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LA MINERÁA DEL COBRE

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Carente de los rasgos espectaculares de los metales preciosos, capaces de mover a grandes masas humanas en pos de hallazgos fabulosos, la minería del cobre exhibió una notable permanencia en el tiempo y una rentabilidad interesante, aunque muy variable. Es cierto que, en general, los mineros chilenos preferían el oro y la plata, cuyas utilidades eran elevadas y de rápida obtención. Con todo, muy tempranamente, como ya se ha indicado, la demanda de la India inglesa dio un notorio impulso a esta actividad extractiva, cuyos volúmenes, por las limitaciones técnicas conocidas, fueron muy modestos. Pero las necesidades de cobre, tanto para la fabricación de bronce como para aplicarlo en forma de planchas a los cascos de los buques, aumentaron en forma gradual merced a la revolución industrial. Así, la fabricación de locomotoras, locomóviles, calderas y motores para la industria y para los buques y, en especial, la invención del generador eléctrico por el inglés Michael Faraday en 1831, los tendidos telegráficos, el bronce para los sistemas de iluminación con gas y, más adelante, los conductores para la iluminación con electricidad hicieron del cobre un metal básico y crecientemente requerido por la industria. Esto explica que durante buena parte del periodo en estudio la demanda por el cobre chileno fuera sostenida, con las variaciones vinculadas a los ciclos económicos, y que al concluir aquel sufriera un descenso imparable, producto de la competencia de una minería moderna en los Estados Unidos, España y Australia, alimentada con elevados capitales.

En la primera mitad del siglo XIX el negocio de fundición de cobre tuvo su centro indiscutido en Gran Bretaña, más precisamente en Swansea, en Gales, al combinarse allí varios factores: uso del carbón de piedra; empleo de hornos de reverbero; transporte marítimo de los minerales y régimen tributario adecuado406. No solo se procesaron en Swansea los minerales ingleses de Cornualles y Devon, sino también los de Cuba, explotados en la década de 1830 por dos sociedades británicas en el este de la isla; de Australia del Sur, provenientes de sus minas de Kapunda (1842) y de la riquísima de Burra Burra (1845)407; de Chile y de Perú. Las prácticas monopólicas y monopsónicas de los fundidores ingleses, que permitieron reducir los precios de los minerales y aumentar los del metal refinado, indujeron una modernización de las fundiciones en Chile y el establecimiento de otras en los países industrializados408.

Como ya se dijo, la llegada de empresas británicas dedicadas a la minería del cobre y, en especial, de comerciantes del mismo dio un fuerte impulso a la actividad. Así, entre 1820 y 1835 el promedio de la producción de ese metal fue de dos mil 750 toneladas409. El descubrimiento de vetas de cobre y plata por el célebre cateador Diego de Almeida, en abril de 1827, en la sierra de Las Ánimas, entre los puertos de Chañaral y Flamenco, puso a la minería del cobre en una posición expectable en Atacama410. Destacó en la explotación del cobre de las Ánimas el empresario Federico Varela Cortés-Monroy, quien estableció una fundición en Chañaral, y, aprovechando la fiebre minera despertada por el descubrimiento de Caracoles, vendió sus pertenencias en dos millones de pesos a la Compañía de Minas y Fundición de Chañaral, y adquirió más tarde la oficina salitrera Valparaíso411. Al concluir el decenio de 1870, la explotación de las numerosas minas de esta empresa había disminuido considerablemente412. En el mismo sector la empresa de Arturo Besa explotó varias, entre ellas Frontón y Fortuna413. La conducción del mineral entre el yacimiento y el puerto se hacía por un ferrocarril que servía las necesidades de las Ánimas y el Salado. Hacia 1833 o 1834 el cateador Pedro Luján descubrió los mantos de cobre del río Salado, a unos 35 kilómetros al este del puerto de Chañaral414. Explotadas sus minas en forma muy precaria por el británico Eduardo Miller, pasaron más tarde a Roberto Walker, y, a continuación, a Agustín Edwards. Cuando fue visitado el yacimiento por Rodulfo Amando Philippi en 1853, se trabajaba solamente una mina, la Boquerona, por cuenta de Waddington415. “En todo el mineral —observó en 1878 un viajero— no existe una sola mina medianamente bien trabajada”416 El descenso en la producción por la ausencia de buenas técnicas en las labores aconsejó en 1880 iniciar una seria rehabilitación, que en 1883 dio lugar a un gran alcance417. Pero tal vez el mineral de Carrizalillo, a unos 50 kilómetros al noreste de Chañaral, exhibió la producción más sostenida y abundante de “bronces amarillos”. Descubierto en 1855 por los hermanos Juan y Ramón Ossandón y Manuel Briones, fue vendido a Sampson Waters, activo empresario minero inglés418, quien a su turno transfirió un cuarto de la propiedad a la casa norteamericana de Augustus Hemenway. Posteriormente, en 1881, la mina fue adquirida por Isidora Goyenechea de Cousiño419.

