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CARBÓN

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Aunque ya a principios del siglo XIX se extraía carbón en la zona de Concepción, la preferencia por la leña en la industria minera no alentó la demanda por aquel. Por otra parte, la carencia de naves de cabotaje encarecía el transporte. Consecuencia de lo anterior, según lo observó en 1822 Maria Graham, fue que “el carbón de Concepción, a pesar de su abundancia y buena calidad y de estar situada la mina a 300 millas de distancia, cuesta en Valparaíso más caro que el que se trae de Inglaterra”460. Y el problema no podía dejar de interesar a la viajera inglesa, pues en julio de ese año había llegado a Chile el primer buque de vapor, el Rising Star.

En 1825 el cónsul inglés en Chile, Christopher Richard Nugent, le informaba a Lord Canning que, dada la gran cantidad de carbón que era posible encontrar “casi en la superficie” al sur de la desembocadura del río Biobío, “con toda probabilidad será el lugar en donde se instalen muchos establecimientos carboníferos”461. Pero fueron las necesidades de los fundidores de cobre las que estimularon la exploración de vetas de carbón. En la quebrada de la Ternera, en la provincia de Atacama, se había descubierto antracita, pero su alto contenido de sílice no la hacía apta para servir de combustible462. Ya en 1839 Francisco Javier Rosales, representante de Chile en Francia, había contratado en Burdeos al polaco Leonardo Lachowski, ingeniero titulado en la Escuela de Minería de Saint Étienne, para que dirigiera los trabajos de reconocimiento y explotación del carbón de piedra en Talcahuano. Llegado al país en 1840, desempeñó ese cargo hasta mayo de 1841. Como ya se indicó, Joaquín Edwards Ossandón, cuya planta de Coquimbo sufría de la falta de leña, decidió instalar un nuevo establecimiento en Lirquén, localidad en la que poseía un molino y en la que era fácil la provisión de combustible. Su cuñado, Tomás Smith, había iniciado labores en varias bocaminas de carbón en dicha localidad, pero los resultados no fueron favorables463, por lo que, según se ha visto, en 1847 Jorge Rojas Miranda, administrador de la planta de Lirquén, utilizó el carbón extraído de las minas de Cerro Verde, en Talcahuano464. Las necesidades experimentadas por los buques de la Pacific Steam Navigation Company, empresa organizada en Inglaterra por el norteamericano William Wheelwright en 1840, la llevaron a realizar varios sondeos en busca de carbón en el morro de Talcahuano entre 1842 y 1847. Aunque el combustible, por ser hullas y lignitos, tenía menor poder calorífico que la antracita proveniente de Gran Bretaña, y en ocasiones mostraba un elevado contenido de agua y de material intercalado, los buques de la compañía inglesa continuaron empleándolo, e incluso se exportó al Perú entre 20 mil y 25 mil toneladas entre 1844 y 1850465. En enero de 1857 Francisco Antonio Pinto informaba desde Valparaíso a su hijo Aníbal del zarpe de la fragata San Rafael con destino a Coronel para cargar 800 toneladas de carbón con destino al Callao, “donde dicen que estaba a buen precio”466. En 1844 Juan Mackay instaló faenas en Andalién, las que prosiguió hasta 1853, año en que se trasladó a Coronel. Poco después vendió sus propiedades en ese lugar y se instaló en Lebu, donde, tras las labores de reconocimiento emprendidas en 1854, inició la extracción de carbón para vender su establecimiento en 1872 a Maximiano Errázuriz. También en Coronel, en el cerro Puchoco, empezó a trabajar en la minería del carbón desde 1850 el ya aludido Jorge Rojas. Al iniciarse el decenio de 1880 el yacimiento de Puchoco tenía en explotación tres chiflones con 700 operarios, y la producción alcanzaba en ocasiones a las 300 toneladas diarias467. Poco después de Rojas se establecieron en Puchoco Federico W. Schwager, Guillermo Gibson Délano y Pablo H. Délano. En diciembre de 1859 estos formaron la Compañía Carbonífera de Puchoco468. Hacia 1870 trabajaban en la empresa 800 personas, tanto en la explotación del carbón como en la fábrica de ladrillos refractarios y en una de botellas que, pese a las inversiones realizadas y a contar con operarios alemanes, en 1869 no lograba consolidarse469. Con la posterior adquisición por Schwager de las minas de Délano organizó el primero la Compañía Carbonífera y de Fundición Schwager. Al concluir el decenio de 1870 dicha empresa tenía 700 trabajadores, ocho máquinas a vapor, un ferrocarril de más de cinco kilómetros para transportar el combustible desde las bocaminas hasta las canchas o directamente al muelle metálico de embarque, y estaba en condiciones de producir entre 60 mil y 75 mil toneladas anuales. En las proximidades se habían construido galpones para los obreros y sus familias, que en total sumaban mil 200 a mil 500 habitantes, más una escuela para hombres y otra para niñas. La fundición de cobre, situada en el extremo norte del puerto de Coronel, constaba de ocho hornos de calcinación, cinco de reverbero reformado, todos con una sola chimenea, y un trapiche, más dos máquinas a vapor, y estaba servida por 180 a 200 operarios470.

