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LA MINERÍA DE LA PLATA

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Durante el siglo XIX la plata fue, por la increíble magnitud de los hallazgos, el factor que opacó a otras actividades más tradicionales y menos espectaculares, pero más importantes por su continuidad, como la agricultura y la minería del cobre. El principio que aparentemente guió la actividad de los mineros chilenos fue la rápida obtención de grandes utilidades con el empleo de reducidas inversiones. Los efectos que la plata produjo en la economía y en la sociabilidad chilenas debieran considerarse probablemente como los más inmediatos y profundos experimentados por la república durante el siglo XIX. En efecto, una sociedad extraordinariamente pobre, dañada por las luchas de la emancipación y por el dificultoso propósito de organizar institucionalmente al país en una forma diferente a la que había conocido por casi tres siglos, con las finanzas públicas cargadas con gravámenes inmanejables y con agudas tensiones políticas, se encontró de pronto ante un escenario que estimuló el optimismo colectivo.

Arqueros, yacimiento descubierto en agosto de 1825, en una quebrada de la hacienda Marquesa, en el valle de Elqui, produjo, como era lo habitual en esos casos, una verdadera estampida humana, y la ciudad de La Serena quedó vacía de sus habitantes hábiles para el trabajo a los pocos días de saberse del hallazgo346. El yacimiento comenzó a ser trabajado en las pertenencias Descubridora, de Francisco Bascuñán, y Mercedes, de Juan de Dios y Francisco Carmona, Juan Francisco Cifuentes y Ramón Subercaseaux Mercado. Como cabía esperar, las labores se hicieron con “el sencillo, pero poco económico sistema de chiflones y cortadas sin orden ni plan de ningún género”347. A la derecha de la Descubridora hizo un denuncio el minero Mariano Ariztía, junto al general Francisco Antonio Pinto348. También, entre muchos otros, tuvieron intereses en Arqueros Pedro Nolasco Valdés, José Monreal, José Antonio Subercaseaux Mercado, Manuel Garmendia, Pablo Argandoña y tardíamente, a partir de 1855, José Tomás de Urmeneta349.

Buena parte del mineral extraído era una amalgama de plata y mercurio, denominado arquerita por Domeyko350, a la que se agregaba la plata blanca y la plata córnea. Se calculaba que, en menos de 10 años, Arqueros había producido 25 millones de pesos. No extraña que, por decreto de 17 de septiembre de 1827, el gobierno decidiera establecer en La Serena una casa de amonedación. Ella se instaló en uno de los claustros del convento de San Francisco que, en 1824, tras la abolición de las temporalidades, pasó al Estado, siendo devuelto a la orden en 1858351. Aunque se nombró intendente de la ceca de La Serena al destacado empresario Gregorio Cordovez y se llevó la maquinaria necesaria, se acuñaron muy pocas monedas, y en 1830 dejó de funcionar. Con seguridad el fracaso de la iniciativa obedeció a la desaparición de la plata piña del mercado, comprada a mejor precio por los comerciantes ingleses352. En mayo de 1845 las máquinas, que estaban depositadas en el convento de San Francisco, fueron remitidas a Valparaíso353. En 1834 el presidente Joaquín Prieto afirmaba que era tal la magnitud de la producción de pastas de plata que los laboratorios eran insuficientes para responder al beneficio “de los ricos y abundantes productos metálicos de la provincia de Coquimbo”354.

La naturaleza espectacular de los hallazgos contribuyó a la fama de Arqueros. Lafond de Lurcy aseguró haber visto en La Serena un bolón de plata pura de ocho arrobas, es decir, 92 kilos, y durante algún tiempo en los yacimientos se cortó la plata con cincel cerca de la superficie355. Numerosos descubrimientos se fueron haciendo más adelante, algunos a distancias bastante grandes, como la mina de Rodeíto, a 10 kilómetros de Arqueros356. Tal vez lo más notable de este mineral fue que hasta 1881, el término del periodo estudiado en este libro, se seguía explotando.

