Читать книгу 1.280 almas. El asesino dentro de mí. Los timadores. La huida. - Jim Thompson - Страница 11
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ОглавлениеQuise cenar cerca de la estación y compré comida en abundancia para Buck y para mí. Cuando llegó el tren, Buck me acompañó hasta el vagón que me correspondía. No es que no lo pudiera haber hecho yo solo, pues ya me encontraba perfectamente, pero lo estábamos pasando en grande, como había supuesto, y teníamos cantidad de cosas que contarnos.
Me quedé dormido en cuanto le di el billete al revisor, pero no descansé bien. Fatigado como estaba, me sumergí en un sueño agitado, en la pesadilla que siempre me perseguía. Soñé que volvía a ser un niño, solo que parecía real. Yo era un niño y vivía en una ruinosa granja con mi padre. Quería escapar de él y no podía, y cada vez que me ponía las manos encima, me daba de palos hasta dejarme medio muerto.
Soñaba que me escabullía por una puerta, pensando que conseguiría zafarme de él, pero de repente me cogían por detrás.
Soñaba que le servía el desayuno en la mesa y que intentaba protegerme con los brazos cuando me lo tiraba a la cara.
Soñaba —vivía— que le enseñaba el premio de lectura que había ganado en la escuela porque estaba seguro de que le gustaría y yo quería enseñárselo a alguien; y soñaba —vivía— que me levantaba del suelo con las narices chorreando sangre por el golpe que me había dado con la pequeña copa de plata. Él me gritaba, me chillaba que estaba en la escuela porque era un desastre para todo lo demás.
En realidad, creo que no podía soportar que yo hiciera nada bien, porque si yo hacía algo bien, ya no podía ser el monstruo anormal que había matado a su madre al nacer. Y yo estaba obligado a serlo. Él necesitaba tener siempre algo de que acusarme.
Ya no le guardo tanto rencor, porque he visto a muchas personas más o menos como él. Personas que buscan soluciones fáciles a problemas inmensos. Individuos que culpan a los judíos o a los tipos de color de todas las cosas malas que les han ocurrido. Individuos que no se dan cuenta de que en un mundo tan grande como el nuestro hay muchísimas cosas que por fuerza tienen que ir mal. Y si hay respuesta al porqué de todo esto —y no siempre la hay—, lo más probable es que no sea una sola, sino miles.
Pero así era mi padre. Esa clase de personas que compran libros escritos por un fulano que no sabe una mierda más que ellos (de lo contrario, no se habría puesto a escribir libros) y que al parecer tiene que enseñarles las cosas. O de los que compran un frasco de píldoras. O de los que dicen que la culpa de todo la tienen los demás y que la solución consiste en acabar con ellos. O de los que afirman que hay que entrar en guerra con otro país. O... Dios sabe qué.
Como sea, la cuestión es que mi padre era así, y así me crié yo. No me extraña, mira por dónde, que las mujeres y yo siempre nos hayamos llevado tan bien. Me doy cuenta de que, en realidad, les voy, como si me saliera de forma involuntaria. Porque un tipo ha de gustar, es natural que sea así. Y las chicas sienten naturalmente la necesidad de gustar a un hombre.
Al pensar en eso, creo que estaba confundido lo mismo que los individuos de los que he hablado. Porque no hay problema más gordo que el amor. No hay nada más difícil de abordar, y yo estaba buscando una solución al respecto.