, ¿entiendes? Le estaba tomando el pelo a Barnes.

—¿Cómo? —Me miró severamente—. ¿Hablas en serio?

—¡Claro que sí! Tendrías que haberle visto la cara cuando le dije que había visto a los chulos vivos al día siguiente de estar Ken en Potts County.

—Ah...

Aún no las tenía todas consigo. No estaba totalmente convencida de que no tuviera ningún plan para incriminar a Ken y salir así del embrollo. Acabé por perder la paciencia y le dije que no era muy agradable que dudase de mi palabra cuando no tenía ningún motivo.

—Lo siento. —Me sonrió y me dio un beso rápido en la mejilla—. Te creo, cariño, y voy a decirte otra cosa: si yo detestara al sheriff Lacey como tú, probablemente también querría verle muerto.

—¿Detestarle? ¿Qué te hace pensar que lo detesto?

—Vamos, cariño, pero si se ve a la legua. ¿Qué te ha hecho para que le guardes tanto rencor?

—Pero si no le guardo ningún rencor —dije—. Yo no lo odio. Además, no importa lo que sienta por él. Él es así; ya sabes las cosas que les hace a los demás. Yo... bueno, es difícil de explicar, pero... pero...

—No importa, cariño —dijo riéndose y besándome otra vez—. No vas a hacerle nada y eso es lo que importa.

Aquello no terminó allí, ¿sabéis? Ni en broma. Yo habría jurado que jamás le había tenido inquina a nadie, ni la más remota sombra de rencor. De haber sentido alguna vez el pinchazo de un disgusto, nunca había sido ese el desencadenante.

Eso era lo que yo creía hasta que a Amy se le ocurrió decir aquello. Me quedé algo preocupado. Podía apartar a Ken Lacey de mi cabeza hasta que tuviera que actuar contra él, pero los demás, bueno, es posible que todos pensaran igual, ¿no? Si creían que me había movido el resentimiento contra Ken, podían pensar que me comportaría de la misma manera con los demás.

Teniendo en cuenta lo que iba a hacer, las personas de las que me iba a ocupar...

Me di cuenta de que tenía que hacerlo. No tenía otra alternativa.

Deseaba que las cosas terminaran. Yo soy un tipo sufrido, si se me permite decirlo, pero ellos no pensaban igual.

Rose llamaba a Myra todos los días e insinuaba que necesitaba que le hiciera esto o aquello, y Myra no hacía más que azuzarme para que fuera e hiciera lo que Rose quería (que no era lo que creía Myra). Mientras, Amy insistía en que no podía ver a Rose más que una sola vez: una sola y se acabó. Y a Lennie le había dado por seguirme y espiarme. Y...

Llegó el sábado por la noche y yo ya no podía más. ¡Todos se la estaban buscando! Y como dice el libro santo, busca y encontrarás.

Serían las ocho de la noche, aproximadamente una hora después del crepúsculo.

Yo corría por los algodonales agazapado, lo que no me ocultaba demasiado, porque las plantas eran de escasa altura. Cualquiera podía verme a la luz del anochecer incluso desde lejos. Eso pretendía.

A Lennie no le gustaba andar. Por lo general, no sobrepasaba los límites del pueblo. Fue un verdadero reto conseguir que me siguiera hasta la casa de Rose.

Salí del algodonal y corrí hacia el edificio. Por el rabillo del ojo vi que Lennie se incorporaba en el plantío. Me miraba boquiabierto. Me vio llegar a la casa y llamar a la puerta. Creía sinceramente que me tenía atrapado, dijo después, que nos tenía atrapados a Rose y a mí. Como me había visto acercarme a hurtadillas a la casa de noche, no tardó en acercarse a espiar un poco. Después volvió al pueblo con una buena historia que contarle a Myra. Un chismorreo realmente sabroso sobre su marido y su mejor amiga.

Eso era precisamente lo que yo quería.

Eso era precisamente lo que yo había planeado.

Lennie buscaba algo que contar a Myra, cojonudo, pero iba a ser mucho peor de lo que se imaginaba.

