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DECLARAR LA INDEPENDENCIA E INCORPORARSE A LA ESCENA MUNDIAL COMO UNA NACIÓN SOBERANA

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El efecto de Sentido común en el estado de ánimo de los colonos fue electrizante, un concepto, por cierto, ya popular entonces debido a los experimentos científicos de Benjamin Franklin, muy divulgados.15 Este había vuelto a Filadelfia tras pasar una década en Londres en defensa de la causa de las colonias. Si antes de enero de 1776 solo se hablaba de reconciliación, ahora solo se hacía de separación. Las llamadas a la independencia llenaban los periódicos, algo que no pasó desapercibido a los gobiernos de las colonias. En febrero y marzo, Carolina del Sur reescribió su Constitución y se convirtió en «independiente de la autoridad real». En abril, el condado de Charlotte, en Virginia, adoptó una resolución que rechazaba cualquier intento de reconciliación. En mayo, el Congreso Continental envió a todas las colonias instrucciones que exhortaban a sustituir los gabinetes favorables a la reconciliación por otros más inclinados a la independencia. Al acabar el mes, John Adams certificaba: «[…] cada carta y cada día nos trae “independencia” como un torrente».16

Esas mismas cartas que se enviaron a los representantes de las colonias dejaban claro que sus autores habían abrazado, sin vacilación, la conexión formulada por Paine entre efectuar una declaración de independencia y recibir ayuda de Francia y España. Uno de los primeros en suscribir dicha conexión fue Richard Henry Lee, delegado de Virginia en el Congreso y miembro de una de las familias más influyentes de las colonias. Mucho antes de que se publicara Sentido común, él ya había recibido esas ideas gracias a su hermano Arthur Lee, quien, durante su misión de representante de las colonias en Londres junto con Benjamin Franklin, en 1774 le había dicho que, en caso de guerra con Gran Bretaña, «América tal vez tenga que deberles [a potencias europeas] su salvación, en caso de que la lucha sea seria y continuada».17 Dicha idea se vio reforzada, desde luego, por una carta que le remitió en abril de 1776 John Washington, uno de los sobrinos de George Washington: «Soy de la firme opinión de que, a menos que declaremos abiertamente la Independencia, no hay ninguna opción de recibir ayuda exterior».18 Ese mismo mes, Richard Henry Lee le explicaba a su paisano virginiano Patrick Henry, residente en Williamsburg, que el Congreso debía considerar pronto la independencia, puesto que el actual «peligro […] puede evitarse mediante una alianza a tiempo con las potencias adecuadas y favorables de Europa», y que «ningún estado de Europa tratará o comerciará con nosotros mientras nos consideremos súbditos de Gran Bretaña».19

En abril, las delegaciones de las colonias en el Congreso comenzaron a recibir instrucciones de votar a favor de la independencia. El condado de Cumberland de Virginia ordenó a sus representantes en el Congreso «declarar la independencia [y] buscar ayuda exterior». Carolina del Norte, por su parte, pidió a sus delegados «acordar con los delegados de las otras Colonias la declaración de la independencia y formar alianzas exteriores».20 En mayo, la Convención de Virginia acordó en pleno adoptar una resolución que ordenaba a sus delegados «declarar las colonias unidas estados libres e independientes […] y aprobar las medidas que se consideren apropiadas y necesarias para la formación de alianzas exteriores».21 Estas directrices de los gobiernos de las colonias a sus delegados en el Congreso dejan claro que, al hacerse eco de las ideas de Paine, veían en la declaración de independencia el único medio de obtener ayuda de Francia y de España.

A medida que el movimiento favorable a la independencia ganaba impulso, incluso el delegado de Massachusetts John Adams, alguien, por lo general, opuesto a cualquier enredo exterior, admitía a su pesar:

Debemos llegar a la Necesidad de Declararnos Estados independientes y ahora tenemos que dedicarnos a preparar […] Tratados que ofrecer a Potencias extranjeras, en especial a Francia y España […] Que no podemos esperar que las Potencias extranjeras Nos reconozcan hasta que Nosotros nos hayamos reconocido a nosotros mismos y hayamos ocupado un Puesto entre ellas como Potencia soberana y Nación Independiente; que ahora estábamos afligidos por la Falta de Artillería, Armas, Munición, Vestimenta e incluso Pedernal.22