Nuevos hallazgos se hicieron en los decenios de 1870 y 1880. Manuel Aracena, discípulo de Domeyko, encontró en 1871, en unos antiguos desmontes en Condoriaco, muestras de telururo de plata, lo que llevó a labores de cateo y al descubrimiento de numerosos minerales. El yacimiento estaba situado en la quebrada de Marquesa, y se calculaba en 1887 que la placilla de Condoriaco tenía alrededor de mil habitantes357. En Quitana, por último, a 15 kilómetros al norte de Arqueros, Santos Alcayaga y Carlos Cood descubrieron ricos minerales de plata en 1882358.

El sorprendente auge del mineral de Arqueros constituyó un eficaz estímulo al cateo, que se tradujo en múltiples exploraciones que se realizaron en Coquimbo y también en Atacama, por entonces y hasta la ley de 31 de octubre de 1843, un departamento de dicha provincia. En esa zona muchas expediciones de cateo fueron financiadas por empresarios como Eugenio y Manuel de Matta, Miguel Gallo, Juan José de Echeverría, Raphael Esbri, ensayador de la Chilean Mining Association, y Francisco Ignacio y Ramón de Ossa Mercado. En el mundo de los cateadores de Atacama, destacó por esa época Diego de Almeida, cuyas exploraciones lo llevaron a los sectores septentrionales del desierto.

Atacama había exhibido su potencial argentífero desde el siglo XVIII, y en 1811 el descubrimiento de un gran mineral de plata en la serranía de Agua Amarga, al suroeste de San Félix, en la margen izquierda del río del Carmen, afluente del Huasco, fue una clara confirmación de la riqueza minera de la zona. Es fama que dicho mineral ayudó a financiar las campañas militares de la emancipación. Al sur del yacimiento indicado, un nuevo descubrimiento dio origen a la explotación del mineral de Tunas. En las más de 150 minas que se trabajaron en Agua Amarga sobresalieron las labores de Francisco Martínez, Miguel de Zavala, José Antonio Zavala y Gregorio Aracena. Pero ya hacia 1822 había comenzado el broceo de algunas de ellas. Nicolás Naranjo, gracias al alcance hallado en 1876, le dio nueva vida a su mina Domeyko359. Según Riso Patrón, todavía en 1881 había labores en Agua Amarga360. Más al norte, en Copiapó, se produjeron a partir de 1826 sucesivos descubrimientos: Ladrillos, el Checo, El Romero, el Sauce, Agua Amarilla y San Antonio, mineral cuyos principales dueños fueron Diego Carvallo y Matta361, Eugenio de Matta y el colombiano Bernardino Codecido362.

El 19 de mayo de 1832 comparecieron ante el escribano de Copiapó los hermanos Juan y José Godoy, y el conocido minero y fundidor de cobre Miguel Gallo Vergara para denunciar una “veta de metales de plata” en la sierra de Chañarcillo. El descubrimiento fue realizado días antes por Juan Godoy, arriero de Gallo y mestizo del pueblo de indios de San Fernando, en las inmediaciones de Copiapó, y una semana más tarde los hermanos Godoy vendieron sus dos terceras partes a Gallo. Apenas conocida la noticia se generó un veloz desplazamiento de mineros, empresarios, comerciantes, habilitadores y aventureros de la más diversa índole, tanto de Chile como de los países vecinos, impulsados por la esperanza de una rápida fortuna.

A la mina Descubridora de Gallo, quien vendió seis barras tanto a Francisco Ignacio de Ossa Mercado como a Ramón Ignacio Goyenechea, se unieron pronto otros riquísimos yacimientos de los mineros Pascual y Manuel Peralta, José Vallejo, Juan José Sierralta Callejas, José Manuel Espoz, Lorenzo Meléndez, Miguel y Francisco Sierra, Ramón Ignacio Goyenechea y Sierra, Matías Cousiño, José Urbina, Rafael y Ramón Mandiola, Pedro Nolasco y José Antonio Valdés, Carlos Mercado, Ramón Gallo Zavala y José María Montt, entre muchos otros363.