A estos yacimientos deben agregarse las minas de Puquíos, cerca de Paipote, en la misma zona, cuyas primeras vetas se habían explotado a fines del siglo XVIII; Garín Viejo, yacimiento descubierto a mediados del siglo XVIII y que en 1827 fue trabajado por Pedro Pablo Garín por encargo de Diego Portales420; Checo de Cobre, en el cerro del Checo, en el valle del río Copiapó; Ojancos, en el cerro de ese nombre, al sureste de la ciudad de Copiapó; Algarrobo, al este de Caldera, descubierto hacia 1841 por Diego de Almeida, y los minerales de Cerro Blanco, uno al sureste de Chañarcillo y el otro al sur de Freirina. Abundaron también los minerales de cobre en el valle del Huasco: Marquesa, de Camarones; Grande, de San Antonio; Rincón, de Arenillas; Quebrada Seca, de San Juan; Morado, explotada por los hermanos Alejandro y Guillermo Walker, y muchas otras. Algunas fueron trabajadas por la firma Rodríguez Cea y Cía., de la que hasta 1825 había formado parte Pedro Nolasco Valdés, el afortunado dueño de barras en Arqueros, que explotaba en el Huasco la mina Agua Amarilla, en el Cerro Blanco. Hacia esa época inició sus actividades en la región Juan Sewell, agente de la casa calcuteña Fletcher Alexander, quien habilitó a Rodríguez, Cea y Cía. en fuertes sumas, deudas que llevaron a esta sociedad a la quiebra en 1832. Sewell se asoció durante un tiempo con Juan Walker y más tarde lo hizo con Thomas Patrickson, formando la importante casa habilitadora y comercializadora de metales Sewell y Patrickson421. Los hermanos Walker, por su parte, establecieron en Vallenar una casa compradora de minerales, que intervino asimismo en el negocio de la habilitación.

Además de Sewell y Patrickson, tuvieron también fundiciones en Atacama Walker Hnos., José Miguel Almarza, Jorge Edwards y Cía., Eduardo Hardy, José María Montt, Ramón Caldera, Pablo H. Délano, Agustín Edwards y Mariano Saavedra. De acuerdo a una estadística del puerto de Huasco, entre 1830 y 1838 se exportaron 130 mil quintales de cobre, cifra modesta pero que indica que esa minería seguía operando en la región a pesar de la competencia de la plata422.

