Читать книгу Sodio - Jorge Consiglio - Страница 19

Оглавление

Raisa –extremidades largas− se movía como si tuviera todo el tiempo por delante. El viento soplaba a su favor, siempre. A esa ventura, que era puro azar, le sumaba un ingrediente personal: su habilidad extraordinaria para tomar decisiones. En otras palabras, se libraba con elegancia de lo binario. Para ella, nada era blanco o negro, manejaba una amplísima gama de grises. En aquel momento, vivía en la calle Laprida. Su departamento, espacioso y señorial, era parte de su herencia: los padres habían sido generosos con ella. En el living tenía un piano Pleyel de un cuarto de cola. Y las cortinas que cubrían las ventanas –enormes paños de terciopelo− eran parecidas, en espesor y gravedad, a las del teatro Olympia de París.

A los dos días del episodio de La Biela, Raisa tenía turno en mi consultorio. Vino con una pollera tableada y su mejor sonrisa. Trabajarle la boca me generó una confusión que controlé enseguida. De todas formas, durante la consulta conservé un estado de nerviosismo que se reflejó en mi voz: más aguda, alejada de la inflexión habitual. Raisa se divertía con mi circunstancia. Nada la afectaba, se movía ligera y con un dejo de malicia. Hizo dos preguntas sobre odontología y noté que mis respuestas, demasiado formales, le parecieron ridículas. Me retraje. Hay que hablar menos, me dije. Reflexioné: Discreción. Ante todo, discreción. Ella marcaba el pulso de la charla. Dijo como si nada: El miércoles hacemos un concierto en casa. Venite. Me corrí el barbijo. Aspiré el sodio que usaban para desinfectar la sala. Tocamos un dúo de oboe y piano de Haas, dijo. Haas, repetí como si lo conociera. Salgo con un alemán que adora a Haas, agregó. Y me clavó la mirada en el mentón. Entendí –lo supe, juro que lo supe− que los dos, por caminos diferentes, llegábamos a los mismos lugares.

Sodio

Подняться наверх