Chañarcillo, en verdad, fue el sueño del cateador hecho realidad, como lo describió el periodista copiapino Román Fritis:

Desde el punto llamado Merceditas, del nombre de una mina allí descubierta, y en una gran extensión de la quebrada que baja por ese costado, la superficie del suelo estaba empedrada de trozos de plata, o rodados, algunos de peso de dos o más quintales de plata maciza.

La quebrada que baja a reunirse con la anterior desde uno de los costados de la Colorada hallábase igualmente sembrada de ricos rodados, de todos tamaños, que cada cual podía recoger y a cuyo lado pasaban muchos sin apercibirlo por no ser conocedores y confundir con las piedras brutas lo que no era sino pura plata.

Estos rodados, más o menos grandes y valiosos, eran los que había arrojado de sí la veta Candelaria, a impulsos de los sacudimientos que imprimieran al cerro los temblores, o arrastrados por las aguas.

En la quebrada de la Descubridora sucedía otro tanto, y subiendo por ella hasta el Manto causaba un verdadero asombro, al llegar a este, los enormes trozos de plata, calcinada por el sol durante siglos, sobre los cuales descansaban satisfechos sus afortunados propietarios364.

Esta última alusión es a la pertenencia llamada Manto de Peralta, en la parte alta del cerro, donde se encontraron bolones que pesaron hasta 36 quintales, es decir, más de una tonelada y media, que expuestos al sol y golpeados con un combo se abrían “como granadas”, mostrando en su interior filamentos o granalla de plata365.

Tras el breve periodo de la extracción superficial y fácil de la plata de rodados, reventones y crestas, debieron iniciarse las labores más complejas para seguir las vetas, tareas en que, por la carencia de procedimientos técnicos modernos, primaba la intuición, con resultados muy dispares. Según lo recordado por José Joaquín Vallejo, el popular escritor costumbrista Jotabeche, al procederse a la mensura de la mina Descubridora, y ya hecho el pozo de ordenanza, hubo una disputa entre Gallo, Goyenechea y Ossa sobre el rumbo de la pertenencia, pues mientras el primero creía que había que buscar la veta “a cuerpo de cerro”, y dirigir el rumbo hacia el norte, los dos últimos opinaban que debía hacerse hacia el sur. Gallo no cejó, “conquistando de este modo uno de los puntos más ricos que comprende Chañarcillo”366. Y de esa riqueza fue testimonio el crestón de plata córnea arrancado intacto del fondo de la quebrada, y que conservó la familia de Miguel Gallo, y la palangana de plata nativa de Francisco Ignacio de Ossa367.

Es muy posible que las limitaciones técnicas y la falta de capitales de los mineros expliquen la transitoriedad de las labores en muchas minas de Chañarcillo que, abandonadas y declaradas en despueble, eran objeto de nuevo pedimentos. Así, entre 1837 y 1850, en que consta la existencia de 215 pertenencias mineras, sorprende el elevado número de minas desamparadas y concedidas nuevamente a otros interesados368. Entre 1853 y 1854 las minas en actividad eran 129, con dos mil 911 operarios, en tanto que la placilla de Juan Godoy contaba con 83 manzanas y seis mil 277 habitantes. Ya en 1845 se había fundado allí una escuela de hombres, y en 1848 otra de mujeres. Y en 1876 se estableció una escuela práctica de explotación y mensura de minas369.

El auge del mineral duró tres años, para disminuir a continuación la producción hasta 1838. En 1839 la extracción casi dobló esa cifra, pero tuvo una violenta reducción en 1840, de la que se recuperó en los tres años siguientes, para mostrar impresionantes incrementos a partir de 1844. En enero de 1858 el geólogo Amado Pissis determinó que el año anterior Chañarcillo había producido 135 mil marcos de plata, que arrojaron un valor de 913 mil 950 pesos, en tanto que los gastos de explotación, beneficio y transporte ascendieron a un millón 240 mil 500 pesos, lo que había originado un déficit de 326 mil 550 pesos370. De las 61 minas registradas en 1870, solo tres tenían más de cien operarios371. En 1882, según lo informó Pedro Pablo Figueroa, en Chañarcillo solo se explotaban las minas Descubridora, Santa Rosa, Constancia, de Tomás Gallo y Manuel Echeverría Blanco, y Loreto, esta última muy bien trabajada por algunos miembros de la familia Mandiola372. Las restantes minas estaban en su mayoría entregadas a los pirquineros.

