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LA ESTRATEGIA DE REVANCHA BORBÓNICA

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La vida en Francia parecía volver a la normalidad y los precios y el comercio recuperaron pronto los niveles previos a la guerra.28 El turismo resurgió en ambas direcciones a través del canal de la Mancha. El célebre Grand Tour que emprendía la mayoría de los jóvenes aristócratas británicos para conocer la cultura, la historia y el arte de Europa (sobre todo de Francia e Italia) se había visto gravemente interrumpido durante la Guerra de los Siete Años. Al concluir la contienda, a finales de 1762, los caballeros adinerados, como el ya mencionado Edward Gibbon, reanudaron la costumbre incluso antes de que se firmara el tratado de paz. No obstante, después de la guerra, estos viajes por el continente no fueron tan espléndidos y lujosos como en el pasado. El autor de la Guía del caballero durante su viaje por Francia [Gentleman’s Guide, in His Tour through France] recomendaba a los viajeros «no gastar más dinero en el país de nuestro enemigo natural que el que sea necesario para mantener, con dignidad, la persona de un inglés».29

El final de la guerra también alumbró un Grand Tour inverso desde Francia a Gran Bretaña y una súbita fascinación entre los franceses por todo lo británico. Se hizo popular el concepto «anglomanía»30 para describir la repentina ola de moda británica en las calles de París, las obras de teatro en francés acerca de la vida británica e incluso la introducción del estilo natural de los jardines ingleses en los serios y formales jardins galos. Los turistas franceses comenzaron a invadir Gran Bretaña en bandadas, lo que provocó la queja de un aristócrata británico: «Londres abunda en franceses».31 Los galos veían Londres de la misma forma en que futuras generaciones de estadounidenses vieron París, como el lugar donde expandir sus horizontes. El escritor y filósofo Jean-Jacques Rousseau se zambulló allí en el estudio de la botánica,32 mientras científicos como Jérôme Lalande y Charles-Marie de La Condamine cenaban con célebres autores británicos como Samuel Johnson.33 Este último, por su parte, atribuía la reciente anglomanía a la contienda recién acabada: «La paliza que les hemos dado ha conseguido que nos muestren la necesaria reverencia […] Su petulancia nacional necesitaba de un escarmiento periódico».34

Pero no todos los visitantes franceses asumían esta idea del «escarmiento periódico», ni visitaban Gran Bretaña para absorber su cultura. Casi antes de que se secara la tinta del Tratado de París, oficiales militares galos ya se extendían por el sur de Inglaterra y trataban de pasar desapercibidos entre la muchedumbre de turistas extranjeros, con la intención de conseguir información de la flota británica y los posibles lugares de desembarco en la costa. Dichos oficiales eran parte de un plan de invasión que se había ideado en secreto en los salones de Versalles y en Madrid. Francia y España esperaban aprovechar la experiencia de los últimos intentos, tan costosamente adquirida, para que la próxima invasión fuera un éxito.

Choiseul, en concreto, había fijado la estrategia de invasión de Inglaterra casi desde el momento en que asumió su primer puesto de relevancia. El primer intento de invasión, en 1759, había fracasado porque Francia fue incapaz de contrarrestar la superioridad británica en el mar. El segundo intento, en 1762, fue un fiasco debido a la falta de coordinación entre las flotas francesa y española. Choiseul estaba comprometido a que la tercera ocasión fuera muy distinta. Una vez su viejo aliado Jerónimo Grimaldi volvió a España como ministro principal de Carlos III, los dos iniciaron la planificación de una amplia estrategia de revancha borbónica contra Gran Bretaña, cuya pieza fundamental sería un asalto conjunto sobre Inglaterra.35 El elemento principal de su plan eran las flotas de ambos países. Aunque las costas de Gran Bretaña estaban protegidas por las «murallas de madera» de sus buques de guerra, la propia isla apenas estaba guarnecida por un débil contingente de tropas regulares y milicia. Si Francia y España conseguían desembarcar sus efectivos, Gran Bretaña podía arrollarse con facilidad.

Tanto Choiseul como Grimaldi sabían que harían falta cinco años o más para que ambas Marinas recuperaran una capacidad ofensiva creíble ante la flota británica. Por ello, emprendieron de forma simultánea dos proyectos: en primer lugar, conseguir la información necesaria; segundo, la creación de una armada borbónica unificada. Mientras tanto, aparentarían ante los británicos que solo deseaban la paz.