A primeros de junio, Richard Henry Lee ya estaba preparado para seguir las instrucciones de la Convención de Virginia y pedir a las claras al Congreso que declarara la independencia. Repitiendo las ideas de John Adams, le explicaba a un terrateniente virginiano: «No es, pues, el deseo sino la necesidad lo que pide la independencia, puesto que es la única forma de obtener una alianza exterior».23 Estas palabras las escribió el domingo 2 de junio. La semana siguiente seguro que la pasó reflexionando acerca de la redacción de un conjunto de resoluciones que pondría en marcha al Congreso. El viernes 7, el Congreso se reunió como de costumbre a las 10 de la mañana. Se abordaron cuestiones urgentes relativas a informes de la guerra, así como un asunto más banal, la compensación a un comerciante por bienes confiscados por la Marina Continental. Alrededor de las 11, Richard Henry Lee solicitó intervenir y, entonces, presentó tres resoluciones relacionadas entre sí para su aprobación:

Que estas Colonias Unidas son, y por derecho deben ser, Estados libres e independientes; que están liberadas de fidelidad alguna a la Corona británica y que toda conexión política entre ellas y el Estado de Gran Bretaña está, y debe ser, disuelta por completo.

Que desde ya es urgente tomar las medidas más efectivas para formar Alianzas con el exterior.

Que se prepare un plan de confederación y se transmita a las Colonias respectivas para su consideración y aprobación.24

Las resoluciones fueron secundadas por John Adams, pero el Congreso retrasó su toma en consideración hasta el día siguiente. El sábado, y de nuevo el domingo, el Congreso debatió las tres resoluciones. Aunque los representantes de las colonias del sur y de Nueva Inglaterra eran favorables a las mismas, muchas de las colonias del Atlántico Medio* preferían retrasar la decisión. Los contrarios a la independencia ponían en duda que Francia o España fueran a proporcionar alguna ayuda, debido a sus propios intereses coloniales en América, y afirmaban que Francia estaría más inclinada a formar una alianza con Gran Bretaña para repartirse Norteamérica entre ambas. Los favorables a las resoluciones, como demuestran las anotaciones de Thomas Jefferson, respondían que «solo una declaración de independencia podría complacer al gusto europeo para que las potencias europeas traten con nosotros», que no había que perder tiempo y que era necesario pedir, cuanto antes, la ayuda que podían ofrecer Francia y España. Los argumentos en uno y otro sentido se cruzaban sin que se llegara a un consenso claro.

En lugar proceder a votar la resolución de independencia, el Congreso pospuso los debates hasta el 1 de julio y ordenó a un comité que redactara un borrador de declaración en previsión de que la cámara fuera favorable a dicha opción. Se formaron también comités para encargarse de la segunda y tercera resoluciones: uno para redactar un proyecto de tratado con Francia y otro para redactar un borrador de plan de confederación de los trece estados que se crearían a partir de las trece colonias, una vez que se declarase la independencia. El comité encargado del plan de confederación fue el mayor de los tres y contaba con un representante de cada colonia. Debido a lo difícil que resultó el acuerdo entre estos, fue el comité que más tardó en cumplir su encargo: hasta dieciocho meses después, en noviembre de 1777, no presentó los Artículos de Confederación (además, dichos artículos no fueron ratificados por todos los trece estados hasta 1781). El segundo comité, que debía escribir un proyecto de tratado con Francia, solo tenía cinco miembros, encabezados por John Adams. Este insistió en que el tratado fuera solo de naturaleza comercial y que no implicara ninguna alianza política o militar que pudiera «enredarnos en futuras guerras europeas».25 El Plan de Tratados [Plan of Treaties] final, que se atuvo en todo a los requisitos de Adams, se presentó el 18 de julio y el Congreso lo aprobó el 17 de septiembre. Un mes más tarde, Benjamin Franklin tomó un barco hacia Francia con el proyecto de tratado de Adams en la cartera y la misión de obtener la ayuda que su nación necesitaba de forma tan acuciante.

El comité de cinco miembros encargado de escribir el borrador de la Declaración de Independencia también estuvo presidido por John Adams, pero la tarea de la redacción se confió a Thomas Jefferson. Ya era un consumado escritor y estaba trabajando, con sus paisanos virginianos y políticos James Madison y George Mason, en una Constitución y en una Declaración de Derechos para el estado de Virginia que pronto crearían. Jefferson escribió con rapidez, tomó préstamos de dicho documento y de otros, de modo que, en pocos días, ultimó el primer borrador. Primero se lo enseñó a Franklin y a Adams, que hicieron solo unas pocas revisiones, y luego al comité en pleno, el cual lo debatió durante dos semanas. Para entonces, el Congreso ya había acordado el nombre de la nueva nación: el 24 de junio de 1776, su presidente, John Hancock, empleó por vez primera de forma oficial la denominación «los Estados Unidos» al nombrar a un nuevo voluntario francés, Antoine Félix Wuibert, oficial del Ejército Continental.26