La innovación representada por los hornos de reverbero impulsó la explotación de viejos yacimientos que, como Carrizal Alto, a 50 kilómetros al noroeste de Vallenar, habían sido abandonados. Una memoria del intendente Antonio de la Fuente contiene una lista de 43 minas antiguas de cobre, algunas de principios del siglo XVIII, que en 1843 estaban aún en labores en el departamento de Vallenar423. Muchos de los minerales extraídos de allí eran vendidos a Sewell y Patrickson para su fundición, sin perjuicio de lo cual varios mineros establecieron sus propios hornos, como lo hicieron el célebre cura Bruno Zavala, José Bruno González —después, importante empresario agrícola en Talca—, José Tomás Ovalle, José Rafael Herreros y José Montt, entre otros424. El laboreo de las minas de Carrizal Alto continuó hasta 1842, año en que la profundidad alcanzada por los piques aconsejó abandonar las faenas por el elevado costo de la extracción por medio de apires. En 1854, como consecuencia de la guerra de Crimea, se produjo en Europa una escasez de cobre y nuevamente Carrizal Alto reinició su explotación. En 1859 José Tomás de Urmeneta, que necesitaba asegurar una adecuada provisión de minerales para la fundición de Guayacán, adquirió la mina Rosario, que puso en labor con la colaboración de Nicolás Naranjo, quien se convirtió en su agente en Vallenar, y adquirió y denunció minas en la región y ofició de habilitador425. En la costa, Carrizal Bajo llegó a contar con más de cuatro mil habitantes gracias al movimiento portuario originado en el embarque del cobre y el desembarco del carbón. La construcción de un ferrocarril a partir de 1859 permitió la sustitución de las carretas y facilitó el transporte de dichos productos426.

La difícil situación de la minería al concluir el decenio de 1850 estimuló a la Junta de Minería de Copiapó a formar una comisión que investigara el problema y propusiera soluciones. Una primera comprobación fue que, de los 12 establecimientos de fundición existentes en el departamento de Copiapó, cuatro se encontraban en Caldera —Compañía Mexicana, con 10 hornos; Livingston y Cía., con ocho; Tagle y Cía., con seis; Compañía Inglesa, con 11—, y el resto, en Copiapó, Tierra Amarilla, Nantoco y el interior del valle, de propiedad de Eduardo Abbott, Compañía del Rosario, Sewell y Patrickson, Ossa y Escobar y Herman Hnos. En Taltal José Antonio Moreno tenía ocho hornos, y el total de estos era de 66427. Dicho número obedecía indudablemente a los altos precios del metal, que permitía no solo fundir minerales de baja ley, sino absorber el impuesto de cinco por ciento a la exportación de cobre en barra y ejes establecido por la ley de 20 de octubre de 1852. Pero el descenso del precio, en especial como consecuencia del término de la guerra de Crimea, tuvo una respuesta inmediata: en 1862 funcionaban ocho establecimientos con solo 12 hornos428. Y según la Junta de Minería habían podido resistir los fundidores que eran, a la vez, dueños de minas. Pero un cálculo hecho sobre el costo de producción del metal indicaba que, al precio del cobre en 1862, el fundidor perdía un peso por quintal a bordo429.

Como es fácil de comprender, la incesante búsqueda de nuevos minerales por cateadores de tanta experiencia como Diego de Almeida, José Santos Ossa y José Antonio Moreno, los fue llevando cada vez más al norte. Así, Almeida descubrió cobre en Taltal en 1838 y Moreno, explorando por la costa, encontró y explotó riquísimos yacimientos en Paposo, y en especial en el mineral que denominó Placeres, a corta distancia de la caleta del mismo nombre y a unos 75 kilómetros al sur del actual puerto de Antofagasta430. En 1853, cuando Philippi visitó el lugar, ocupaba a 60 operarios, pero la falta de agua le impedía aumentar la faena431. Almeida había descubierto en 1848 un yacimiento de cobre en San Bartolo, a unos 30 kilómetros al norte de San Pedro de Atacama, trabajado en el periodo prehispánico por los indígenas, el cual, tras muchas dificultades para obtener la concesión del gobierno de Bolivia, estaba en faenas en 1854 cuando Philippi lo visitó y lo describió432. No obstante lo anterior, el científico alemán estimó que “el inmenso desierto” era muy “pobre en especies minerales”433.