Como es fácil de comprender, la intensidad de la explotación argentífera significó un desarrollo de los sistemas crediticios, tanto en manos de personas naturales —como Agustín Edwards, profundos conocedores del negocio, que no solo compraban plata, sino que recibían depósitos, descontaban pagarés, habilitaban, otorgaban préstamos y, en suma, actuaban como un banco— como de sociedades formadas con similar propósito. Fue el caso, entre otras, de Ossa y Escobar, a la cual se hizo ya referencia, constituida en 1855 por Gregorio Ossa y Cerda y por el colombiano Antonio Escobar, con la gestión exclusiva de este último, sociedad que en 1870 y tras la muerte de Gregorio Ossa se reconstituyó con el nombre de Escobar, Ossa y Cía373. La empresa realizó variadas inversiones en compras de minas, de haciendas y de acciones en establecimientos de beneficio. Así, en 1865 Ossa y Escobar formaron una sociedad con Bertoldo Kröhnke para servirse del método de beneficio inventado por este y protegido por un privilegio exclusivo374.

El beneficio de la plata se hacía en numerosos ingenios o máquinas instalados en las orillas del río Copiapó con el propósito de utilizar la fuerza hidráulica para mover los trapiches. Junto a estos se hallaban los sectores destinados a la amalgamación. Desde la parte alta del valle de Copiapó hacia la costa se anotaron en 1853 los siguientes 17 ingenios: el de San Antonio, de Sierralta y Cía.; el de La Puerta, de Codecido y Carvallo, después de G. Watkins; el de Potrero Seco, de Matías Cousiño; el de Pabellón, de Rafael y Fernando Mandiola; el de Totoralillo, de Francisco Echeverría; el de Cerrillos, de Ossa y Cía.; el de Nantoco, también de Matías Cousiño; el de Mal Paso, de Torreblanca y Cía., y el de Tierra Amarilla, de la familia San Román. En la villa de Copiapó (ciudad desde 1843) estaban los ingenios de la testamentaría Gallo, de Miguel Sierra —un buitrón—, de Antonio Carrosini, de Bernardino Codecido, de Eduardo Abbott y Cía., de Edwards y Cía., de Urbina y Cía. y de Soto y Cía375. Hacia 1870 quedaban 13 ingenios, que habían perdido su antigua importancia, si bien habían experimentado modificaciones técnicas. Así, originalmente se utilizó el agua para mover las aspas de los toneles del sistema Kröhnke, pero su escasez obligó a emplear máquinas de vapor376.

No está de más recordar que la multiplicación de yacimientos mineros y la riqueza generada por ellos indujo a buscar una solución a uno de los problemas mayores que experimentaba la actividad extractiva: el transporte. Aunque esta materia se analiza en otro capítulo, conviene tener presente que el 4 de julio de 1851 se inauguró la línea férrea que unió a Copiapó con Caldera, en un trazado de 81 kilómetros, ampliado más adelante hacia el sureste en 33 kilómetros hasta Pabellón, desde donde se trazó una vía de 42 kilómetros hacia Chañarcillo, en 1857. A partir de Pabellón se continuó el ferrocarril por el valle del río Copiapó en 33 kilómetros para concluir en 1867 en San Antonio. Por último, desde la estación de Paipote, en la línea hacia Pabellón, se construyó una vía férrea de 52 kilómetros en dirección noreste hasta Puquíos, concluida en 1871377.