—Nick... —Rose abrió la puerta—. ¿Qué...? ¿Dónde has estado? ¿Por qué no has venido estos días?

—Luego. —Me colé en la casa y cerré la puerta. La besé; así le mantenía la boca cerrada hasta que la vi dispuesta a escuchar—. No he podido venir antes, nena, porque he estado tramando algo. Tenemos que desembarazarnos de Myra y de Lennie y ya he dado el primer paso. Ahora necesito tu ayuda. He venido a pedírtela. Si no quieres hacerlo, dilo: nos olvidamos de que podemos librarnos de ellos y seguimos como hasta ahora.

—Pero... bueno, ¿qué...?

Quería colaborar, pero estaba confusa y aturdida. Yo había hablado muy deprisa, fingiendo que estaba nervioso y atropellándome al decirlo, de manera que obtuve su consentimiento, aunque tenía el ceño fruncido y se preguntaba qué coño sería todo aquello.

—Bueno, olvídalo —dije dirigiéndome a la puerta—. Olvida lo que te he pedido, Rose; siento haberte molestado.

—¡Eh, espera! ¡Espera, cariño! —Me sujetó—. Solo me preguntaba qué... Por qué... pero lo haré, amor mío. ¡Dime de qué se trata!

—Primero espera un par de minutos. Después, saltas, coges a Lennie y...

—¡Lennie! —boqueó asustada—. ¿Está...?

—Me ha seguido hasta aquí. Le incité a que lo hiciera porque forma parte del plan. Lo coges, lo metes en casa y le dices lo siguiente...

Le expliqué lo que tenía que decir, la esencia, vamos. Se puso pálida y se me quedó mirando como si me hubiera vuelto loco.

—¡Ni... Nick! Eso... ¡Eso es absurdo! ¡No puedo...!

—Claro que es absurdo. Tiene que ser absurdo, ¿no te das cuenta?

—Pero... bueno... —dijo entornando los ojos un poco—. Sí, ya entiendo... Pero, Nick, cariño, ¿qué hay de lo demás? ¿Cómo va...?

—No tengo tiempo de explicártelo. Tú encárgate de Lennie y ya hablaremos después.

Me volví y me dirigí al dormitorio, fingiendo que daba por supuesto, ya me entendéis, que Rose iba a hacer lo que le había dicho.

Se quedó un rato sin moverse, temblorosa e insegura. Fruncía el ceño y quizá estaba un poco asustada. Dio un paso hacia el dormitorio, como para llamarme. Entonces, se dio la vuelta, abrió la puerta y salió precipitadamente al exterior.

Oí carreras apagadas, pasos rápidos en el barro duro del patio. Oí un grito cuando Rose cogió a Lennie, y después el parloteo y las risas tontas del chico mientras ella lo metía a empujones en la casa. Algo divertido, sí, pero también un poco asustado.

Fueron a la cocina. Yo estaba escondido, escrutando y escuchando.

—Muy bien —dijo Rose, los ojos puro veneno cuando miraba a Lennie—. ¿Qué hacías ahí escondido?

Lennie rio, sonrió satisfecho y se llevó las manos a la boca. Dijo que nos había pillado.

—Espera y verás cuando se lo cuente a Myra. ¡Lo he visto! ¡He visto a ese cuco de Nick! ¡Ha venido a escondidas para hacer cosas feas contigo!

—¿Te refieres a follar? —le preguntó Rose—. ¿Por qué dices que follar es feo?

—¡Oooh! —Lennie señaló a Rose con un dedo tembloroso, los ojos como platos—. ¡Lo hacéis, lo hacéis! ¡Ahora sí que os he pillado! Voy a decirle a Myra...

—¿Crees que le va a importar? —dijo Rose—. Tú follas con Myra. ¡No digas que no, cara de cretino! ¡Por eso te has quedado tonto, por follártela tanto! ¡Se la has metido tantas veces que se te han movido los cojones y el culo!

Estuve a punto de echarme a reír.

