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LOS INDÍGENAS DEL EXTREMO SUR
ОглавлениеEn los archipiélagos del Pacífico entre el golfo de Penas y el estrecho de Magallanes se desarrolló la vida de los alacalufes o kaweskar, nómades marinos que supieron adaptarse a una geografía y a un clima extremadamente hostiles. Instalados ocasionalmente en algunas playas, estos indios “canoeros” tenían algunos lugares privilegiados de residencia en islas y canales especialmente inhóspitos en las proximidades del océano, como Edén, Puerto Grapler, Puerto Bueno, Muñoz Gamero, el canal Fallos, los archipiélagos Guayaneco y Madre de Dios y la red de canales entre el Castillo, el Ladrillero, el Brazo Norte y el canal Picton, en la intrincada zona de la isla Wellington686. Pero también por el canal Kirke alcanzaban en sus migraciones tradicionales al seno Última Esperanza y, cruzando desde el seno Obstrucción por el camino de los indios y cargando sus botes, llegaban al seno Skyring. Según Fitz-Roy, en 1830 los alacalufes tenían allí contacto con los tehuelches o aónikenk, con los cuales intercambian pirita de hierro por instrumentos de piedra y pieles de guanacos687. Frecuentaron también el estrecho de Magallanes, al menos hasta la fundación de Punta Arenas, y se sabe de sus viajes a las costas de la isla Dawson y del seno Almirantazgo, a Bahía Inútil, donde pudieron estar en contacto con los onas o selknam, así como a los canales Magdalena y Bárbara, área en que con seguridad se relacionaron con los yaganes o yámanas688.
Como pueblo marítimo que era, su alimentación estaba constituida fundamentalmente por carne y grasa de foca, que era consumida en avanzado estado de putrefacción, aves como el quetro y el cormorán, mariscos, bayas y setas. Y el varamiento de una ballena constituía una fuente casi inagotable de alimento689.
Es imposible determinar el número de kaweskar, si bien los comandantes Parker King y Fitz-Roy observaron en sus viajes de 1826 a 1836 que apenas veían pasar un barco se acercaba más de un centenar, y que cuando eran muy numerosos no vacilaban en atacar a las embarcaciones. Para reunirse, los indígenas utilizaban las señales de humo690. Es muy posible, como lo subrayó Emperaire, que la misma presencia de una nave en lugares abrigados en que también acampaban los alacalufes atrajera a estos al punto de anclaje, dando una errónea impresión de gran densidad demográfica.
Sorprendió siempre a los viajeros que los alacalufes usaran como única vestimenta una capa corta de piel de foca, de nutria, de coipo y a veces de guanaco, con que cubrían sus espaldas, llevando el cuerpo desnudo untado de aceite de foca691. Muy lentamente, y debido al contacto con los tripulantes de los buques, comenzaron a usar ropas de textiles. Prácticamente durante todo el siglo XIX se desplazaron por los canales en canoas hechas con corteza de mañío (Podocarpus nubigena) y dotadas de un mástil y una vela de piel de foca. En el medio de la embarcación y sobre un lecho de arena y conchas se mantenía un pequeño fuego permanentemente alimentado. La inestabilidad de la canoa solía concluir en la muerte de la tripulación, que podía llegar a nueve o 10 personas. También los kaweskar usaron canoas hechas de tres o cinco tablones, de manera similar a las dalcas chilotas, cosidos probablemente con la enredadera leñosa llamada voqui. La última información sobre una canoa de tablas la dio en 1878 el comandante Juan José Latorre, quien la encontró en el seno Skyring692.
La relación de los alacalufes con loberos y hacheros chilotes y extranjeros fue fatal para ese frágil grupo humano. Víctima de diversas enfermedades, principalmente las venéreas, así como del alcohol, ya hacia 1880 comenzó su desaparición. Además, la emigración, voluntaria o forzada, contribuyó a la aceleración del proceso.