En 1856, José Tomás de Urmeneta, que había ingresado a los negocios de fundición de cobre y de elaboración de gas de alumbrado, y aspiraba a producir su propio combustible, formó una sociedad para la explotación de yacimientos carboníferos en Lota y Coronel, en la que participó junto a su hermano Jerónimo y a los hermanos penquistas Isidoro y Teodoro Cotapos, quienes estarían a cargo de la explotación471. Se sabe que la sociedad adquirió parte de los intereses que tenía Matías Cousiño en Lota472 y trabajó minas en los sectores de Playa Negra, Roble Corcovado y Puchoco. Como la gestión de los hermanos Cotapos no fue exitosa, en 1869 el yacimiento fue vendido a Luis Cousiño. Sin embargo, ya en 1865 Urmeneta había iniciado, junto a su yerno Maximiano Errázuriz, conversaciones con Juan Mac Kay para la explotación del carbón descubierto por este en las inmediaciones del río Lebu. La empresa, que giró bajo la razón social de Juan Mac Kay y Cía., encontró dificultades por la mala calidad del carbón y por los problemas para su embarque. En 1872 los socios Urmeneta y Mac Kay vendieron sus acciones a Errázuriz, quien decidió seguir con la explotación con la Compañía Carbonífera de Lebu473.

Exploró también Urmeneta la posibilidad de utilizar la turba, para cuyo uso en hornos de reverbero habían obtenido privilegio exclusivo en 1868 Borja Segundo Huidobro, el conocido fundidor de cobre de Aconcagua, Juan Antonio Pando y Julio Foster. Ese mismo año la sociedad Huidobro Hermanos adquirió de Zenón Freire el predio El Ingenio, en Panquehue, en la referida provincia, y de Amable Freire el derecho de explotar la turba y la leña existentes en el predio Las Casas. En 1872 Liborio Freire vendió a Pando la turba existente en su predio Palomar, pero el mismo año el privilegio exclusivo para su uso en hornos de reverbero fue vendido a la sociedad formada por José Tomás de Urmeneta, Maximiano Errázuriz y Julio Foster, quienes, además, compraron El Ingenio474. Sin embargo, el intento de fabricar briquetas de turba fracasó por su bajo poder calorífico, y Maximiano Errázuriz adquirió entonces el predio y lo destinó, como ya se vio, a la vitivinicultura475.