¡Ay, Rose! ¡No había otra como ella, me cago en la leche! En menos de un minuto había aturdido tanto a Lennie que el chico no habría podido encontrar su propia cabezota aunque le hubieran colgado un cencerro. Volvió a señalarla con el dedo, temblando de pies a cabeza. Se frotó los ojos con la otra mano mientras balbuceaba.

—¡Es mentira! ¡Es mentira! ¡Nunca he hecho eso y...!

—¡Una mierda, no lo has hecho! ¡Tú no eres su hermano, eres su amante! ¡Por eso te aguanta, porque le das gusto en el chocho! ¡Porque tú no tienes freno y ella es una viciosa!

—¡No es verdá! ¡No es verdá! Eres... eres... una mentirosa desgraciada...

—¡Mentiroso tú, bastardo cabrón! —Rose blandió el puño en la cara de Lennie—. ¡He visto cómo se la metías! Subí por una escalera de los pintores y miré por la ventana y, maldita sea, estabas dándole y dándole como un fuelle. ¡Le castigabas tanto el conejo que parecía que te ibas a colar dentro!

En suma, aquello era mejor que el circo. Desde luego, era estupendo lo que podía hacer un tipo cuando se lo proponía de verdad.

Allí estaban, hablando de algo tan normal y cotidiano como la fornicación, un efímero placer. Para unos, algo bueno y natural, mientras que para otros, no; el caso es que siempre era un tema controvertido, y ese era el tema ahora.

Se oyeron carcajadas: una forma de zanjar la conversación cuando uno no sabe cómo acabar.

—¡Se lo diré a Myra! —balbucía Lennie—. ¡Le diré lo que has dicho de ella, todas las cosas feas que...!

—¿No te jode? —dijo Rose, como si dijera «¿no te digo?»—. Tú me quieres comer el coño —como si dijera «tú me quieres comer el coco»—. Lo mejor será que tú y Myra dejéis de jugar a meterla y sacarla, muchacho, porque, si no, se te va a secar el seso igual que las pelotas.

—¡Se lo voy a decir a Myra! —gimió Lennie dirigiéndose a la puerta—. ¡Ya sabes la que te espera!

—Dile que ella tendrá un agujero, pero que tú no tienes un árbol —le contestó Rose—. Dile que le harás cosquillas en la raja si te silba Old Black Joe.

Le dio un empujón a Lennie. El tonto salió despedido por la puerta, cruzó el porche y aterrizó de bruces en el patio.

Se levantó murmurando y frotándose los ojos. Rose le soltó una última perorata, acusándolos a ambos de un montón de animaladas. Lo que salió de aquella boca fue muy hiriente. En comparación, lo que había dicho hasta el momento era un cumplido.

Volvió a entrar y cerró de un portazo. La abracé y le aseguré que lo había hecho de maravilla.

—Qué, ¿empiezas a comprender? —dije—. Lennie no sale nunca del pueblo. No solo es demasiado vago para andar tanto, sino que le da miedo alejarse demasiado. Myra lo sabe, y sabe que es más probable que le salieran alas y echara a volar a que se le hubiera ocurrido venir a tu casa. ¿Qué crees que pasará cuando regrese y le diga a Myra que ha estado aquí?

—Hum —dijo Rose, asintiendo lentamente—. Probablemente no le creerá. Pero ¿qué...?

—No le creerá. De todos modos, tendrá sus dudas. Entonces él le contará todas las porquerías que has dicho, que se acuesta con Lennie y lo demás. ¿Cómo va a creerse eso? ¿Cómo va a creer que su mejor amiga, una dama intachable, ha empezado de repente a decir barbaridades de ella?

—Mmm. —Rose asintió de nuevo—. Por un lado, no creerá que Lennie haya estado aquí y, por el otro, tampoco le creerá cuando le cuente lo que ha pasado en esta casa. Tal como ella piensa, creerá que Lennie se lo ha inventado todo y recibirá unos cachetes por embustero. Pero...

—No solo por mentiroso —dije—, sino también por peligroso. Esas mentiras sacuden los hogares y matan a la gente. Myra no querrá correr el riesgo de que vuelva a ocurrir. Pensará que es hora de afrontar la verdad y se lo llevará a algún lugar lejano, como ha dicho alguna vez que hará.