Otro grupo aborigen, al que ya se ha aludido, los yaganes o yámanas, fue también un pueblo “canoero”. Se desplazó por el litoral marítimo del sur de la isla grande de Tierra del Fuego, es decir, por el canal Beagle, y por las islas y canales meridionales hasta las Wollaston. Tal como ocurrió con los kaweskar, el nomadismo de los yámanas impidió determinar su número. Hacia mediados del siglo se despertó el interés entre algunos anglicanos ingleses por establecer misiones en la región y evangelizar a los naturales, en una labor increíblemente esforzada impulsada por Allen Gardiner, antiguo capitán de la Armada británica. Este había recorrido sectores del estrecho de Magallanes en 1842 y tres años después, a comienzos de 1845, y sostenido por la Patagonian Missionary Society, llegó a la bahía San Gregorio, en la margen norte del estrecho, entre la Primera y la Segunda Angostura693. Notificado por la tripulación de la goleta Ancud que se encontraba en un territorio sujeto a la jurisdicción chilena, Gardiner se estableció junto a otros colaboradores en la isla Picton en 1848, y más tarde en Puerto Español, en la boca oriental del canal Beagle. La falta de alimentos los llevó a la enfermedad y a la muerte en 1851. La South American Missionary Society decidió, desde las Falkland, organizar otra campaña misionera, contando en esta ocasión con un buque, el Allen Gardiner. Su capitán decidió desembarcar con la tripulación en Wulaia, en la margen occidental de la isla Navarino, sobre el canal Murray, en diciembre de 1859, pero fueron asesinados por los indígenas encabezados por Jimmy Button, quien, llevado por Fitz-Roy a Inglaterra, había retornado a su lugar de origen. Continuó más tarde la labor misionera el pastor Stirling, sustituido después por Thomas Bridges, quien, instalado en 1870 en Ushuaia, dejó bastante información sobre los yámanas. Hacia esa época Bridges estimaba en tres mil el número de estos indígenas. En 1884 levantó un censo de ellos, que arrojó algo menos de mil individuos694. Al igual que los kaweskar, los yámanas, cubiertos con una corta capa de piel de foca, recorrían los canales en canoas de corteza cazando focas y cetáceos, y pescando y recogiendo moluscos, tarea esta última de la que se encargaban las mujeres. Las bayas y las setas, en especial el hongo llamado “pan del indio” (Cyttaria darwini), que crece en árboles del género Nothofagus, completaban su alimentación695. En 1888 el misionero Harry Burleigh abrió una sede en la isla Bayly, en el archipiélago Wollaston, un poco al norte del cabo de Hornos. Ellen Susan Burleigh, su cónyuge, dejó una notable descripción del aprovechamiento por los indios de una ballena varada:
Muy rara vez queda varada una ballena en una de las islas cercanas, y entonces se produce un gran regocijo. Se amontona todo el mundo en ese lugar y muy pronto comienzan a tener mejor aspecto. Se lanzan sobre la carne de ballena y es sumamente asombroso cómo pueden consumir tanto de una vez. En estas ocasiones yo iba a las chozas y veía grandes trozos de ballena tostándose delante del fuego, y al preguntarles de quién era ese trozo, alguno de los hombres o de las mujeres respondía: “Eso es mío para que yo lo coma”, y pronto se ocupaba de esa gran porción.
Les agrada mucho el aceite. He visto a menudo grandes cantidades de grasa delante del fuego con una lata o una concha debajo para recoger el aceite, y los niños y adultos sumergen frutillas en él y las comen de esa manera, haciendo una masa […] También los bebés se deleitan chupando un trozo de grasa696.
En sus transitorias detenciones en tierra, en lugares que les eran habituales y que quedaban marcados por los conchales, los yámanas construían chozas con palos curvados y cubiertos con ramas o cueros de lobos. Su contacto con los occidentales les permitió conocer las herramientas de metal, gracias a lo cual pudieron construir canoas de troncos ahuecados697. Pero ese mismo contacto permitió la difusión del alcoholismo y de verdaderas epidemias de sarampión y tos convulsiva que redujeron velozmente su número698.