En 1837 Juan José Arteaga y José Antonio Alemparte, dedicados a las actividades agrícolas bajo la razón social de Alemparte y Cía., adquirieron del indígena Alejo Carbullanca, en 150 pesos, las “minas de carbón de piedra” que tenía en sus tierras en Lota. Las labores, que ocupaban unos 100 operarios, no producían más de 60 toneladas diarias. El 21 de mayo de 1852 Matías Cousiño compró a José Antonio Alemparte la hacienda Colcura, en la que se suponía la existencia de grandes yacimientos de carbón, pues los había en las tierras vecinas pertenecientes a los indígenas. Cousiño, Tomás Bland Garland, José Antonio y Juan Alemparte formaron una comunidad, que llevó el nombre de Compañía de Lota y que en 1854 compró a los indígenas los terrenos que ocupaban cerca del mar. En marzo de 1856 José Antonio y Juan Alemparte vendieron sus derechos en la comunidad a la sociedad comercial Cousiño y Garland y, poco después, esta transfirió sus derechos a la sociedad Cousiño e Hijo, que continuó como propietaria del establecimiento de Lota hasta la muerte de Matías Cousiño en marzo de 1863476. Parece evidente que Cousiño, accionista del ferrocarril de Copiapó a Caldera y del de Valparaíso a Santiago, había hecho una correcta estimación de la demanda que generaría el nuevo sistema de transporte477, si bien, como es sabido, en un principio se usó de preferencia la leña en las locomotoras. Para asegurar la calidad técnica de las labores, Cousiño se sirvió de especialistas europeos, en su mayoría ingleses. Incluso 54 mineros escoceses —parte de un grupo de escoceses, suecos y noruegos contratados para prestar sus servicios en las minas de carbón de Vancouver, de la Compañía de la Bahía de Hudson, que se rebelaron contra el capitán de la barca Colinda que los transportaba—, concluyeron trabajando en 1854 en el yacimiento de Lota478. Además de la labor propiamente extractiva, esta ciudad contó con un muelle de 280 metros para el embarque del carbón, provisto de una grúa a vapor; con una fábrica de ladrillos refractarios alzada en 1854 y con una fundición de cobre, la que comenzó a operar en 1857 con dos hornos de reverbero, que en 1863 habían aumentado a 16. Un informe elaborado en 1857 por el ingeniero inglés William W. Stephenson sobre la importancia del yacimiento, concluyó que la existencia de al menos tres mantos de carbón cuyo grosor oscilaba entre 1,20 y 1,80 metros y que se inclinaban hacia el oeste, es decir, debajo de la bahía de Arauco, permitía estimar una producción futura de 10 millones de toneladas, cifra que subestimó el verdadero potencial del yacimiento. Dicho informe, que aseguraba la viabilidad de la empresa, no obstante las dificultades para colocar el producto en el mercado nacional, que prefería el inglés, impulsó a Cousiño a vender el carbón de Lota en los países de la costa del Pacífico. Al mismo tiempo, mejoró las instalaciones con máquinas de vapor para extraer el carbón y asegurar la ventilación de las labores, así como líneas férreas para llevar el carbón al muelle de embarque. También en el interior de las minas se tendieron rieles, que en pequeños carros tirados por caballos transportaban el carbón desde los frentes hasta los piques479.

El desarrollo del yacimiento —que solo comenzó a dar utilidades después de la muerte de Matías Cousiño— se reflejó en el veloz crecimiento de Lota, que en 1863 contaba ya con cinco mil habitantes480. Luis Cousiño Squella continuó la obra de su padre y en 1869 formó la Compañía Explotadora de Lota y Coronel, sociedad anónima con un capital de 959 mil 692 libras esterlinas dividido en cinco mil acciones, a la cual aportó todos los bienes que poseía en el sur del país, quedando como el mayor accionista, con dos mil acciones. Participaron también en dicha sociedad, con mucha menor presencia accionaria, Domingo Fernández Concha, José Arrieta, Rafael Larraín Moxó, José Miguel Valdés y Miguel Cruchaga Montt, entre otros481. Ese año la nueva empresa produjo 100 mil toneladas de carbón482. Al iniciarse el decenio de 1880, la explotación de los mantos y vetas de carbón se extendía a más de cuatro kilómetros de norte a sur y a casi dos kilómetros hacia el mar, con una producción diaria de mil 100 toneladas y con la intervención de mil 800 operarios. A la maestranza necesaria para la mantención de las numerosas máquinas de vapor se agregaba una vía férrea de casi tres kilómetros de extensión, cuatro muelles, cuatro buques de vapor, cuatro barcas y una planta para la producción de gas de alumbrado483. La fundición de cobre anexa al yacimiento tenía por entonces 42 hornos: 20 de calcinación; 10 para producir ejes de 42 a 45 por ciento; ocho de repaso, para fundir los ejes y producir cobre en barras; tres de refina y uno destinado exclusivamente a producir lingotes. De estos hornos, 41 estaban unidos a dos chimeneas de 33 metros de altura484. Esta enumeración indica la enorme importancia que había adquirido la bahía de Arauco en la producción de cobre. Contigua a la fundición se alzó una fábrica de ladrillos refractarios, con ocho hornos, que también elaboraba baldosas, cañerías para agua y para servicios sanitarios, maceteros, jarrones y objetos de adorno para parques y jardines. En una fábrica de ladrillos comunes, también con ocho hornos, próxima a uno de los piques, las diversas faenas eran en su mayor parte desempeñadas por 80 a 100 niños de ocho a 14 años de edad485. Una fábrica de botellas, con ocho hornos, ocupaba 60 operarios, en su mayoría extranjeros486.

