Читать книгу Historia de la República de Chile - Juan Eduardo Vargas Cariola - Страница 45
MIGRACIONES DE CHILENOS
ОглавлениеAbundan los testimonios en la segunda mitad del siglo XIX sobre la tendencia de los chilenos a la migración. Se movieron en busca de otros horizontes hombres de las más diversas condiciones, desde campesinos a integrantes de los sectores medios y de las elites, si bien es posible que el mayor impulso lo diera la pobreza. Migraban los hombres del campo a los yacimientos mineros, a las grandes obras públicas en ejecución tanto en Chile como en el extranjero, y a las ciudades, de preferencia a Santiago, proceso al que se oponían, sin mayor éxito, los agricultores574. También lo hacían los habitantes de villas y aldeas a las minas o a ciudades mayores. No ha de creerse, sin embargo, que este fenómeno era exclusivo de los nacionales. También los extranjeros, de las más diversas condiciones, desde peones hasta empresarios, pasando por campesinos y artesanos, fueron atraídos a las minas y a ciudades como Copiapó, La Serena, Valparaíso, Santiago y Concepción.
La movilidad de los peones, siempre dispuestos a trabajar en los más variados menesteres, tanto en Chile como en Perú, era estimulada por los vaivenes del ciclo económico, que, al estar en su fase descendente, obligaba a cerrar fuentes de trabajo, dejando a vastas multitudes sin él, e induciéndolas a desplazarse hacia donde creían que había demanda de mano de obra: la capital, Valparaíso, los yacimientos mineros o el extranjero575.
En Tarapacá, donde al concluir el periodo en estudio la población chilena estaba constituida por hombres solteros entre 15 y 40 años de edad, las oficinas salitreras ofrecían una nueva forma de trabajo, diferente del tradicional de la minería del cobre y de la plata —autónomo y en que el pago se hacía “a destajo”—, por estar muy mecanizado, despersonalizado y con una remuneración dos o tres veces mayor que el promedio pagado en Chile576. Para 1876, y de acuerdo al censo practicado ese año en Perú, se estimó en nueve mil 664 el número de chilenos en Tarapacá, frente a 17 mil 13 peruanos577. Según Barros Arana, que no cita fuentes, el número de chilenos residentes en el Perú se acercaba a las 40 mil personas, comprendiendo a ancianos, mujeres y niños578.
La migración de los pequeños campesinos y peones de la zona central se hizo preferentemente a las ciudades intermedias, como Curicó, Talca y Linares, donde se incorporaban a los sectores urbanos marginales y se instalaban en los rancheríos que surgían en los alrededores. En un segundo paso podían migrar a la gran ciudad, es decir, Concepción, Valparaíso o Santiago, en la creencia de que en ellas encontrarían una demanda sostenida de mano de obra y mejores remuneraciones579.
Por lo que sabemos, la tendencia centrífuga de los habitantes de minifundios resulta casi una constante. Y en las localidades en que al predominio de la pequeña propiedad se unía la economía de subsistencia y la lejanía de los mercados de consumo la migración se hacía irresistible. Otro tanto se aprecia en la Frontera, donde, no obstante que las tierras eran de gran extensión, se ha podido establecer el movimiento de propietarios en la isla de La Laja hacia Concepción ya desde el siglo XVIII, con el correspondiente traspaso de los inmuebles a recién llegados580. También las corrientes migratorias provenientes de Chiloé fueran antiguas, a pesar de las restricciones existentes durante la monarquía para los desplazamientos fuera de la isla. Esas restricciones fueron alzadas al finalizar el siglo XVIII para asegurar la repoblación de Osorno. El proceso emancipador constituyó un fuerte estímulo a la emigración, la que se acentuó a lo largo del siglo XIX581. Cuando en 1844 un incendio destruyó 140 casas en Ancud, los chilotes que residían en diversas ciudades del país concurrieron con una ayuda de 14 mil pesos, suma superior a la subvención otorgada por el gobierno. Con la fundación de Punta Arenas la migración de chilotes a Magallanes se convirtió en un proceso constante, que incluso traspasó la frontera, al punto de que la colonización del extremo sur argentino también fue hecha por habitantes del archipiélago. La apertura de la colonización en la región de los lagos permitió que los chilotes migraron a las ciudades y a los campos de la zona comprendida entre Valdivia y Puerto Montt582. Pero fue también notable la temprana migración espontánea desde Chiloé hacia el norte y centro del país, de la cual hay antecedentes ya en el siglo XVII.