Los onas o selknam, indios “de a pie”, como los llamaba Bridges699, habitaron las estepas del norte de la isla grande de Tierra del Fuego y las zonas boscosas del sur de la misma. Étnicamente muy cercanos a los tehuelches, fueron diestros cazadores nómades, que con arcos y flechas capturaban guanacos y cururos, de donde obtenían el alimento y las pieles para la confección de las grandes capas con el pelo hacia afuera con las que se protegían del frío. Acostumbraban, al igual que los yámanas, a pintarse la cara y el cuerpo. Los selknam desarrollaron una estructura social basada en los grupos familiares, de manera que la jefatura de estos radicaba en los más ancianos y respetables; no conocieron, por tanto, el cacicazgo700. Sostuvo Gusinde que la isla grande estaba dividida en 40 circunscripciones, con límites muy precisos y que no se podían traspasar sin el debido permiso, en los que cada grupo familiar cazaba y recolectaba frutos silvestres y huevos701. Las relaciones de este pueblo con los occidentales, que originaron su desaparición, surgieron al concluir el siglo XIX de la explotación de los placeres auríferos y de la ocupación de la Tierra del Fuego por los ovejeros, el primero de los cuales, la sociedad Wehrhahn y Cía., se estableció en 1885 en la bahía Gente Grande con la estancia homónima.
Los patagones, tehuelches o aónikenk, por último, constituyeron también un pueblo de cazadores nómades, que se desplazaban a caballo por las pampas desde el estrecho de Magallanes, por el sur, hasta el río Santa Cruz, por el norte, y desde el Atlántico hasta los contrafuertes cordilleranos. Incluso incursionaban hacia la región de Última Esperanza a fin de capturar baguales, es decir, caballos cerriles. Es necesario recordar que ya a mediados del siglo XVIII los aónikenk habían logrado dominar la crianza y el uso del caballo, lo que dio a sus movimientos una extraordinaria amplitud. Vigorosos y de elevada estatura, empleaban arcos, flechas, lazos y boleadoras como armas, y vestían con quillangos, grandes capas de pieles de guanacos, zorros y chingues, muy bien sobadas y cosidas con tendones. En sus caballos transportaban sus viviendas desarmables, también de cuero, con las que alzaban con rapidez las tolderías al detenerse en el camino. Aunque no conocieron la institución del cacicazgo, aceptaban ocasionalmente la jefatura de algún indio principal702. Con el establecimiento del Fuerte Bulnes en 1843 y, después, con la fundación de Punta Arenas, los contactos entre los chilenos y los aónikenk se hicieron muy frecuentes. Contribuyó a esto tanto el comercio —pieles de guanaco, zorro y chingue de los indios por bisuterías, alimentos, tabaco y, especialmente, alcohol de los chilenos— como las diferencias entre Chile y Argentina por la Patagonia oriental. Varias veces al año los indígenas se hacían presentes en la colonia en grandes cantidades, montando sus caballos y tirando de los pilcheros o caballos de carga en que transportaban las pieles. Para las autoridades de uno y otro país fue muy importante contar con la amistad de los tehuelches, pues, por el cabal conocimiento que tenían de la región, aseguraban el éxito de las comisiones de exploración enviadas por los gobiernos y, en especial, permitían obtener informaciones sobre los movimientos de las fuerzas de los vecinos. No sorprende, pues, que tanto el gobierno de Santiago como el de Buenos Aires buscaran ganarse la buena voluntad de los jefes importantes otorgándoles grados militares y los correspondientes sueldos.
Pero el contacto con chilenos y argentinos, el posterior desarrollo de la ganadería y los efectos de la Campaña del Desierto dispuesta por el gobierno transandino llevaron también a la desaparición de esa etnia.
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595Rodulfo Amando Philippi, Viaje al Desierto de Atacama, Cámara Chilena de la Construcción; Pontificia Universidad Católica de Chile; Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2008, p. 28.
596Philippi, op. cit., pp. 46-47.
597Jorge Hidalgo Lehuedé, Historia andina en Chile, I, Editorial Universitaria, Santiago, 2004, pp. 25-32.
598Alvaro Jara, Legislación indigenista de Chile, Instituto Indigenista Interamericano, México, 1956, p. 14.
599Un notable estudio genealógico sobre esta familia de ascendencia indígena del Limarí en Guillermo Pizarro Vega, “Familia Tabilo”, REH, 49, 2008, pp. 339-357.
600Jorge Zúñiga Ide, La consanguinidad en el valle de Elqui. Un estudio de genética de poblaciones humanas, Ediciones de la Universidad de Chile, Sede La Serena, La Serena, 1980, p. 47.