Fue Coquimbo, sin embargo, la región que mostró el más espectacular desarrollo de la minería del cobre durante el siglo XIX. Viejos minerales, como los trabajados primero por los aborígenes y con fuerza desde la colonia en el cerro Brillador, a 25 kilómetros al norte de La Serena, recibieron un gran impulso gracias a la nueva tecnología de fundición, y fue precisamente ese yacimiento el que, adquirido por Lambert tal vez en el decenio de 1840 de la familia Carmona, alimentó los cinco o seis hornos de reverbero y la planta de laminación “para forros de buques y otros usos”, que estableció en La Compañía, propiedad situada en la margen norte del río Elqui y que había pertenecido a los jesuitas434. La planta quedó unida a Coquimbo cuando se construyó el ferrocarril de La Serena a ese puerto, que comenzó a funcionar en 1862435. También Lambert instaló 12 hornos en Coquimbo, en la ribera del mar, como asimismo lo hicieron Ramón F. Ovalle y Cía. con ocho hornos, y Joaquín Edwards, con 12. En 1870 los dos primeros establecimientos se hallaban paralizados hacía varios años436.

Cincuenta kilómetros al noreste de La Serena, en el cerro La Higuera, otros yacimientos, abandonados al concluir la colonia, volvieron a ser explotados a partir de 1821, al aumentar el precio del cobre. Santa Gertrudis, de Vicente Zorrilla; Llauquita, de Gregoria Álvarez; San José, de Félix y Santiago Vicuña, y Esmeralda, Ají, Santa Ana, San Pablo, Primavera y Casas, de Pedro Pablo Muñoz —el célebre revolucionario de 1851 y 1859—, fueron las principales minas de dicho yacimiento. Varias de ellas contaban con sus propios establecimientos de fundición437. En la cercana caleta de Totoralillo, que fue habilitada como puerto menor para el servicio del yacimiento de La Higuera, Urmeneta y Errázuriz y Pedro Pablo Muñoz establecieron hornos de reverbero438. Sin embargo, parte de los minerales comenzaron más adelante a ser transportados a Totoralillo y embarcados para su fundición en Guayacán y en Lota.

Andacollo, que tanta fama había alcanzado por su producción aurífera, ofreció, asimismo, un considerable potencial cuprífero, con minerales de alta ley en yacimientos situados en los cordones montañosos que rodean al pueblo por el sur y el poniente. En el decenio de 1870 se explotaban 42 minas, muchas de ellas por pirquineros. Las de Hermosa y Guía Verde, entre otras, aprovechaban la abundancia de agua que en ellas surgía, en que estaba diluido el sulfato de cobre, para tratarlo con hierro y lograr la precipitación del metal439.

El mineral de Panulcillo, en el departamento de Ovalle, a unos 15 kilómetros al noreste de Tamaya, formado por grandes depósitos de bronces amarillos, comenzó a explotarse en 1848. En el decenio de 1880 se trabajaban solo cuatro minas. En sus proximidades se construyó un establecimiento de fundición, que en 1887 constaban de cuatro hornos de manga y cuatro de reverbero y producía ejes para la exportación440.

Tamaya, a unos 20 kilómetros al noroeste de Ovalle y en la margen norte del río Limarí, fue el yacimiento que le dio más fama a la provincia de Coquimbo como productora de cobre. Trabajadas muchas de sus vetas desde la colonia, al comenzar el siglo XIX tenía allí varias pertenencias Bernardo del Solar Lecaros. Mariano Ariztía Astaburuaga, dueño de la mina de plata Guías, en Arqueros, y de las haciendas de Sotaquí y Guallillinga, se radicó en Santiago en 1830, y dejó como administrador de sus intereses a su cuñado José Tomás de Urmeneta. Este denunció en 1833 la mina de cobre Mollacas, en el cerro Tamaya, que estaba abandonada. A poco de iniciar las faenas, dio con una veta de minerales de alta ley, lo cual le permitió el financiamiento de nuevas obras en otra mina que había denunciado en 1834. Los trabajos, indispensables para desaguarla, continuaron durante casi 18 años, sin que se conozca la forma en que logró afrontar los costos. Finalmente, en octubre de 1852 dio con el gran alcance que le aseguró la fama al mineral y la riqueza a su dueño441. Urmeneta pudo adquirir entonces algunas minas de propiedad de la familia Ariztía, de Calixto Guerrero y de Ramón Lecaros, lo que, además de permitirle el reconocimiento de una enorme extensión del cerro, le facilitó la extracción del mineral y la ventilación de las labores442. También tuvieron faenas en el cerro de Tamaya la testamentaría de Ramón Lecaros, Bernardo Solar Vicuña, Juan Francisco Rivas y Antonio Herreros443. Dos placillas, que llegaron a sumar entre 10 mil y 12 mil habitantes, son buenas muestras de la importancia que adquirió el yacimiento.