El borrador revisado de la Declaración se presentó ante el Congreso el 28 de junio; para entonces, las colonias del Atlántico Medio ya habían autorizado a sus delegados que votaran a favor de la independencia, también con la asunción de que era el camino para obtener ayuda exterior.27 La moción para que se aprobase la resolución de Richard Henry se presentó el 2 de julio. Entonces, el Congreso debatió y revisó el borrador durante dos días, antes de aprobar la versión final del texto el día 4, que caía en jueves. Aquella tarde, se tipografió una hoja apaisada de la que se imprimieron unas doscientas copias que se enviaron a las colonias y al cuartel general del Ejército Continental. La intención del Congreso de que la declaración fuera leída por Luis XVI y Carlos III queda de manifiesto por el hecho de que el lunes 8 de julio, primer día laborable después del fin de semana, se envió una copia de la misma en un barco que zarpaba hacia Francia, junto con instrucciones para Silas Deane, comerciante de Connecticut que entonces estaba en París como delegado para negociar compras de armas.28 Dicho delegado debía «comunicar de inmediato el texto a la Corte de Francia y enviar copias del mismo a las demás Cortes de Europa».

Aunque las resoluciones de Richard Henry Lee y de todos los subsiguientes debates del Congreso –como había advertido con tanta claridad el propio Jefferson– ligaban la Declaración de Independencia a la solicitud de ayuda exterior, en ninguna parte del texto aparecían las palabras «Francia» o «España». Incluso, en el párrafo inicial, Jefferson afirmaba que la única razón de ser del documento era que «un respeto decente de lo que opinara la humanidad» los obligaba a justificar sus acciones. Esta afirmación, igual que el razonamiento similar esgrimido en la Declaración de las Causas y Necesidad de Tomar las Armas, ocultaba la verdadera razón y el auténtico destinatario de la Declaración de Independencia. Aunque la intención del Congreso fuera pedir ayuda a Luis XVI y a Carlos III, lo más probable es que Jefferson no estuviera pensando en ambos monarcas en el propio momento de la redacción del texto. Lo que empleó para justificar la causa de la independencia fueron los sentimientos más elevados de los pensadores de la Ilustración –Locke en lo referente al derecho natural, Voltaire en cuanto a la opresión y Montesquieu acerca de la libertad–.29 La inclusión de cualquier súplica expresa dirigida a una potencia extranjera habría rebajado la dignidad y envilecido la Declaración a la que con tanto celo había dado forma. La idea era que la propia existencia del documento sirviera como toque de corneta para pedir ayuda.

La Declaración se convirtió en un documento de gran importancia histórica. Tras la apología inicial que ocultaba su verdadera intención, Jefferson desplegaba su prosa más elevada:

Mantenemos que estas verdades son obvias, que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador con ciertos Derechos inalienables, que entre estos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad. Que para asegurar estos derechos se han instituido los Gobiernos entre los Hombres, derivando sus justos poderes del consentimiento de los gobernados.30

Continuaba lo anterior con una letanía de acusaciones al monarca británico por no haber cumplido con estos ideales. Se le imputaban desde ofensas generales contra las colonias a otras concretas como interferencia en procesos judiciales, secuestro, pillaje y saqueo. Jefferson no libraba de culpas a los británicos y los llamaba «Enemigos en la Guerra, en la Paz Amigos». Al declarar a los Estados Unidos miembro del conjunto de las naciones soberanas, Jefferson recordaba a sus anhelados aliados que ahora la nueva nación tenía «pleno Poder para emprender la Guerra, ultimar la Paz, entablar Alianzas, establecer el Comercio y hacer todos los demás Actos y Cosas a las que tienen derecho los Estados Independientes».

Solo al final del texto de la Declaración de Independencia Jefferson incluyó un pasaje que podría llamar la atención de los reyes de Francia y España de un modo especial: «Y en apoyo de esta Declaración, con una firme confianza en la protección de la divina Providencia, comprometemos todos nuestras Vidas, nuestras Fortunas y nuestro sagrado Honor». Es decir: para llegar a ser una nación independiente, autogobernada, hemos arriesgado todo lo que tenemos para ganar esta guerra con Gran Bretaña. Sin alianza militar, no existe la esperanza de que podamos seguir adelante. Por favor, venid en nuestra ayuda.

Al otro lado del Atlántico, Francia y España sopesaban sus opciones. Apenas habían transcurrido trece años desde que habían librado una guerra desastrosa con Gran Bretaña en la que habían perdido comercio, colonias e influencia. Una nueva contienda, del lado de los rebeldes norteamericanos, podía revertir las anteriores humillaciones –o llevar a ambos países a la ruina–.

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