Por su parte, el gobierno británico no se hacía falsas ilusiones. Las primeras instrucciones al conde de Hertford, que sucedió a Bedford como embajador en Francia, pedían:

[…] enviadnos información constante de cada paso que se dé en Francia que pueda tender a reforzar la fuerza militar del Reino, y en especial en lo que concierne al agrandamiento de su marina […] Sin duda, os harán sentidas declaraciones de su amor por la paz y su deseo de perpetuarla sobre la base del acuerdo actual, pero […] no es fácil creer que la Corte de Francia, y también la de España, no tengan el pensamiento de alcanzar un estado que las permita, en su momento, recuperar las posesiones perdidas y reparar la reputación de sus armas. Y aunque su capacidad para poner en práctica esos planteamientos pueda necesitar aún bastante tiempo, nos corresponde de todas formas estar en guardia y vigilar cualquier movimiento que vaya en esa peligrosa dirección.36

Es por ello que, desde que comenzaron a llegar espías franceses a Gran Bretaña para obtener información vital de la flota británica y los lugares posibles de desembarco, lo hicieron bajo la atenta vigilancia de los británicos. En 1764, Choiseul envió a un joven cadete de la Marina, Henri Fulque, chevalier d’Oraison, a que entrara en las bases navales británicas de Plymouth y Portsmouth y también en los astilleros del Támesis. Este más tarde alardearía: «Todo está cerrado para los civiles y los extranjeros, pero soy la prueba de que su vigilancia no es infalible».37 Informó del número y tipo de barcos que se estaban reparando o en construcción y de innovaciones técnicas que, tal vez, podían dar ventaja en la batalla a los buques británicos.

En el mismo momento en que D’Oraison visitaba los astilleros, espías militares inspeccionaban el paisaje inglés en busca de lugares de desembarco y rutas de avance para la invasión.38 Jean-Charles-Adolphe Grand de Blairfindy, un oficial escocés al servicio de Francia, demostró un agudo sentido histórico en la ocasión en que recomendó una población de Kent como el lugar ideal para el desembarco: «Es en Deal donde Julio César, tras haber sido rechazado en Dover, desembarca su ejército cuando conquista Inglaterra».39 Otro oficial del Ejército, Pierre-François de Béville, recomendó atacar Portsmouth para inutilizar la flota enemiga y luego proseguir hacia Londres.

A espaldas de Choiseul, también otros espías galos investigaban en Inglaterra los mejores lugares para una invasión. La razón por la que Choiseul, uno de los ministros mejor informados de Francia, desconociera la actividad de estos agentes era que formaban parte de la red secreta de Luis XV, el Secret du Roi [Secreto del Rey].40 El monarca la había creado veinte años antes con el fin de obtener de forma subrepticia el trono de Polonia para su primo Louis-François, príncipe de Conti. El rey puenteó a su ministro de Exteriores y envió órdenes clandestinas directamente a sus embajadores en países como Suecia, Polonia y al Imperio otomano, con la intención de obtener apoyo político en favor de su primo. Aunque este subterfugio no le consiguió el trono a Conti, Luis XV mantuvo el Secret du Roi y lo agrandó, de modo que, al poco, ya enviaba órdenes y obtenía información de más de dos docenas de embajadores y funcionarios de las embajadas, al tiempo que mantenía a sus ministros de Exteriores en la ignorancia de todo aquello. El resultado fue que, en aquel momento, operaban de facto dos políticas exteriores, la primera dirigida por el secretario de Estado de Asuntos Exteriores y la segunda por el rey. Los embajadores y funcionarios recibían órdenes contradictorias de Versalles y a la vez dependían de agentes clandestinos de lealtad a menudo dudosa. El resultado fue que el Secret du Roi tuvo un efecto corrosivo y, a la postre, destructivo.

Charles-François de Broglie, que había servido como embajador en Gran Bretaña y como general durante la Guerra de los Siete Años, era el miembro del Secret en quien más confiaba Luis XV. De Broglie (pronunciado debroi; y cuyo apellido italiano original, Broglio, significa «engaño») sabía que, una vez que se firmara el Tratado de París, el embajador, el duque de Nivernais, regresaría de Londres y su cargo lo asumiría el encargado de negocios, Charles de Beaumont, chevalier d’Éon y también miembro del Secret. De Broglie, como Choiseul, tuvo igualmente la idea de planear una futura invasión de Inglaterra, pero, en su caso, los espías trabajarían desde la embajada gala en Londres.41 Luis XV dio su visto bueno al proyecto en 1756, pero no informó del mismo a Choiseul.