Tal como había ocurrido con el descubrimiento de Arqueros, el auge de Chañarcillo dio nuevo impulso a las expediciones de cateos y a nuevos descubrimientos, como el Ramoso (1846-1847), el Checo Grande (1847) y el más famoso por su prodigiosa riqueza, Tres Puntas (1848). Comenzado a explotar por Vicente y Juan Garín y Apolinario Soto, originó un desplazamiento similar al que en su momento indujo Chañarcillo, y ya en 1853 la placilla tenía cuatro mil habitantes. Así la describió Paul Treutler, quien tuvo intereses mineros en dicho lugar, texto que conviene reproducir:

Consistía en unas 80 chozas, construidas con tablas y cortezas de palmera. Si la plaza era desaseada, las calles lo eran mucho más. El pie se hundía en la arena hasta el tobillo, y por todas partes habían botado grandes cantidades de harapos […]. Al examinarlos desde cerca, advertí que se trataba solo de ropa sucia, pues como una camisa nueva de algodón costaba seis reales y había que pagar un peso para lavarla, debido al elevado precio del agua, era costumbre general tirar a la calle toda la ropa sucia y mudarla por nueva. Nadie se preocupaba del aseo de las calles. Como también la madera era muy cara, se empleaban los cráneos de los vacunos, con sus cuernos, para cercar los sitios, colocándolos unos encima de otros. Los carniceros suministraban diariamente más cráneos y el resultado no solo era repugnante de ver, sino que las exhalaciones apestaban también la atmósfera muy desagradablemente. Como en Copiapó, todas las viviendas estaban blanqueadas. […]. Por lo que respecta a mujeres, vivían en la placilla más de cien muchachas de vida alegre, que habían afluido desde el resto del país a este Eldorado, sino también desde las repúblicas vecinas. La parte principal de los edificios eran locales de venta de toda clase, donde se ofrecía vestuario, alimentos, herramientas mineras, etc. Otras casas eran chinganas y garitos, y muchas estaban ocupadas por prostitutas. Los mineros vivían todos en sus minas, y solo acudían a la placilla el día sábado, cuando inundaban verdaderamente el lugar, donde permanecían hasta el domingo en la tarde, derrochando el dinero que ganaban con tanto esfuerzo378.

La descripción de la placilla de Tres Puntas bien puede aplicarse a las de otros centros mineros, y en todas ellas destaca, junto a la precariedad de las instalaciones, la existencia de pulperías, bodegones y bodegas, la gran cantidad de mujeres y la vigilancia de patrullas de soldados para evitar tumultos y alborotos379.

Por 1852, según Treutler, las dos descubridoras de Tres Puntas, las minas Buena Esperanza y la Al Fin Hallada, daban una utilidad neta de un millón de pesos anuales cada una. En la cancha de la mina La Salvadora el viajero alemán vio “bloques de plata casi pura y peso de 3 a 4 quintales”380. Anotó Pedro Lucio Cuadra que en 1868 se trabajaban 160 minas de plata, con 31 piques con tornos y mil 724 operarios381. Estas se habían reducido en 1870 a 62, la principal de las cuales, la Buena Esperanza, de Felipe Santiago Matta, empleaba a 308 operarios382. Todavía en 1875, Tres Puntas exhibía una producción de más de tres toneladas y media de plata fina383. A unos 10 kilómetros al noreste de la estación ferroviaria de Tres Puntas, del ferrocarril a Copiapó, se explotó el yacimiento de plata de Lomas Bayas, cuyas principales minas fueron poseídas por Felipe Santiago Matta, Telésforo Espiga y Emilio Escobar384.

