Читать книгу El Hispano - José Ángel Mañas - Страница 29

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El tiempo pasaba con rapidez y diez años después los numantinos que pastoreaban por los alrededores de su ciudad pudieron ver cómo por uno de los senderos del cerro más alto, hacia el noreste, ascendían las primeras hiladas de romanos con sus escudos y sus lanzas, seguidos por tropas auxiliares hispanas que los doblaban en número y una infinidad de mulas y carros.

Aquellos legionarios formaban parte de cohortes derrotadas en muchas batallas que había reagrupado en la costa tarraconense el veterano cónsul Publio Escipión Emiliano, quien hoy marchaba en cabeza a caballo y que, en espera de volver a vestir la púrpura, llevaba encima de su túnica un sencillo sago negro. De luto, decía, por la molicie de sus hombres.

Cinco meses habían bastado al afamado general para convertir aquel cúmulo de indisciplinados combatientes en algo parecido a un ejército.

Medió hasta entonces un severo entrenamiento durante el cual el cónsul los había obligado a excavar y rellenar fosos a diario, construir y demoler muros de piedra, marchar siempre en formación de cuadro y, si bien permitía a los enfermos desplazarse a caballo, también repartía entre los demás las cargas excesivas para las mulas.

Cinco meses durante los cuales se les habían unido sus aliados en la región, además de los contingentes asiáticos enviados por Antioco de Siria y Átalo de Pérgamo; y por último, una docena de elefantes africanos regalo de Micipa, rey de Numidia, cuyos barritos ya apenas asustaban a los indígenas, dado que la experiencia enseñaba que pese a su aspecto imponente eran bestias de instinto gregario y pacífico: a veces su mera presencia atemorizaba al adversario y otras bastaba con herir a uno en la trompa para que los demás se desbandasen.

A aquellas bestias se debía, aun así, el que durante la penosa travesía por los abruptos territorios de la Hispania Citerior, tan duramente conquistada palmo a palmo, los hubiesen evitado las tribus rebeldes.

Bajo el mando del cónsul Escipión, los romanos únicamente se habían detenido para arrasar los cultivos a su paso. Especialmente los de los vacceos, que suministraban trigo de Numancia.

Su actividad principal había consistido en talar árboles y apilar las estacas en los grandes carros que los seguían tirados por acémilas, esclavos y soldados, y a veces, cuando los hombres se agotaban, por elefantes.

Por fin, una vez fijado el emplazamiento del campamento en el cerro más elevado, y mientras se cavaba una zanja alrededor, Escipión Emiliano decidió salir acompañado únicamente por un puñado de hombres de su guardia personal, escogidos entre los veteranos que permanecían junto a él desde Roma, y su fiel Polibio.

El Hispano

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