Читать книгу Sodio - Jorge Consiglio - Страница 14

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Con los años, las cejas se me pusieron igual a las de mi madre, una más gruesa que la otra. La metafísica de los padres, pensé. Recordé el gesto que hacía ella, me llegó como una especie de revelación, y lo repetí –arqueé la ceja más poblada− para distinguirme. Son pequeños ademanes que en ciertas ocasiones producen cambios formidables.

Fui materialista toda mi vida; sin embargo, sería tonto negar la importancia de la energía en la confección del destino. Al tiempo de esta alteración –al de las cejas, me refiero− recibí una noticia, una de las malas. Mi hermana se había enterado –se lo había contado el conocido de un conocido− que Leonardo Del Vecchio, nuestro viejo profesor de natación, acababa de morir. Beatíficamente: infartó mientras dormía. La verdad es que el hecho me afectó poco y nada. Me acordaba muy seguido de Del Vecchio, pero era un afecto del pasado. Cuando Emi me lo dijo, hice un chistido de lamento en el teléfono y enseguida, como para despejarme la garganta, tomé un sorbo de café. Es hoy, dijo Emi. Lo velan en la calle Acevedo. Hay que ir. Me negué. Tenía cosas que hacer y pocas ganas de moverme, pero ella estaba convencidísima. Empujó hasta que cedí. Venite en taxi hasta el instituto. Vamos al velorio, después te llevo a tu casa, le dije.

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