Читать книгу Sodio - Jorge Consiglio - Страница 16
ОглавлениеMe asomé al cajón. Del Vecchio estaba como lo había conocido, los años habían refinado su magnífica cara de prócer. El declive se notaba, sobre todo, en las arrugas que nacían en el borde de los ojos y se expandían sobre las sienes. El detalle me atrapó. Literalmente, no podía entender esa forma de la vejez. Me agaché y miré con cuidado. La piel era rosada, parecía delicadísima, y las arrugas eran profundas, pero mantenían una tersura en el trazo –un compás, podría decirse− que daba la idea de que eran fruto de un desgaste amoroso y sutil. Es el agua, el roce con el agua, me dijo un tipo que estaba a mi lado. Giré la cabeza. ¿Sabés quién soy?, preguntó. Era un antiguo compañero de natación, otro alumno de Del Vecchio. Salimos a la vereda a charlar; las manos en los bolsillos, las solapas levantadas. El cielo estaba completamente cubierto, tanto que la calle parecía techada. Insólito: me había quedado sin cigarrillos. Insólito: mi viejo compañero fumaba la misma marca que yo. Casi no me acordaba nada de él –lo había dejado de ver en la infancia−, pero el tipo tenía noticias recientes sobre mí. Cada tanto hablo con tu hermana, me dijo. ¿Con mi hermana? Sí, hablamos cada tanto, repitió. Mejor no pensar, me dije. Era alto. Tenía un apodo de esos que usan las clases altas: Toni o Cuti o Facu. Sus proyectos eran concretos. Quería instalar una placa en memoria de Del Vecchio en la pileta que había sido su hábitat. Me negué a participar en la movida, pero esa vuelta al pasado –de la mano de mi hermana, de Del Vecchio y de Toni o Cuti o Facu− hizo que cambiara la mirada sobre el agua: dejó de ser un hobby y pasó a ser un elemento que justificaba mi vida.