De Broglie envió a Gran Bretaña a uno de sus antiguos oficiales de ingenieros del ejército, Louis-François Carlet de La Rozière, quien, a su vez, se sirvió de una red propia de espías y pagó a informantes británicos para que confeccionaran mapas de posibles lugares de desembarco. La Rozière hizo dibujos detallados y tomó notas de más de 150 kilómetros de la costa y de las rutas de acceso a Londres, los cuales enviaba a De Broglie a través de D’Éon. Aunque el plan de invasión se tenía que mantener secreto, no fuera a ser que los británicos lo descubrieran y lo emplearan como excusa para lanzar un ataque preventivo, D’Éon conservó copias de dicha correspondencia. Al mismo tiempo, comenzó a amistarse con la aristocracia británica, a la que ofrecía fastuosas fiestas a costa de la embajada francesa. Además, empezó a vestirse de mujer. De Broglie pasó por alto el comportamiento de D’Éon, cada vez más disparatado, sin dejar de insistirle a Luis XV que pusiera en práctica los planes de invasión. En 1768, después de años de falta de una respuesta positiva del rey, De Broglie obtuvo el permiso para contactar con Choiseul y enviarle sus informes, que se habían obtenido con tanto esfuerzo, y este incorporó sin dilación los planes de De Broglie a los suyos propios.42

La primera parte del proyecto de invasión –obtener la información necesaria– estaba ya casi ultimada y la segunda –crear una flota borbónica unificada– ya estaba bastante avanzada. A principios de 1763, Francia solo tenía cuarenta y cinco navíos de línea (grandes barcos de guerra capaces de aguantar en la línea de batalla que se formaba al enfrentarse con las escuadras enemigas),43 y España, por su parte, apenas treinta y siete, una cantidad que aún quedaba lejos de la cifra necesaria. La tesorería gala estaba muy endeudada tras la guerra –la porción de los ingresos que se empleaba en el pago de la deuda se había duplicado hasta llegar al 60 por ciento–.44 En un primer momento, Choiseul tuvo que depender casi en exclusiva de un programa que había instituido durante la guerra, denominado don des vaisseaux [donación de barcos]. Se animaba a individuos, pueblos y ciudades enteras a que donaran dinero para construir y equipar buques de guerra. Por este método se obtuvo más de la mitad de los treinta nuevos navíos que se incorporaron a la flota a lo largo de siete años. El enorme Ville de Paris, de 90 cañones, que se convirtió en uno de los buques insignia de la flota francesa, recibió el nombre de la ciudad que pagó su construcción. España iba más despacio: en el mismo periodo solo construyó ocho.

Tanto Choiseul como Grimaldi sabían que la mera construcción de barcos no era suficiente para derrotar a la Marina inglesa, dado el penoso desempeño de las flotas borbónicas. Era necesaria una completa reforma e integración de las Marinas a ambos bandos de los Pirineos. En una de sus últimas actuaciones oficiales antes de volver a intercambiarse el puesto con su primo Choiseul-Praslin y recuperar el cargo de ministro de Exteriores, Choiseul, en 1765, promulgó una nueva Ordenanza Naval que redujo la burocracia y estableció una estricta serie de «clases» que estandarizaba los tipos y dimensiones de los barcos, de manera que pudieran maniobrar y combatir juntos como una única unidad, así como fundó el primer cuerpo profesional de constructores de barcos del mundo, cuya tarea sería emplear los principios científicos en su diseño y construcción.45 El objetivo era que cada clase de buques fuera superior a su equivalente británica. Estos mecanismos de simplificación, estandarización y mejora de la flota crearían, según esperaba Choiseul, una Marina más efectiva sin gran aumento de su coste.

La tarea de Grimaldi, por su parte, fue reconstruir la flota española según unas normas similares a las francesas para que pudieran operar conjuntamente. Esto significaba no solo importar tecnología gala, sino también los conocimientos para su empleo. En 1765, Grimaldi pidió a Choiseul que le enviara ingenieros franceses que permitieran a la construcción española de barcos y cañones alcanzar los estándares del país vecino. Para la primera labor, Choiseul envió a Jean-François Gautier, un constructor de barcos de nivel medio, que se puso al frente de toda la construcción de barcos española. Gautier descartó pronto los diseños españoles anteriores, más robustos, y comenzó con un navío de 74 cañones, el San Juan Nepomuceno, la construcción de buques más ligeros y rápidos, al estilo francés, de acuerdo con las instrucciones de la Ordenanza Naval de Choiseul. El constructor galo comprendía a la perfección los objetivos de Grimaldi: «[…] mi obligación que es la de mirar a los bajeles de España y Francia como si formaran una sola Armada».46