El auge de la actividad carbonífera impulsó la explotación, con variadas suertes, de nuevos yacimientos: el sur de Coronel, en Playa Negra, por la empresa de ese nombre, cuyo mayor accionista era Francisco Subercaseaux; en Dichato, al norte de Concepción, en el departamento de Coelemu, por Manuel y Aníbal Zañartu; en Rumena, al sur de la punta de Lavapié, por Francisco Ovalle y Ramón Rojas Miranda; en Lebu, por Cornelio Saavedra y Basilio Urrutia; en Millongue, al norte del río Lebu, por Manuel Montalvo y Benicio Álamos González487, en Maquehua, Colico y Curanilahue, por la Compañía de Minas de Carbón de Arauco, y en Carampangue, por la misma empresa, constituida en Valparaíso el 29 de mayo de 1872, cuyo mayor accionista fue el expresidente peruano Mariano Ignacio Prado488. También de dicha empresa fue accionista, entre otros que habían participado en Caracoles, el ubicuo Henri Arnous de Rivi re. Los trabajos de extracción se realizaron en los fundos Maquehua y Quilachanquín, y se mantuvieron hasta 1888, cuando la empresa pasó a la Arauco Coal and Railway Company, formada por el inglés John Thomas North489. Cabe agregar que Mariano Ignacio Prado fue, además, el capitalista de la sociedad Montenegro y Cía., formada en 1868 con Juan Montenegro, que constituyó el Banco Montenegro, con operaciones en Chillán entre 1869 y fines de 1873, cuando quebró490.

La minería del carbón no se limitó solo a las provincias de Concepción y Arauco. Ya en octubre de 1843 Bernardo Philippi, integrante de la expedición de la goleta Ancud, encontró “piedra carbón” al recorrer la costa próxima al lugar en que se alzó el fuerte Bulnes, en especial en el angosto valle de un río, después llamado del Carbón y más adelante, de las Minas, de la que llevó muestras al intendente de Chiloé, remitidas de inmediato al ministro del Interior Ramón Luis Irarrázaval491. Es posible que en el traslado del fuerte Bulnes a su nuevo emplazamiento en Punta Arenas influyera precisamente la existencia de carbón. El descubrimiento de un extenso yacimiento en el mencionado río permitió que los habitantes de la colonia se abastecieran ocasionalmente del combustible para su uso doméstico492. Ya en 1850 Domeyko y Pissis habían hecho ensayos con carbones de Magallanes493. En 1853 el gobernador de la colonia, Jorge C. Schythe, se refirió a los mantos de dicho mineral, que calificó de lignito, situados a cuatro kilómetros al noroeste de Punta Arenas, y que a su juicio eran más bien de interés científico que de utilidad práctica. Muy diferente fue la opinión del gobernador Damián Riobó, quien en 1866 estimó de suma necesidad construir un ferrocarril a las minas de carbón y establecer en la playa un depósito de combustible para el abastecimiento de los vapores. Pero solo durante la administración del capitán de corbeta Óscar Viel se hizo un trabajo de exploración más serio para determinar la calidad del carbón. Este oficial dispuso la construcción de una vía hacia el yacimiento, lo cual permitió iniciar la extracción del mineral y su traslado a lomo de mula hacia la playa. En marzo de 1869 se había logrado acumular 15 toneladas del combustible, que el gobernador ofreció sin costo al capitán del vapor nacional Ancud para conocer su rendimiento494. Para facilitar la explotación del yacimiento, Viel dispuso la construcción de una vía férrea, obra de 11 a 12 kilómetros, concluida en 1875, durante la gestión del gobernador Diego Dublé Almeyda, y sobre la cual corrió una locomotora495. Pero ya en noviembre de 1868 el gobierno había llamado a una licitación para explotar los yacimientos conocidos o los que se descubrieren en el territorio de Magallanes. La licitación fue adjudicada en 1869 a Ramón Rojas Miranda, cuya experiencia le permitió diseñar una adecuada infraestructura de transporte y carga, con un ferrocarril, muelle y lanchas metálicas para el embarque del carbón. En enero de 1870 algo más de mil toneladas de carbón fueron vendidas a la división naval peruana compuesta por los buques Huáscar, Independencia, Unión y Chalaco, al mando del comandante Manuel Ferreyros496. La falta de mano de obra, la inclemencia del clima durante buena parte del año y las dificultades para abastecerse de los necesarios insumos obligaron a Rojas a obtener nuevos recursos para continuar las labores. Para ello transformó su empresa en una sociedad anónima, la Compañía Carbonífera de Magallanes, constituida en Santiago en 1872, con un capital social de un millón de pesos497. Pero la calidad del carbón no era satisfactoria, lo que disminuyó el interés de los capitanes de naves en adquirirlo. Por último, la recesión que comenzó a afectar a la economía chilena en 1875 llevó al cierre de las faenas, que se hizo total en 1877498.