601Maria Graham, Diario de una residencia en Chile, Andros Impresores, Santiago, 2007, p. 266.
602Graham, op. cit., pp. 264-265.
603María Carolina Odone, “El valle de Chada: la construcción colonial de un espacio indígena de Chile central”, en Historia, 30, 1997, p. 205.
604Carmen Arretx, Rolando Mellafe y Jorge L. Somoza, Estimación de la mortalidad adulta a partir de información sobre la estructura por edades de las muertes. Aplicación a datos de San Felipe en torno a 1787, Centro Latinoamericano de Demografía (CELADE), Serie A, N° 150, Santiago, 1977, pp.3-4.
605Fernando Silva Vargas, Tierras y pueblos de indios en el Reino de Chile. Esquema histórico-jurídico, Editorial Universidad Católica, Santiago, 1962, p. 202.
606Magnus Morner, “¿Separación o integración? En torno al debate dieciochesco sobre los principios de la política indigenista en Hispano-América”, en Journal de la Société des Américanistes, LIV-1, 1965, p. 44.
607Oscar Dávila Campusano, “La aplicación de las leyes de indígenas en Chile durante la República (1860-1930). La labor de la prensa. La labor fiscalizadora del Congreso Nacional”, en RChHD, 23, 2011-2012, p. 121.
608Héctor Hernán Herrera Vega, Erque, Elqui, Vicuña. Anales de su historia, I, Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2011, p. 56.
609Mario Manríquez Guerra, “Licantén”, en Víctor Manuel Avilés Mejías, De Curicó a la costa, Salesianos Impresores S.A., Santiago, 2010, p. 106 y ss.
610Un extenso tratamiento de la comunidad de Valle Hermoso en Milton Godoy Orellana y Hugo Contreras Cruces, Tradición y modernidad en una comunidad indígena del Norte Chico: Valle Hermoso, siglos XVII al XX, Editorial Universidad Bolivariana, Santiago, 2008.
611Ignacio Chuecas S., Dueños de la Frontera, cit., p. 46 y ss.
612Edmond Reuel Smith, “Los araucanos. Notas sobre una gira efectuada entre las tribus indígenas de Chile meridional”, en Ítalo Salgado (Compilador), Lorena Villegas y Samuel Quiroga (Investigación), Travesías por la Araucanía. Relatos de viajeros de mediados del siglo XIX, Ediciones de la Universidad Católica de Temuco, Salesianos Impresores, Santiago, 2016, p. 200; Horacio Zapater Equioiz, “La expansión araucana en los siglos XVIII y XIX”, en Sergio Villalobos et al., Relaciones fronterizas en la Araucanía, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 1982, p. 95.
613Sergio Villalobos R., Los pehuenches en la vida fronteriza, Ediciones Universidad Católica de Chile, 1989, p. 234 y ss.
614Smith, op. cit., p. 155.
615Leonardo León Solís, Maloqueros y conchavadores en la Araucanía y las Pampas, 1700-1800, Ediciones Universidad de la Frontera, P. Las Casas-Temuco, 1991, pp. 59-63.
616Ana María Contador, Los Pincheira. Un caso de bandidaje social. Chile, 1817-1832, Bravo y Allende Editores, Santiago, 1998, pp. 167-170.
617Ignacio Domeyko, Mis viajes. Memorias de un exiliado, II, Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago, 1978, p. 701.
618Ignacio Domeyko, La Araucanía y sus habitantes, Cámara Chilena de la Construcción, Pontificia Universidad Católica de Chile, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2010, p. 68.
619Domeyko, La Araucanía, p. 24.
620Pascual Coña, Memorias de un Cacique Mapuche, Instituto de Capacitación e Investigación en Reforma Agraria, Santiago, 1973, pp. 138-169.
621Villalobos, Relaciones fronterizas, pp. 200-201.
622Manuel Ravest Mora, Ocupación militar de la Araucanía (1861-1883), Editorial y Encuadernación Licanray, Santiago, 1997, p. 15.
623Arturo Leiva, El primer avance a la Araucanía, Angol 1862, Ediciones Universidad de la Frontera, Telstar, Soc. Ltda., Temuco, 1984, p. 22.