Abundan en el periodo las quejas de los propietarios agrícolas por la escasez de mano de obra. Es probable que el fenómeno, como ha sido subrayado en varias oportunidades, se debiera a la atracción ejercida por las ciudades mayores, Santiago y Valparaíso, que estaban experimentando un crecimiento acelerado y tenía necesidades crecientes de trabajadores. Es un hecho que hacia finales del periodo se asiste a un notorio incremento de la movilidad de las personas, como lo ponen de relieve las informaciones de los censos. No debe olvidarse, asimismo, el efecto de la demanda generada por los yacimientos mineros, también con serias dificultades para atraer operarios y, en especial, para asegurar una mínima permanencia de ellos. La oferta de mejores remuneraciones en otros minerales, por una parte, y la necesidad de atender a las cosechas en el caso de los operarios que eran, a la vez, pequeños propietarios, incidieron en la discontinuidad de los servicios prestados por una mano de obra esencialmente móvil.
Por último, ciertas situaciones coyunturales, como el descubrimiento de oro en California, la construcción de ferrocarriles, tanto en Chile como en Perú, o el trabajo en las oficinas salitreras de Tarapacá o en las guaneras y en los yacimientos de nitrato del Departamento Litoral de Bolivia fueron otros motivos que impulsaron el movimiento de las personas desde el mundo rural. La fiebre del oro californiana y la emigración de chilenos, sobre la cual se han difundido inverosímiles relatos, difícilmente pudo haber supuesto el desplazamiento de más de mil 500 personas entre 1849 y 1853583. Abundan las informaciones sobre retornos de migrantes desde California, “pertenecientes todos ellos a la clase de peones, y que vuelven al parecer poco contentos de las promesas que avivaron su codicia”584. No fue el caso de la construcción de ferrocarriles en el mismo Chile, el segundo de los cuales, el de Valparaíso a Santiago, supuso la contratación de ocho mil peones585. Debe advertirse que, como es obvio, hacia esos lugares no solo se trasladaron jornaleros del campo, sino también de ciudades como Santiago y Valparaíso. La demanda de mano de obra de los distritos mineros de Perú y Bolivia fue también de considerable magnitud. Para el comienzo del decenio de 1850 se sabe de contratos de enganche para Cobija, Tocopilla e Iquique586. Las extensas obras ferroviarias de Henry Meiggs en Perú —Mollendo a Arequipa, Callao a La Orolla, Ilo a Moquegua, Arequipa a Puno y otros menores, con un total de siete proyectos— significaron un constante proceso de enganche de jornaleros chilenos, iniciado con gran publicidad en 1868 y continuado de manera bastante reservada en los más de tres años siguientes, “para evitar así toda sospecha de que se hace una verdadera leva de gente”, como lo advertía en 1871 el ministro de Chile en Perú Adolfo Ibáñez587. El jornal de 60 centavos diarios ofrecidos por el empresario norteamericano, que casi duplicaba al que se le pagaba al trabajador rural, más la casa y la alimentación, eran estímulos irresistibles para los jornaleros588.
Los minerales de Arqueros, primero, y más adelante de Chañarcillo y Tamaya, se convirtieron en importantes polos de atracción de la mano de obra. En 1844 Tamaya tenía 260 trabajadores, cifra que en 1852 llegó a 692, para montar a mil 345 apenas dos años después, y a cuatro mil 125 en 1872. Pero en 1877 ya el número de operarios había descendido a dos mil 864589. Es posible que parte de esas personas proviniera de la zona central —dirigidas en mayor número hacia Chañarcillo, en Atacama, que hacia Tamaya y Panulcillo, en Coquimbo—, pero al menos en esta última provincia es posible que los migrantes procedieran fundamentalmente de otros departamentos de ella590. Estos, según lo sugieren las cifras, parecen haberse trasladado sin sus familias—hay escasos antecedentes de trabajo infantil, salvo en los lavaderos de oro591 y en las canchas en que se trituraba el mineral de cobre, donde se estaba generalizando hacia 1880 el sistema de emplear niños menores de 10 años592—, y se desempeñaban como barreteros y apires y, cuando comenzó el broceo de los grandes yacimientos, en calidad de pirquineros593. Al acentuarse la crisis minera en el norte chileno después de 1870, los trabajadores se desplazaron hacia el Perú para el tendido de líneas férreas, hacia las salitreras descubiertas en el Departamento Litoral de Bolivia y hacia el yacimiento argentífero de Caracoles, en la zona interior del mismo país.