En 1848 el inglés Robert Allison llegó a Chile, acompañado de 20 trabajadores especializados, para alzar, por cuenta de la Compañía Sud-Americana y de México, un establecimiento de fundición en la Herradura, inmediatamente al sur del puerto de Coquimbo. Por diferencias con sus mandantes, Allison constituyó, junto a José Tomás de Urmeneta, Matías Cousiño, Bernardo del Solar, Javier Zañartu y Jerónimo Urmeneta la Compañía Chilena de Fundiciones, sociedad anónima que, con un capital de 500 mil pesos, construyó hornos en Guayacán —en el sector norte de la bahía de la Herradura—, Tongoy y Totoralillo, y un camino de 65 kilómetros que unió Tamaya con el último puerto nombrado. La empresa, sin embargo, no prosperó por la crisis económica de 1857, que, además, acarreó la liquidación de la planta de la Herradura de la Compañía Sud-Americana y de México444. José Tomás de Urmeneta, entonces, junto a su yerno Maximiano Errázuriz Valdivieso, enfrentó la quiebra renegociando con su habilitador y agente, Guillermo Gibbs y Cía., una deuda de 600 mil pesos, y formó en 1858 la fundición de Guayacán445. Hacia 1870 el establecimiento, en que trabajaban 400 operarios chilenos e ingleses, tenía 15 hornos de reverbero y 18 de calcina, más dos hornos refinadores, que “respiran solo por tres gigantescas chimeneas”, herrería, maestranza y fábrica de ladrillos446. En Guayacán se utilizó el sistema Napier de fundición, tecnología de la cual poco se sabe. Con ser el establecimiento de fundición más moderno del país durante el decenio de 1860, no incorporó nuevos adelantos en el siguiente, como el horno de soplete, en que el mineral se fundía merced a una corriente de aire artificial muy fuerte —en un procedimiento similar al del convertidor Bessemer en la elaboración del acero—, y que tenía la ventaja de consumir muy poco combustible447. Es posible que esto obedeciera a la necesidad de emplear coke en ese horno, el cual no se producía por entonces a partir del carbón nacional448. Como continuara siendo una traba de magnitud la conducción del cobre en ejes y en minerales a Tongoy y la llevada de carbón y madera al yacimiento, en 1860 Urmeneta decidió construir un ferrocarril entre ambos puntos, que inició su funcionamiento siete años después449. Gracias a la construcción del ferrocarril de La Serena a Coquimbo fue posible transportar minerales de yacimientos cercanos a Guayacán, que también recibía ejes y minerales de Atacama y de Bolivia450.

