Читать книгу Sodio - Jorge Consiglio - Страница 13
ОглавлениеMi hermana Emi también se había venido a Buenos Aires. Estaba casada con un veterinario que trabajaba en un laboratorio de análisis clínicos. Era un tipo raro, despedía olor a pollo. No era un vaho ocasional sino una atmósfera –tenía cierta materialidad− que crecía de a poco. Vivían felices en Adrogué, en una casa grande, con dos hijos varones, traviesos hasta la locura.
Emi fue de rápida evolución: en seis meses se convirtió en un satélite de su marido. Apagó su individualidad y sobrevivió como un ente que orbitaba en torno al veterinario. Igual que mi madre, amaba la Segunda Guerra pero, a diferencia de ella, mi hermana se detenía en curiosidades. Para Emi, esas rarezas, que descubría en eternas derivas por internet, eran erudición. A veces, muy de vez en cuando, algún que otro domingo, yo iba a almorzar a su casa. Soportaba como podía la embestida de mis sobrinos. El más chico me pisaba los zapatos y me obligaba a jugar con él. Emi hacía ravioles con salsa de champiñones, nuez moscada y pimienta negra. Durante la comida, nos contaba sus hallazgos. Elijo al azar. Un general alemán confesó que prefería a los italianos como enemigos antes que aliados: para vencerlos necesitaba cinco divisiones, para defenderlos, veintisiete.