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FRANKLIN EN LA CABINA DE MANDO

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En 1768, Johann de Kalb había visto a las colonias británicas de Norteamérica resignadas a la autoridad británica. En 1774 estaban al borde de la rebelión. Aunque el Parlamento había rechazado la mayor parte de las Leyes de Townshend, sí mantuvo el impuesto sobre el té y lo reforzó con la Ley del Té [Tea Act] de 1773. En diciembre de aquel año, los manifestantes de Boston respondieron con lo que las crónicas contemporáneas denominaron «la destrucción del té»,65 arrojando un cargamento de la Compañía de las Indias Orientales al agua en el puerto de Boston. Aquel suceso despertó protestas a ambos lados del Atlántico. En Londres, la posición de varios agentes que representaban los intereses de las colonias ante el Parlamento quedó dañada sin remedio. Entre ellos estaban Ralph Izard por Carolina del Sur, Arthur Lee por Massachusetts y sobre todo destacaba Benjamin Franklin, que había sido representante de Pensilvania, Massachusetts y algunos territorios más durante los últimos diecisiete años y que había ejercido una fuerte influencia en el rechazo de la Ley del Timbre. A finales de enero de 1774, fue convocado por el Consejo Privado [Privy Council; el organismo que aconsejaba al rey] para defender ante el mismo una petición para la destitución de Hutchinson y de Oliver del gobierno de Massachusetts. Acompañado por su viejo amigo Edward Bancroft, y ataviado con un elegante traje de seda de Manchester, entró a la Cabina de Mando [Cockpit], la cámara del Consejo Privado en el palacio de Whitehall. En lugar de defender la citada proposición, vio cómo se le acusaba de ser el jefe de una «cábala secreta» que buscaba confrontar al pueblo de las colonias contra su gobierno legítimo. Franklin aguantó estoicamente el chaparrón durante una hora y se fue sin apenas decir palabra. Apenas unos días antes tenía la opinión de que poco a poco iba consiguiendo un «acuerdo sobre nuestras diferencias» con el Parlamento.66 Ahora se había convencido de que aquellos ataques personales reflejaban una intransigencia profunda del Parlamento que ningún acuerdo podría remediar.

El Parlamento, por su parte, no veía la utilidad de dichas concesiones. Su respuesta al creciente descontento colonial fueron las Leyes Coercitivas de 1774, que, entre otras medidas, cerraban el puerto de Boston al comercio, despojaban a Massachusetts de cualquier clase de autogobierno y ordenaban el acuartelamiento de tropas en pueblos y ciudades. La Administración británica ordenó a Gage que aplicara las Leyes Coercitivas y que sofocara cualquier rebelión, pues pensaba que Francia no interferiría en los asuntos coloniales británicos igual que no había apoyado a España durante la crisis de las islas Malvinas/Falkland. Las colonias americanas reaccionaron con el envío de delegados al Primer Congreso Continental, que tuvo lugar en Filadelfia en septiembre de 1774, para debatir qué acciones podrían tomarse en respuesta a aquellas leyes. También comenzaron a formar y entrenar milicias para que estuvieran preparadas en caso de conflicto.

En Francia, los hombres que habían firmado el Tratado de París no serían los mismos que iban a asistir con preocupación a la escalada del conflicto en Norteamérica. Luis XV había perdido la confianza en Choiseul tras la crisis de las Malvinas/Falklands y lo destituyó poco después. También salió del gabinete su primo Choiseul-Praslin y con ambos desapareció el rígido control que había dominado la política exterior y naval gala durante más de una década. La estrategia de revancha contra Inglaterra se vio sustituida por un planteamiento más pacífico, en el que se aminoró el ritmo del rearme naval francés y se archivaron los planes de invasión de Gran Bretaña. La crisis también había envenenado el Pacto de Familia borbónico y ahora España miraba con suspicacia todo lo que significara depender más de Francia.

En 1774, en el momento en que la situación en las colonias norteamericanas alcanzaba el punto de ebullición, Luis XV moría. Su nieto, Luis XVI, le sucedió en el trono. El nuevo rey de 19 años, pese a su acercamiento a su abuelo después de la muerte de su padre, emprendió, de todas formas, importantes cambios en el gobierno. Para el puesto de ministro principal nombró a un antiguo ministro de Marina que llevaba postergado veinticinco años, Jean-Fréderic Phélypeaux, conde de Maurepas. Al enterarse de la existencia del Secret du Roi por Charles-François de Broglie, el monarca lo desmanteló de inmediato y puso toda la política diplomática en manos de su nuevo ministro de Exteriores, Charles Gravier, conde de Vergennes, el cual había sido, por cierto, miembro del Secret. Por desgracia, hubo un miembro del Secret que en gran medida no se vio afectado por la reforma, el chevalier d’Éon, quien aún residía en Londres y poseía los planes franceses de invasión de Gran Bretaña, ahora abandonados. Si Londres se enteraba de aquellos planes, podría desencadenarse una guerra que el nuevo rey no deseaba y para la que no estaba preparado. Al final, la solución para el problema del chevalier d’Éon, tramada por Luis XVI y Vergennes, llevaría a Francia directamente a la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos.

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