Hacia el sur de la provincia se explotaron otros yacimientos de cobre, como el mineral de los Sapos, a unos 10 kilómetros al norte de Combarbalá y, en las proximidades de Chalinga, las minas de Llamuco y Las Tazas, de los hermanos Bruno y Vicente Larraín Aguirre. Al sur del río Choapa, que servía entonces de límite a las provincias de Coquimbo y Aconcagua, la minería del cobre mostró una notable actividad. Numerosos yacimientos llevaron en Petorca a la instalación de las fundiciones de San Agustín, de la familia Gatica, y de Limáhuida y Las Cañas, de la familia Montes Solar. En el departamento de La Ligua, por su parte, Vicuña Mackenna anotó la existencia en 1858 de 65 minas de cobre en explotación, la más rica de las cuales era la del cerro de la Ñipa, en tanto que operaban 10 establecimientos de fundición, faenas que contaban con más de mil 300 operarios451. Al sur de la cuesta del Melón, el yacimiento de las Guías alimentó con sus minerales a varios establecimientos de fundición, el principal de los cuales fue el creado por Pedro Félix Vicuña Aguirre, el padre del historiador, quien, habilitado por Hemenway, adquiría buena parte de la producción del valle de La Ligua e incluso tenía proveedores en el valle de Aconcagua452. En este valle los principales centros productores fueron Catemu, con las célebres minas de El Manantial, del minero huasquino José Santos García Sierra, quien compró la hacienda Vichiculén para servirse de sus bosques de espino para leña, y Patagua —adquirida esta por Pedro Félix Vicuña—, y que llegó a tener 41 hornos de reverbero; el Salado, de propiedad de la familia Caldera; Coimas y Llaillay. Cabe agregar que Agustín Vial Santelices, que había comprado Vichiculén en 1822, entregó la administración del predio a Manuel Rengifo, quien se dedicó a la fundición de cobre, sellando las barras con el nombre del fundo para evitar adulteraciones453. En Catemu inició sus actividades en la zona central el conocido empresario José Manuel Cea. Este en 1835 instaló allí hornos de reverbero que, con una breve interrupción, mantuvo hasta 1862, cuando vendió sus instalaciones y sus minas a los hermanos Borja, Carlos y Javier García Huidobro Eyzaguirre. Ante la escasez de leña, estos alzaron en 1868 un establecimiento en Ñilhue, cuyos hornos de fundición y de calcinación utilizaron el carbón de piedra454. En todas esas minas los trabajos se hacían “según el sistema antiguo”, y el acarreo de los minerales estaba entregado a los apires455.

En la provincia de Santiago la extracción de minerales de cobre fue en la segunda mitad del siglo XIX de importancia menor, salvo los yacimientos de Batuco, San Pedro Nolasco y San Francisco del Volcán, y algunas minas en los cerros de Aculeo y Chocalán, cuyas producciones se fundían en el establecimiento alzado por la sociedad Letelier y Pinochet a orillas de la laguna de Aculeo, para aprovechar el bosque nativo de la hacienda, propiedad desde 1871 de los hermanos José y Wenceslao Letelier. La fundición se mantuvo hasta 1886456. En el sector montañoso y oriental de la gran hacienda de La Compañía el prestigioso médico inglés Guillermo Blest trabajó durante varios años, en sociedad con el dueño del predio, Juan de Dios Correa, el mineral de El Teniente. Federico Gana Munizaga administraba hacia 1860 dicho mineral, cuya potencia pudo establecerse en 1870457. Alrededor de ese mismo año Nazario Elguin, en medio de un litigio por un pedimento de una mina de plata en Las Condes, denunció una estaca en otro paraje, que resultó ser una riquísima mina de cobre458.

La actividad extractiva, sin duda muy intensa, se ciñó, como se ha subrayado, a técnicas anticuadas y a un reducido uso de capital, lo que, entre otras cosas, se tradujo en un limitado uso de maquinarias modernas, no obstante que en la Exposición Internacional de 1875 se exhibieron muchas de estas. Salvo contadas excepciones, en general, las minas se trabajaban con pirquineros, sistema que muy a menudo producía el aterramiento de ellas. Problemas habituales, como el transporte del material dentro de las minas, se continuaban enfrentando solo con la fuerza humana. Y la conducción de los minerales a las fundiciones y a los puertos se hacía en carretas o con burros y mulas, en pésimos caminos. No puede extrañar, por consiguiente, la modestia de los resultados exhibidos por la minería del cobre. En efecto, se ha estimado la producción anual de este metal entre 1831 y 1840 en 45 mil toneladas, para descender en el decenio de 1840 a alrededor de 10 mil toneladas anuales. A partir de 1852 las estimaciones hacen subir lentamente la producción, que en 1860 llega a 34 mil toneladas y en 1864 a 43 mil toneladas, oscilando en torno a esa cifra hasta 1881, con un máximo de 52 mil toneladas en 1869 y 1876. Ya a mediados del decenio de 1880 se puede advertir el sostenido descenso de la producción, que oscila entre las 20 mil y las 30 mil toneladas anuales, cuando en el mundo sumaba por sobre las 200 mil toneladas459.

Historia de la República de Chile

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