Читать книгу Sodio - Jorge Consiglio - Страница 7

Оглавление

Mi padre hablaba poco. La competencia mueve el mundo, decía. Idea rústica pero verdadera: la rivalidad −y el beneficio− como eje del dinamismo. La competencia, la competencia, repetía. Procesé esa idea y ahora la reformulo: los vínculos humanos son transaccionales, sin excepción. Lo pienso. Soy adulto. ¿Tengo alternativa? Varias veces, la experiencia, con su barbarie, me corrigió el punto de vista. Un golpe, un golpecito en la mano, como castigo por tocar algo indebido. Así se marca la falta, el lapsus. Olvidé por completo la maquinaria de la infancia. Los años se acomodaron unos sobre otros como la grasa en el abdomen. Dobleces. Fuelle. Durante la adolescencia, el espíritu gregario −no el mío, el de los otros− me mantuvo con vida.

*

Durante años no pasa nada y de golpe, en un mismo día, las cosas se encadenan y todo se viene abajo. Un jueves, mi madre llegó distinta del dispensario, con algo en la cara, como un asombro, que le agrandaba los ojos. La piel de los párpados, tensa, tensísima, daba la impresión de que en cualquier momento iba a ceder. Entró decidida y se acomodó el pelo con una mano. Después hizo un gesto insólito: dobló los labios como si la gravedad los venciera. Y esa tontería, esa nada, la convirtió, de un momento a otro, en una vieja. Como era enormemente perceptiva, descubrió el cambio en el reflejo de nuestros ojos –estábamos mi hermana y yo; mi padre, siempre ausente−. El terror le heló la sangre, pero como no se entregaba fácil, activó enseguida un descomunal sistema. Neutralizó la rigidez y detuvo en segundos el declive. Después endureció la mirada, sacudió la cabeza: con ella no iban a poder. Una tragedia de las mínimas. Duró lo que un estornudo.

Su malestar tenía dos razones. La primera, una discusión con la jefa más odiada; la segunda, haber sido testigo de un accidente, alguien había caído de un quinto piso. En la cena, contó estos hechos, pero, en realidad, lo que hizo fue enumerar sus actividades del día. Puntualmente. Así era ella. Mi madre: Mejor ignorar lo que nos afecta. Pensar lo indispensable. Variar de rumbo. A esto se abocó con cuerpo y alma. Tenía una destreza única: les cambiaba el sentido a las palabras. Las frases que armaba, como es obvio, tenían otro significado. Y esta noción, este nuevo concepto, era inestable; su definición variaba con las circunstancias. Interpretar a mi madre resultaba imposible. Aquella vez, por ejemplo, nos dijo sin decirnos que había decido cambiar de ciudad. ¿Nos mudamos?, preguntó Emi convencida de haber entendido mal. Ya mismo. Lo antes posible, respondió mi padre. Nos va a venir bien a todos cambiar de aire.

Sodio

Подняться наверх