La progresiva decadencia de la minería de la plata fue un fenómeno ya perceptible al comenzar el decenio de 1850. Un elenco de empresarios dedicados a esa actividad en 1853 muestra que solo tres de ellos —Blas Ossa Varas, Nicolás Vega y la testamentaría de Miguel Gallo— empleaban a más de 300 operarios; que dos —Matías Cousiño y Bernardino Codecido— empleaban sobre 200 y que cuatro tenían sobre 100; 49, entre 99 y 20; 50 entre 19 y 10 operarios, y 111 entre nueve y uno385. Era visible que ya para entonces se estaba produciendo el desplazamiento de los empresarios hacia otros lugares y hacia otras actividades. El proceso no solo estuvo vinculado a las deficiencias en las operaciones mineras, sino también, y de manera muy estrecha, a las crisis económicas mundiales. Estas, producto de la interdependencia entre las naciones industrializadas o en vías de llegar a ese estado, se propagaron internacionalmente a gran velocidad. La crisis de 1857, originada en los Estados Unidos, repercutió con fuerza en Gran Bretaña, país que había sufrido una recesión en 1854, acentuada con el fin de la guerra de Crimea. El fenómeno se extendió a Francia y a Alemania. Como la mayor parte de la demanda por los metales y minerales chilenos provenía precisamente de lugares que estaban experimentado tan compleja situación económica, Chile fue también víctima de la crisis: el bajo precio de los metales obligó a dar término a las labores, lo que originó la cesantía de los mineros. Cuadros similares se reprodujeron en 1866 —crisis derivada de la Guerra de Secesión norteamericana— y en 1873, nacida del crac bursátil de Viena, que afectó con fuerza a Alemania y de allí se extendió a los Estados Unidos y generó en Inglaterra una depresión que se mantuvo hasta 1878386.

Estos duros golpes a la actividad extractiva, que en Atacama contribuyeron a que su elite adoptara una actitud muy adversa hacia el gobierno y que participara activamente en 1859 en una revolución contra este, tuvieron también otra consecuencia: la ampliación de las exploraciones de cateo cada vez más hacia el norte. Algunas expediciones provenientes de Cobija habían descubierto guaneras en Mejillones y yacimientos de cobre en los cerros vecinos, de manera que entre 1855 y 1857 el gobierno boliviano concedió casi 90 pertenencias mineras, no obstante que en 1842 una ley aprobada por el Congreso chileno había declarado de propiedad nacional las guaneras existentes entre el puerto de Coquimbo y el morro de Mejillones, lo cual, como se explica en otra parte, originó una áspera controversia limítrofe que fue resuelta, y en forma muy aparente, en 1866. Como, además, se había confirmado la existencia de salitre en la región, el poblamiento del lugar adquirió gran velocidad, fundándose en enero de 1867 el puerto de Mejillones. Con la concesión otorgada por el gobierno de La Paz a los chilenos José Santos Ossa y Francisco Puelma para explotar el salitre en el Salar del Carmen, la caleta de la Chimba dio origen al pueblo de Antofagasta387. Todo lo anterior produjo un considerable desplazamiento de la mano de obra, principalmente desde Atacama y Coquimbo —aunque muchos migrantes provinieron también de la zona central—, hacia el litoral boliviano y también hacia el Perú.

