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UNA MINERÍA SIN BASE TÉCNICA

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Los antecedentes dados por Carlos Lambert como resultado de un primer viaje a América y a Chile entre 1816 y tal vez 1822 son muy ilustrativos acerca de las rudimentarias técnicas utilizadas por los mineros chilenos: inexistencia de máquinas, salvo algún torno; falta de conocimientos geométricos, tanto superficiales como subterráneos, indispensables para los trabajos de prospección; incumplimientos de las normas de las Ordenanzas de Minería de la Nueva España respecto de dejar los estribos o pilares de refuerzo en las excavaciones, y aprovecharlos indebidamente en el llamado “disfrute”, que a menudo tenía como consecuencia que las labores se llenaran de tierra o de agua; desorden de los peones, incompetencia de los mayordomos; robos sin castigos271. Un informe de 1817 al Tribunal de Minería de Santiago resumió brevemente los problemas de la minería chilena: “total ignorancia en el arte de trabajar las minas o de tratar los metales”272. Similar idea se había formado Sampson Waters, inglés natural de Cornualles, que en 1844 afirmaba que los mineros chilenos “parecían no tener idea o cuidado de nada”273.

José Joaquín Vallejo, buen conocedor del mundo minero, subrayó este problema:

Nosotros […] no labramos una verdadera mina, sino que, con la codicia y miseria del pirquinero, sacamos lo más fácil, lo más cómodo, lo más a la mano, y obstruimos el resto para que no le sirva ni a Dios ni al diablo274.

Un historiador de la minería americana durante la monarquía observó que los conquistadores y los primeros colonos carecían de los más indispensables métodos de prospección y laboreo de las minas, y la descripción de la forma en que se trabajaban en los siglos XVI y XVII ofrece una notable coincidencia con las prácticas empleadas en Chile en el siglo XIX:

La labor del minero, sin más guía que el afán de extraer, a corto plazo, grandes cantidades de menas […], sin conocimiento de geología ni de geometría subterránea, había de adquirir desde un principio una dirección muy desfavorable para el trabajo ulterior de la mina.

La excavación consistía generalmente en seguir la veta, desde su afloramiento, con labores que a veces no pasaban de ser a cielo abierto o mediante socavones o tiros inclinados; y conforme se penetraba, labrar grandes cuevas (bovedones en el Perú) o ramificaciones, sin más plan que romper la veta o capa metalífera, y sin tener en cuenta la seguridad futura de la mina y las mejores condiciones para el transporte interior y hacia el exterior del material, ni la facilidad del desagüe275.

Influyó en la ausencia de innovaciones tecnológicas, al menos respecto de la minería del cobre, la existencia de óxidos de ese metal de elevada ley cercanos a la superficie. Como su explotación era sencilla, se prescindía de las maquinarias y se prefería utilizar la fuerza de los peones. Cuando aparecían a mayor profundidad los sulfuros de cobre o bronces, como se los denominaba, los mineros optaban generalmente por no extraerlos, pues no era posible fundirlos en los hornos de manga, los únicos conocidos en Chile en los años iniciales de la república, y esa práctica fue la habitual antes de la difusión de los hornos de reverbero.

El desconocimiento de la topografía subterránea en el siglo XIX impedía contar con planos para orientar los trabajos, y en el mejor de los casos se disponía de un croquis muy sumario. Por tal motivo, como se ha dicho, eran muy frecuentes las internaciones en las minas vecinas, origen de innumerables y complicados pleitos. Tiene interés reproducir el cuadro que hizo Pederson de la actividad extractiva durante el siglo XIX, y que bien subraya el apego de los mineros a las anticuadas prácticas:

El barretero, dirigido por el mayordomo o el minero mismo, simplemente seguía la veta más rica. Donde esta se estrechaba, él estrechaba la excavación; donde se ampliaba, excavaba una galería, dejando pilares y puentes donde fuera necesario un apoyo. Donde la veta se inclinaba, el barretero la seguía, y donde las vetas se cruzaban o ramificaban, él seguía la más rica. Cuando perdía la veta y encontraba roca estéril, estaba en broceo y probaba una nueva dirección o, con permiso de las autoridades, abandonaba la mina. El apir seguía al barretero, y con la creciente profundidad y distancia a la boca de la mina aumentaba el costo de transporte del mineral, haciéndose finalmente prohibitivo, aun sin cambios en el tenor o ley. A pesar de la legislación en contrario y para disgusto de las siguientes generaciones de mineros, las galerías y pasajes a las cuales se había extraído su mineral más rico eran clausurados con roca estéril o mineral pobre que no justificaba su transporte a la superficie276.

Calculaba Chouteau en el decenio de 1880 que en Coquimbo las minas destruidas por el disfrute pasaban del 30 por ciento, y que esas eran a su juicio las más ricas. Y la explicación que daba acerca del origen de esa práctica parece muy razonable:

El minero que no tiene recursos y que se ve obligado a trabajar su mina para que no caiga en despueble, tiene que sacar el mineral que hay a la vista, aunque para ello sea preciso comprometer la seguridad y conservación de la mina. Persiguiendo este objeto no deja puentes, macizos ni estribos, y el resultado de este pernicioso sistema de trabajo es que al cabo de cierto tiempo las minas vienen a quedar enteramente inutilizadas y en tal condición que el rehabilitarlas demandaría un empleo de capitales cuyo reembolso sería imposible277.

La carencia de personas con adecuada formación técnica solo comenzó a enfrentarse en 1838, cuando Ignacio Domeyko inició sus clases de química, geología y mineralogía en el liceo de La Serena. Dos años después, había 14 profesionales mineros. A partir de 1850 la Junta de Minería de Copiapó aprobó la proposición de Domingo Vega de crear, a expensas de dicho organismo, un colegio mineralógico. Ya en 1851 estaba en construcción el edificio para el establecimiento y se había solicitado al gobierno la dictación de una ley que estableciera un pequeño tributo sobre la producción metálica a fin de financiar su actividad. Pero debió esperarse hasta 1857 para que se hiciera realidad el proyecto. El ingeniero Paulino del Barrio fue el encargado de la organización del Colegio de Minería, que formaba mayordomos de minas. En 1861 dirigía el establecimiento el ingeniero José Antonio Carvajal, distinguido discípulo de Domeyko, pero en 1864 fue transformado, por acuerdo del Consejo de la Universidad de Chile, en liceo. Los cursos de minería pasaron a formar parte de la sección superior de aquel, y en 1875 el establecimiento fue autorizado para otorgar el título de ingeniero de minas278.

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