Читать книгу El Hispano - José Ángel Mañas - Страница 37

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—¡Aunia!

La joven aún jadeaba y recuperaba el resuello mientras Aunia se calzaba en la orilla. Sus piernas relucían a la luz del sol, morenas y bien torneadas, con la firmeza de la juventud. A su lado las demás parecían niñas. Todas pertenecían al clan de los Leukón o al de Ávaros, el gran rival de Leukón, al que había disputado, sin éxito, la jefatura.

—Aunia, traigo noticias. ¡Idris ha vuelto a la ciudad!

—¿Estás segura de lo que dices?

La inquietud se había apoderado de Aunia. Un torbellino de emociones y pensamientos descabellados acudió a su cabeza. Esto era algo que ni ella ni nadie esperaba… No a esas alturas y desde luego no de esa manera.

—Como de que luce el sol. Ha cruzado la puerta norte. Llegó hasta la casa de su padre y allí se encaró con tu Retógenes. Mi prima estaba con Stena. Lo ha oído todo. Idris ha dicho que Numancia necesitará ayuda para defenderse de los romanos y que nadie puede quitarle el derecho a luchar por la ciudad. Leukón iba a echarle pero Stena ha intercedido por Idris…

Aunia torció el gesto y su hermana pequeña la ayudó a colocarse la toquilla, cubriendo las espesas trenzas sujetas por coleteros de plata. Sin decir ni una palabra ambas volvieron hasta donde esperaban los guerreros.

—Vamos —dijo Aunia al tiempo que recogía su túnica para andar con celeridad.

Las muchachas conocían el pasado de Aunia y callaron mientras se encaminaban en grupo de vuelta a Numancia.

Los hombres armados que había desplegado Leukón por precaución las siguieron con un bostezo. Todos ascendieron por el sendero de arena que serpenteaba entre las encinas y llevaba hasta la puerta de la ciudad.

El Hispano

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