Las penosas condiciones en que efectuaban sus labores, el peligro de las enfermedades endémicas y el elevado costo de la vida, que reducía el valor adquisitivo del salario que recibían, dieron buenos argumentos a la Sociedad Nacional de Agricultura, a los políticos y a los diarios chilenos en sus campañas en contra de la emigración de compatriotas594.
______________
570William F. Sater, “La agricultura chilena y la guerra del Pacífico”, en Historia 16, Santiago, 1981, p. 139.
571Sater, op. cit., p. 138.
572ANH, MI, 1.388, s.f.
573ANH, MI, 1.388, s.f.
574De Ramón, “Estudio”, cit., p. 233.
575De Ramón, “Estudio”, cit. p. 218
576Julio Pinto Vallejos, “La transición laboral en el Norte salitrero: la provincia de Tarapacá y los orígenes del proletariado en Chile 1870-1890”, en Historia 25, 1990, pp. 212-213; del mismo, Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera. El ciclo del salitre y la reconfiguración de las identidades populares (1850-1900), Editorial de la Universidad de Santiago de Chile, Santiago, 1998, pp. 31-41.
577Una discusión sobre la presencia de peones chilenos en Tarapacá y Antofagasta antes de la guerra del Pacífico y, en especial, sobre la violencia generada entre estos y los peones peruanos y bolivianos, en Pinto Vallejos, Trabajos y rebeldías, pp. 59-83.
578Diego Barros Arana, Historia de la guerra del Pacífico, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, p. 69.
579Fernando Silva Vargas, “El Chile liberal y los pobres (1871-1920)”, en Anales del Instituto de Chile, XXVI, Santiago, 2007, p. 221.
580Ignacio Chuecas S., Dueños de la Frontera. Terratenientes y sociedad colonial en la periferia chilena. Isla de La Laja, 1670-1845, tesis para optar al grado de Doctor en Historia, Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 2016, pp. 133-137.
581Rodolfo Urbina Burgos, “Chiloé, foco de emigraciones”, en Chiloé y su influjo en la XI Región. II Jornadas Territoriales, Universidad de Santiago, Santiago, 1988, pp. 31-46.
582Grenier, op. cit., 1984, p. 415.
583Sobre la mitología desarrollada en torno a la emigración chilena a California, Gilberto Harris Bucher, Emigrantes e inmigrantes en Chile, 1810-1915. Todo revisitado todo recargado, Editorial Puntángeles, Valparaíso, 2012, pp. 33-45.
584El Correo del Sur, Concepción, 27 de noviembre de 1852.
585Watt Stewart, “El trabajador chileno y los ferrocarriles del Perú”, en RChHG, 85, 1938, p. 131.
586Gilberto Harris Bucher, “Notas sobre las vías ‘visibles’ de la emigración de chilenos hacia la costa Pacífico americana, 1842-1882”, en Miscelánea Histórico-Jurídica de Chile. Siglos XVIII y XIX, Facultad de Humanidades, Universidad de Playa Ancha de Ciencias de la Educación, Valparaíso, 1998, pp. 80 y 83.
587Stewart, “El trabajador”, cit., p. 133; Harris, “Notas”, cit., p. 83.
588Stewart, “El trabajador”, cit., p. 132.
589Valenzuela, Mineros, p. 30.
590Valenzuela, Mineros, pp. 37-48.
591Jorge Rojas Flores, “Trabajo infantil en la minería: apuntes históricos”, en Historia, 32, Santiago, 1999, pp. 379 y 382-383.
592Chouteau, op. cit., p. 157.
593Pablo Rubio Apiolaza, “Miradas políticas de la elite en una zona decadente. El Norte Chico entre 1880 y 1900”, en RHSM, Crisis minera y conflicto social en Chile durante el siglo XIX, Año X, vol. 2, 2006, p. 43.
594La oposición a la emigración está tratada por Stewart, “El trabajador”, cit., pp. 153-163.