Читать книгу El Hispano - José Ángel Mañas - Страница 26

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El odio había acompañado a Idris desde que en las postrimerías de la noche cruzó las puertas de la ciudad en medio del silencio de los vigías, sin que nadie hiciera nada para detenerlo.

Llegó al Duero sin mirar en ningún momento hacia atrás. Los años podrían pasar, pero Idris nunca olvidaría los golpes que su padre le había prodigado tantas veces, el desprecio con que siempre le había tratado y que resultaba más hiriente por contraste con el amor que mostraba sin embozo por Retógenes…

Todo ese odio se había empozado en su alma.

Cuando esa tarde había bajado a la laguna para encontrarse con Aunia, lo único que quería era vengarse y escapar de la tiranía de Leukón.

Y cuando regresó a la ciudad ya había corrido la voz de la disputa entre ambos, y ningún numantino le dirigió la palabra. Eso propició que a la madrugada siguiente, después de dormir en el corral con los animales, recogiese sus pocas posesiones en un petate y saliese como un ladrón de una casa a la que no pensaba regresar jamás.

La orilla relucía con el rocío. Amanecía cuando Idris echó sus cosas dentro de uno de los muchos esquifes ocultos entre las hierbas. Lo empujó dentro del agua, se subió a él y cogió el remo que había encima. Sonaba el canto de una codorniz. El remo penetró una y otra vez en la superficie del agua. Por el aire volaba una alondra que Idris ni miró. Mientras guiaba la embarcación río abajo y sin volver la cabeza, permitió que la corriente lo alejase cada vez más rápido.

Al torcer el primer recodo del Duero sintió una exaltación liberadora y a la vez una gran congoja.

Ambos sentimientos eran como la luz y las sombras que luchaban en el horizonte que ya se encendía y donde la aurora se abría como una gran rosa en el cielo.

Así fue cómo Idris abandonó Numancia.

Se marchó para no regresar sino diez años después, cuando muchos pensaban que estaba muerto y nadie esperaba volver a verlo jamás.

El Hispano

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