La proliferación de sociedades anónimas para la explotación del carbón, expresión del interés de los inversionistas en un negocio en crecimiento por la sostenida demanda de las fundiciones, los buques de vapor y los ferrocarriles, y que se hizo muy marcada en los años iniciales del decenio de 1870, muestra la radical diferencia entre esta actividad minera y la minería metálica. Los yacimientos carboníferos exhibieron, en efecto, un gran desarrollo técnico y un alto grado de mecanización, lo que fue posible tanto por la fuerte capitalización de las empresas como por el recurso a especialistas extranjeros, de preferemcia ingleses. Tal como lo ha subrayado Ortega, los dueños de las minas siempre estuvieron dispuestos a invertir en proyectos que requerían largos periodos de maduración y a introducir innovaciones, lo cual no ocurrió respecto del cobre y de la plata, ceñidas a una tradición extractiva de origen colonial499. Pero, como se ha indicado antes, dicha tradición extractiva provino de regulaciones que impedían el laboreo en gran escala; no hubo, en cambio, normas específicas sobre el carbón en las ordenanzas americanas. La Ordenanza de Minas de Nueva España dispuso en su artículo 22, no obstante, que se podía descubrir, solicitar, registrar y denunciar al igual que los metales, otras substancias, como las piedras preciosas, la sal gema y “cualesquiera otros fósiles, ya sean metales perfectos o medios minerales, bitúmenes y jugos de la tierra”, donde podría entenderse incluido el carbón500. La Novísima Recopilación, en la ley 4, título 20, libro 9, ordenó que “los dueños directos propietarios de los terrenos donde haya minas de carbón […] las podrán descubrir, laborear y beneficiar por sí propias, o permitir que otros lo ejecuten, arrendarlas o venderlas a su arbitrio, sin más licencia ni formalidad que la que necesitarían para beneficiar, arrendar o vender el terreno que las contenga”. No sorprende, por tanto, que durante el gobierno de Freire se dictara un decreto, de 7 de noviembre de 1825, que repitió el principio dado por la Novísima Recopilación: “Toda mina de carbón pertenece en dominio y propiedad al dueño del terreno en que se encuentre”. En consecuencia, quienes quisieran explotarla debían entenderse directamente con el propietario para comprarla, arrendarla “o hacer el contrato que mejor convenga”. Sin embargo, un decreto de 31 de octubre de 1834 derogó el citado decreto de 1825 por considerar que no estaba en armonía con la Ordenanza de Minería de Nueva España, lo cual era exacto, ni con las leyes vigentes del título 7, libro 9 de la Novísima Recopilación, lo cual era erróneo. Tal medida, como es evidente, estaba dirigida a hacer denunciable al carbón501. Pero en la práctica, como se ha visto, predominó el principio contenido en la Novísima Recopilación. Esto explica, sin duda, que el Código de Minería de 1874 dispusiera en el inciso segundo del artículo 1° —en que se enunciaban taxativamente las sustancias a las que se aplicaban las normas de ese cuerpo legal— que “la explotación del carbón y de los demás fósiles cede al dueño del terreno”, quien solo debía dar aviso de la explotación a la autoridad administrativa. La radical diferencia entre la propiedad minera metálica y la del carbón constituyó un manifiesto incentivo para analizar la factibilidad de la explotación de este, para reunir los capitales, para obtener el concurso de especialistas idóneos, para estudiar adecuadamente la forma en que debían hacerse las labores, y, finalmente, para iniciarlas.

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