624Leandro Navarro, Crónica militar de la conquista y pacificación de la Araucanía desde el año 1859 hasta su completa incorporación al territorio nacional, Pehuén Editores, Santiago, 2008, p. 36.
625“Carta del Reverendo Diego Chuffa”, en El Correo del Sur, 6 de octubre de 1853, en Leiva, op. cit., p. 25.
626Leonardo León, “Ventas, arriendos y donaciones de tierras mapuches en Arauco: sujetos, terrenos y valores, 1858-1861”, en Historia, 49, I, 2016, p. 134.
627Fernando Silva Vargas, Poder y redes: el gobernador de Chile don Francisco Ibáñez de Peralta (1700-1709), Academia Chilena de la Historia, Santiago, 2013, p. 304.
628Rolf Foester G., “Los procesos de constitución de la propiedad en la frontera norte de la Araucanía: sus efectos esperados y no esperados en el imaginario y en la estructura de poder”, en Cuadernos de Historia, 28, marzo de 2008, p. 11.
629Ravest, op. cit., p. 17.
630Pedro Pablo Figueroa, Historia de la fundación de la industria del carbón de piedra en Chile. Don Jorge Rojas Miranda, Imprenta del Comercio, Santiago, 1897, pp. 46-47.
631León, Ventas de tierras tribales, p. 22.
632León, Ventas de tierras tribales, p. 10 y 14.
633León, “Ventas, arriendos”, op. cit., p. 135.
634Seguimos aquí el planteamiento de Leonardo León en su trabajo inédito, Ventas de tierras tribales en el gulumapu septentrional, 1793-1852.
635León, op. cit., p. 22.
636Ricardo Donoso y Fanor Velasco, La propiedad austral, ICIRA, Santiago, 1970, pp. 53-54.
637Francisco Antonio Pinto a Aníbal Pinto, Santiago, 14 de abril de 1855, en AJAA.
638Sergio Villalobos R., Vida fronteriza en la Araucanía. El mito de la guerra de Arauco, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1995, pp. 203-204; Carlos Bascuñán, Magdalena Eichholz y Fernando Hartwig, Naufragios en el Océano Pacífico Sur, II, Aguilar Chilena de Ediciones S.A., Santiago, 2011, pp. 113-114; Gabriel Guarda O.S.B., Nueva Historia, 2001, pp. 514-515.
639Tornero, op. cit., p. 654.
640Cornelio Saavedra, Documentos relativos a la ocupación de Arauco que contienen los trabajos practicados desde 1861 hasta la fecha, Cámara Chilena de la Construcción, Pontificia Universidad Católica de Chile, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2009, p. 273.
641Saavedra, op. cit. pp. 286-288.
642Saavedra, op. cit., pp. 294, nota 18.
643León, Venta de tierras tribales, p. 14.
644Leiva, op. cit., p. 30.
645Leiva, op. cit., p. 30.
646León, “Ventas, arriendos”, en op. cit., p. 147.
647El texto de la ley en Jara, op. cit., pp. 31-32. El artículo 4° de esta norma constituyó en dependencia directa del presidente la colonia de Magallanes y “las demás que se establecieren en el Estado”. Los límites más precisos de la provincia de Arauco fueron fijados por decretos de 7 de diciembre de 1852 y 22 y 25 de febrero de 1854.
648León, Venta de tierras tribales, p. 15.
649León, “Ventas, arriendos”, en op. cit., pp. 169-183.
650Leonardo Mazzei de Grazia, La red familiar de los Urrejola de Concepción en el siglo XIX, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2004, pp. 119-120
651Tomás Guevara, Historia de la civilización de Araucanía, III, Imprenta Cervantes, Santiago, 1902, p. 142.
652Guevara, op. cit., p. 142.
653Guevara, op. cit., p. 142.
654Guevara, op. cit., p. 143. Un juicio del propietario del fundo Pino Huacho con la comunidad Avello en 1917 se tradujo en numerosas publicaciones en la prensa, en las que se incluyeron algunos documentos de interés, como la escritura de compraventa de los terrenos de Caramávida. Cfr. El Sur, Concepción, 7 de diciembre de 1917.
655Jara, op. cit., p. 32.
656El texto en Jara, op. cit., p. 34.