Para la segunda petición de Grimaldi, Choiseul envió a España, también en 1765, al ingeniero de artillería suizo-francés Jean Maritz.47 Este instaló fundiciones que empleaban la misma técnica recién introducida en Francia por la que los cañones se fundían como una pieza maciza que luego se barrenaba, lo que conseguía más potencia y mejor precisión en el disparo. Maritz siguió las nuevas normativas galas en cuanto al tamaño y calibre de los cañones, por ello, la anterior mezcolanza de calibres de la artillería naval española se vio pronto reemplazada por una familia normalizada de cañones que podían disparar con más puntería y a distancias mayores. Estos cambios en cascos, mástiles y cañones llevaron a que la nueva generación de navíos españoles pudiera maniobrar y combatir de forma idéntica a los franceses. Apenas pasados unos años desde el Tratado de París, Francia y España tenían ya muy avanzada la planificación del próximo enfrentamiento con Gran Bretaña y estaban en el camino de disponer de una armada adecuada para llevar a cabo dichos planes.

El plan para la guerra que se acordó en 1767 entre ambas naciones planteaba un ataque sorpresa con una flota combinada de 140 buques de línea (80 franceses y 60 españoles) contra los 120 de Gran Bretaña.48 La fuerza principal escoltaría un convoy de barcazas de menor tamaño que desembarcaría los efectivos terrestres en Portsmouth y en la costa de Sussex y reduciría a cenizas componentes clave de la infraestructura naval enemiga de modo que Gran Bretaña no pudiera volver a ser dueña de los mares. El avance por tierra de la invasión se detendría ante Londres sin llegar a atacar la capital, ya que esto podría atemorizar a otras potencias europeas y desestabilizar la delicada red de alianzas de Francia. Se prefería un asalto de distracción con fuerzas francesas sobre Escocia, mientras España, por su parte, atacaría Gibraltar con el objetivo de recuperar aquel territorio estratégico que había perdido años antes.

Choiseul describió las líneas estratégicas de aquella guerra en un memorando que escribió a Luis XV.49 Le recordaba a su rey que «había sido atacado en 1755 en América» por una nación que deseaba expulsarlo del continente. El Tratado de París era una «verguenza». Era imposible la paz en el futuro cercano: «Inglaterra es el enemigo declarado de vuestro poder y de vuestro Estado y siempre lo será». Francia tenía que prepararse ahora para una nueva guerra con Gran Bretaña. El objetivo de esa lucha no sería destruir la nación británica, sino uno más limitado: restaurar el equilibrio de poderes en Europa. Francia no debía ya buscar enfrentarse a Gran Bretaña en el continente, lo que resultaría desestabilizador, y debía optar por intentar minar su supremacía marítima. Toda la política exterior de Francia tendría este objetivo, reforzar sus alianzas europeas –sobre todo la alianza con España– y aprovechar cualquier oportunidad de debilitar a Gran Bretaña en la escena mundial.

Hacia el final del citado memorando, el ministro francés formulaba la esperanza de que Gran Bretaña pudiera verse debilitada, no mediante un ataque directo de Francia y España, sino por el mero resultado de sus políticas coloniales en Norteamérica tras la Guerra de los Siete Años. Choiseul, con una presciencia asombrosa, anunciaba que «solo la futura revolución de América […] postrará a Inglaterra a un estado de debilidad por el que deje de ser temida en Europa», aunque le preocupaba que «lo más probable es que nosotros no lo veamos […] ese suceso está demasiado lejano». Su primo Choiseul-Praslin expresaba una opinión similar del recién firmado Tratado de París:

Esta paz es una época notable para la monarquía inglesa, pero su poder no es ni estable ni seguro; debe ascender o caer […] los vastos dominios que ha adquirido recientemente pueden llevarla a su perdición […] un día sus colonias serán lo bastante poderosas para separarse de la metrópoli y fundar un estado independiente de la corona de Inglaterra.50

Aunque ambos hombres estaban seguros de que habría una revolución en Norteamérica y de que esta derribaría a Gran Bretaña de su altiva posición, ninguno de los dos la veía posible a corto plazo. Con todo, decidieron cubrir dicha posibilidad con el envío de un par de oficiales militares y un comerciante de vino escocés a que vigilaran, en persona, el efecto de las políticas británicas en sus colonias americanas e informaran de si había una revuelta en el horizonte o no.

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