Los recién llegados no solo prestaron servicios en calidad de peones o empleados, sino que aprovecharon la oportunidad que se les presentaba para participar en labores de cateo. Fue el caso de un cajero de la casa Cerveró, de Valparaíso, José Díaz Gana, “de endeble pero simpática figura”, según Vicuña Mackenna, quien en 1852 se dirigió al norte, donde trabajó como administrador del ingenio de Pabellón, de la familia Mandiola, y más tarde con Henri Arnous de Rivière, un aventurero francés dedicado por esa época a la explotación del guano en Mejillones. Determinó entonces Díaz Gana iniciar la explotación de un mineral de cobre en Naguayán, para lo cual fue habilitado por la sociedad Watson y Meiggs. El 1 de diciembre de 1868 Díaz Gana y Arnous de Rivière formaron la sociedad en comandita Gana y Compañía, para “trabajar minas, comprar metales de todas clases y también establecer hornos de fundición”. El socio capitalista fue el francés y Díaz Gana transfirió a la empresa sus minas de Naguayán. Watson y Meiggs fueron designados representantes de la sociedad y encargados de manejar los fondos388. Habiéndose ausentado Arnous de Rivière de Chile, Díaz Gana, considerando uno de los derroteros más o menos fantasiosos tan característicos del mundo minero, organizó una expedición hacia un lugar situado al este de Sierra Gorda, a casi 200 kilómetros al oriente de Mejillones. Desde este último puerto salió en marzo de 1870 una expedición encabezada por José Ramón Méndez, natural de Arqueros y más conocido como “Cangalla” por su extraordinaria habilidad para robar minerales, la que el 24 de ese mes descubrió a unos 30 kilómetros al oriente de Sierra Gorda y a otros tantos al sur del cerro Limón Verde, en el lugar que después Díaz Gana bautizó como Caracoles —por los amonites existentes en el lugar—, los rodados provenientes de las más adelante célebres minas Flor del Desierto, Descubridora, San José y Buena Esperanza389. Una vez más, cientos de mineros, cateadores, peones y aventureros se lanzaron al desierto tras el espejismo de ricas vetas. Con el desplazamiento no solo quedaron despobladas las minas en laboreo en Atacama, sino la misma capital de la provincia, de manera que en Copiapó, según lo aseguraba el periódico El Copiapino, “solo quedan las personas cuyas ocupaciones les prohíben alejarse. Este pueblo por esta causa se ha convertido de bullicioso y alegre, en silencioso y triste”390. Al mismo tiempo en Copiapó y Caldera, y también en Santiago y en Valparaíso, se formaron numerosas sociedades para financiar labores de cateo y de explotación minera.

Las principales dificultades experimentadas por empresarios y mineros de Caracoles fueron la falta de caminos, el elevado costo del abastecimiento de agua y alimentos, y la gran distancia entre Cobija o Antofagasta y el yacimiento, que obligaba a cruzar el desierto. Con todo, surgieron dos placillas, una, la Norte, donde residían las autoridades bolivianas, que llegó a tener cinco mil habitantes, y otra, la Isla, con cuatro mil. Gracias a Caracoles y al descubrimiento de una vía más corta entre el mineral y Antofagasta, esta caleta experimentó un notable desarrollo y en mayo de 1871 fue declarada puerto menor391. Sin embargo, el costo del transporte continuó siendo el más serio impedimento para el negocio minero de Caracoles, pues los proyectos para unir el yacimiento mediante el ferrocarril con Mejillones o Antofagasta fracasaron392.

Por su naturaleza geológica, Caracoles fue un mineral de mantos, de una extensión de siete mil hectáreas, cuya mayor riqueza se encontraba a 40 o 50 metros de profundidad, sin que tuviera una veta real. Esta misma circunstancia llevó al otorgamiento de cientos de concesiones y a justificar una creencia en las ilimitadas riquezas del mineral. Por tal motivo se multiplicó, sin un conocimiento exacto de la realidad del yacimiento, la creación de sociedades comerciales, en comandita y anónimas en las ciudades del norte, y también en Valparaíso y Santiago, para adquirir barras y emprender labores mineras. El traspaso de barras, con el sostenido incremento del valor de estas, originó una especulación inédita en el país. De ser un negocio minero, Caracoles se transformó en un negocio financiero, en el cual las casas comerciales de Valparaíso y abogados, como Marcial Martínez, Francisco Risopatrón, Benicio Álamos González y Miguel Cruchaga Montt, desempeñaron un papel determinante393. De los problemas judiciales a que dio lugar el descubrimiento merece recordarse el de Arnous de Rivière con su socio Díaz Gana, sus representantes Watson y Meiggs y su acreedor Luis Pereira394.