—¿Sí? —Rose me lanzó una mirada sorprendida—. ¿Cuándo ha dicho Myra una cosa así? Si apenas soporta que Lennie se aleje de ella...

Dije que Myra le había amenazado con llevárselo un par de veces, cuando se había cabreado mucho con él, y, efectivamente, no soportaba que Lennie se alejara de ella.

—Por eso nunca ha tomado ninguna medida al respecto, porque no quiere separarse de él y, al mismo tiempo, no quiere irse de Potts County. Ahora no tiene más remedio. Lennie se irá y ella, también.

Rose dijo que no estaba tan segura. No estaba mal pensado, pero no teníamos ninguna garantía de que fuera a ocurrir así. Yo contesté que bueno, que por supuesto tendríamos que forzar un poco las cosas.

—Myra se sentirá obligada a decírmelo. A nosotros, naturalmente, nos sentará como un tiro. Cuanto más preocupados parezcamos, más preocupada estará ella. Nos mostraremos inquietos por lo que Lennie pueda hacer a partir de ahora, ya me entiendes, como coger un hacha de cocina y matar a la gente en vez de andar contando mentiras de esa misma gente. O prender fuego a las casas. O perseguir a niñas. O... Bueno, tú no te preocupes, nena. —Le di un pellizco y una palmadita en el culo—. Todo saldrá a pedir de boca, absolutamente todo. No tengo la menor duda.

Rose se encogió de hombros y dijo que bueno, que quizá fuera así, que yo conocía a Myra mejor que ella. Entonces se me apretujó y me mordió la oreja. Yo la besé y me aparté.

—Lennie no anda muy deprisa —expliqué—. Voy a atajar por en medio del campo y llegaré al pueblo antes que él. Por si acaso, ya sabes.

—¿Por si acaso? —Rose frunció el ceño—. ¿Qué quieres decir?

—Por si necesitáramos una prueba irrefutable, algo que anulase la menor duda que Myra pudiera albergar. Si Lennie llega al Palacio de Justicia diciendo que yo estoy aquí, ¿no es una magnífica idea que me encuentre en mi oficina en ese momento?

Rose tuvo que admitir que lo era, aunque le fastidiaba que no me quedase.

Le prometí que volveríamos a vernos al día siguiente, más o menos. Me marché antes de que pudiera decir nada más.

Por supuesto, no volví al pueblo. Ya sabía lo que iba a pasar allí; lo que quería saber era qué iba a pasar en el lugar donde me encontraba, aunque tenía una ligera idea. Quizá pudiera contribuir al desarrollo de los hechos, si hacía falta.

Rodeé los plantíos hasta que llegué a la vereda que daba al camino. Me dispuse a esperar en cuclillas, tras un arbusto achaparrado.

Pasó cerca de hora y media. Empezaba a preocuparme, preguntándome si no me habría equivocado, cuando oí el chirrido de las ruedas de una calesa que se acercaba deprisa.

Aparté unas ramas y escruté. Lennie y Myra llegaban a toda velocidad, ella con las riendas en la mano; la cabeza de él bamboleándose adelante y atrás. Lennie llevaba algo en las rodillas, un objeto negro, parecido a una caja, y con una mano aferraba lo que parecía un bastón. Me rasqué la cabeza pensando qué coño sería aquello —la caja y el bastón—, pero la calesa ya me había rebasado, había recorrido la vereda y entrado en el patio de la casa.

Myra detuvo el caballo con un «¡so!». Bajaron los dos del carruaje y ella pasó las riendas por la cabeza del animal para evitar que se marchase. Cruzaron el patio y entraron en el porche.

Myra aporreó la puerta, que se abrió al cabo de un minuto. La luz de una lámpara perfiló su cara, pálida y con expresión decidida. Entró, cogió a Lennie por el hombro y de un empujón lo hizo pasar por delante de ella. Entonces vi qué llevaba el chico en la mano.

Era una máquina de retratar y uno de esos palos que relampaguean para sacar fotos en interiores.

1.280 almas. El asesino dentro de mí. Los timadores. La huida.

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