Читать книгу Sodio - Jorge Consiglio - Страница 22
ОглавлениеEl novio de Raisa había nacido en Dachau. Se llamaba Karl y desde chico disfrutaba de la música: era la tercera generación de oboístas. Hablaba poco, pero tocaba extraordinariamente. También era estúpido, muy estúpido. Quizás por hábito social: en Alemania, el Estado lo resolvía todo, absolutamente todo. Fue él quien me recibió en casa de Raisa. Se presentó y, casi sin transición, me incorporó a una rueda de gente. Un amigo de mi novia, dijo, y me dejó con ellos. Eran tres personas y hablaban de historia argentina con total soltura. Un viejo aseguraba que durante el gobierno de Roca se habían tomado medidas económicas extraordinariamente acertadas. Considerar al presidente Roca un simple mataindios es cosa de ignorantes, dijo.
Un mozo servía copitas de brandy. Agarré dos y las vacié. Después, otras dos. La bebida me noqueó de inmediato y este hecho me avergonzó. Sentía que no estaba a la altura de las circunstancias. Me apoyé en una mesa y escuché a los que me rodeaban mientras esperaba que se me pasara el mareo. En ese momento, de la nada, apareció Raisa con un vaso de agua en la mano. Pestañaba seguido, y ese tic le sumaba belleza. Me saludó con un beso en la mejilla, un roce. Se hizo evidente la sociabilidad, pero no el afecto. ¿Todo bien?, preguntó y no esperó mi respuesta. Encogió los hombros y siguió con los saludos. Aproveché su entrada para despegarme del grupo. Atravesé una cortina y salí al balcón que daba a la calle. Encendí un cigarrillo y me dejé estar. En el horizonte, se estiraba una nube. La noche, el aire de la noche, me limpió la cabeza enseguida. Quedé como nuevo. Pude fumar plácido, con la mirada vacía. El tráfico de Santa Fe resonaba de fondo. Me metí un Mentoliptus en la boca y entré al salón. En ese momento, los músicos se acomodaban para tocar. Raisa hizo un gesto con la cabeza y se alisó la pollera antes de sentarse. El concierto duró menos de lo esperado, mucho menos, y resultó excepcional: las obras de Haas se escucharon nítidas. Cosa rara, hubo momentos del concierto que me llevaron a mi infancia o, más precisamente, a ciertas mañanas de mi infancia.
Terminó la música y sirvieron champagne. Fueron generosos. Yo me senté en el apoyabrazos de un sillón y charlé con una chica de diecinueve años. El hilo dental es indispensable para una buena limpieza, comenté. Después, me acerqué a Raisa. Estaba radiante y extenuada. Es tarde, le dije. Voy yendo. Quería hablar conmigo y me lo hizo saber con un gesto. ¿Mañana?, pregunté. Mañana, confirmó. Cerca del mediodía. Acá en casa, dijo. Tenía el rímel del ojo izquierdo corrido, apenas, dos milímetros. Era tan luminosa que ese defecto también la adornaba.