Un ejemplo ilustra muy bien el proceso especulativo desencadenado por el hallazgo de Caracoles: entre julio y agosto de 1872 la casa Dorado y Volckmar de Valparaíso compró a cinco mineros de dicho yacimiento numerosas barras en 23 mil 500 pesos, parte de las cuales vendió el 6 de septiembre del mismo año en 100 mil pesos a Marcial Martínez. Este había formado entretanto la sociedad anónima Lealtad, a la que traspasó sus barras en la suma de 280 mil pesos. Es necesario observar, sí, que parte de estos pagos no se hacía en efectivo sino en acciones, lo que podía significar tanto pérdidas como ganancias395. Era manifiesta la sobrevaloración de las barras, que no respondía a antecedente objetivo alguno. Al contrario, se sabía en mayo de 1871 que de las más de 600 vetas denunciadas solo había 30 en beneficio, otras tantas en trabajos de reconocimiento y el resto en simple amparo. En mayo de 1872, de las mil 500 vetas denunciadas se trabajaban únicamente 87396. Por entonces, Díaz Gana decidió vender todas sus barras, en 250 mil pesos cada una, a José Rafael Echeverría y a Luis Cousiño, quienes formaron la Gran Compañía de Caracoles397. Como es evidente, aumentaron las transacciones de acciones realizadas por los corredores de valores de Valparaíso y Santiago, entre las cuales estaban en 1872 las de, al menos, 15 sociedades anónimas mineras de Caracoles398. De las 50 sociedades anónimas formadas sobre dicho yacimiento entre 1870 y 1880, dos correspondieron a 1870, 11 a 1871, 29 a 1872, año en que culminó la fiebre especulativa, cuatro a 1873, dos a 1874, y una a 1877 y 1880, respectivamente399. Esa variación refleja con exactitud la brevedad de la bonanza del mineral.

Entre 1871 y 1878, Caracoles produjo 855 mil 202 kilos de plata, con el punto máximo en 1873, con 195 mil 933, que ya en 1876 había descendido a 80 mil 738 kilos400.

Desde el punto de vista técnico, las minas se explotaron en la misma forma primitiva ya antes examinada, con elevados contingentes de mano de obra, salvo en las 17 minas Descubridoras que, además de la alta ley de sus metales, contaban con máquinas de vapor401. Las demás, por su menor ley y por sus elevados gastos de explotación y, en especial, por el costo del transporte, no resultaron rentables. Las tres casas habilitadoras y compradoras de minerales de Caracoles, que eran Dorado Hnos., Escobar, Ossa y Cía. y Edwards y Cía., se unieron al danés Bertoldo Kröhnke y formaron la Sociedad Beneficiadora de Metales402. Esta utilizó el nuevo sistema de amalgamación al que se aludió antes, y empezó a funcionar en septiembre de 1873 como un virtual monopolio403.

Las dificultades de Caracoles, visibles ya en 1873, se acentuaron en los años siguientes, y en 1877 solo una de las minas de la Descubridora era capaz de cubrir sus gastos ordinarios con la producción. El término de la efímera bonanza de ese riquísimo yacimiento obedeció no solo a que el ánimo especulativo se sobrepuso al propiamente técnico, que demandaba mayores inversiones, sino a un doble proceso exterior. El primero fue el descubrimiento de yacimientos argentíferos en Nevada en 1859, cerca de Carson City, y en California, los que, no obstante su baja ley, gracias a la aplicación de capitales y tecnología, a partir de 1870 convirtieron a los Estados Unidos en uno de los mayores productores de plata del mundo. Y el segundo fue la desmonetización de la plata en Alemania, en 1871, cuando el país adoptó el patrón oro, ejemplo seguido por Noruega, Suecia y Dinamarca, lo que arrojó al mercado grandes cantidades del metal, con el consiguiente descenso de los precios internacionales404.

Aunque otros descubrimientos posteriores —como en 1873 el yacimiento de La Florida, a 70 kilómetros al este de Chañaral, y en 1881 el de Cachinal de la Sierra, al oriente de Paposo— permitieron mantener la explotación argentífera, el ciclo de la plata había concluido, no por el descenso de la producción sino por la reducción del precio. En efecto, la producción argentífera, que en el decenio de 1860 osciló entre un mínimo de 35 toneladas (1864) y un máximo de 82 (1869), en el decenio de 1870 mostró un mínimo de casi 35 toneladas (1876) y un máximo cercano a las 65 toneladas (1873). Y solo como punto de comparación conviene tener presente que en 1887 la producción de plata se aproximó a las 194 toneladas y que un siglo más tarde, en 1997, superó las mil toneladas405.

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