657Donoso y Velasco, op. cit., p. 68. Sobre el alcance de estas compraventas, cfr. Leiva, op. cit., p. 31 y ss.
658Donoso y Velasco, op. cit., p. 63.
659Donoso y Velasco, op. cit., p. 67.
660Donoso y Velasco, op. cit., p. 73.
661Donoso y Velasco, op. cit., p. 70.
662Ravest, op. cit., p. 19.
663Leiva, op. cit., pp. 57-59.
664Navarro, op. cit. pp. 45-47; Leiva, op. cit., pp. 59-61.
665El Mercurio, 22 de febrero de 1861, en Leiva, op. cit., p. 62.
666Saavedra, op. cit., p. 341.
667Rodolfo Urbina Burgos, “Chiloé y la ocupación de los llanos de Osorno durante el siglo XVIII”, en BAChH, 98, 1987, p. 231.
668Gabriel Guarda pudo reconstituir la filiación de los caciques gobernadores de Toltén, pertenecientes a la familia mestiza originada en Rodrigo de las Cuevas, capturado niño por los indios en la destrucción de Valdivia en 1599. Cfr. Gabriel Guarda, “Los caciques gobernadores de Toltén”, BAChH, 78, 1968, pp. 43-69.
669Donoso y Velasco, op. cit., p. 93.
670Gabriel Guarda O.S.B., “La economía de Chile austral antes de la colonización alemana, 1645-1850”, en Historia, 10, 1971, p. 312.
671Gabriel Guarda O.S.B., La toma de Valdivia, Empresa Editora Zig Zag S. A., Santiago, 1970, pp. 111-112.
672Informe de José de la Cavareda, 2 de agosto de 1834, en Donoso y Velasco, op. cit., p. 95.
673Donoso y Velasco, op. cit., pp. 94-95.
674Sobre compras de tierras a indios en Valdivia, Guarda, “La economía de Chile austral”, cit., p. 233, nota 162.
675Donoso y Velasco, op. cit., pp. 99-102.
676Donoso y Velasco, op. cit., p. 34.
677El decreto de 4 de diciembre de 1855 en Jara, op. cit., pp. 34-36; el de 9 de julio de 1856 en el mismo, pp 38-39.
678Jara, op. cit., pp.39-40, y en Donoso y Velasco, op. cit., pp. 122-125.
679Isidoro Vázquez de Acuña, “Evolución de la población de Chiloé (siglos XVI-XX), en BAChH, 102, 1991-1992, p. 432.
680 Ibíd.
681Vázquez de Acuña, “Evolución”, op. cit., p. 434.
682Vázquez de Acuña, “Evolución”, op. cit., p. 437.
683Darwin en Chile, p. 157.
684Darwin, op. cit., p. 184.
685Marco Antonio León León, Chiloé en el siglo XIX. Historia y vida cotidiana de un mundo insular, Ediciones Universitarias de Valparaíso, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, 2015, p. 91 y ss.
686Joseph Emperaire, Los nómades del mar, LOM Ediciones, Santiago, 2002, pp. 93-94.
687Emperaire, op. cit., p. 91.
688Emperaire, op. cit., pp. 92-93.
689Emperaire, op. cit., p. 165 y ss.
690Emperaire, op. cit., p. 100.
691Emperaire, op. cit., pp. 180-183.
692Emperaire, op. cit., pp. 211 y ss.
693Mateo Martinić, Historia del estrecho de Magallanes, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1977, pp. 140-141.
694Martin Gusinde, Expedición a la Tierra del Fuego, Editorial Universitaria, S. A., Santiago, 1980, pp. 54-55.
695Giuliana Furci, Hongos de Chile, Fundación Fungi, Santiago, 2016, p.
696Tomás Bridges, Los indios del último confín. Sus escritos para la South American Missionary Society, Zagier & Urruty, Ushuaia, 2001, p. 172.
697Gusinde, op. cit., pp. 75-76.
698Gusinde, op. cit., p. 127.
699Bridges, op. cit., p. 61.
700Mateo Martinić, Última Esperanza en el tiempo, Ediciones de la Universidad de Magallanes, Offset Don Bosco, Punta Arenas, 1985, p. 14.
701Gusinde, op. cit., p. 138.
702Martinić, Última Esperanza, pp. 29-30.