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LA CAPACIDAD DE PAGAR LAS ARMAS Y LA PÓLVORA FLAQUEA

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La primera batalla de la Guerra de Independencia de Estados Unidos comenzó con una escaramuza sobre la posesión de una cantidad de pólvora y la primera derrota de los sublevados se debió a la falta de la misma. A la vez que los patriotas enviaban ruegos a Europa pidiendo munición, Thomas Gage enviaba despachos a Londres en los que solicitaba instrucciones acerca de cómo manejar la rebelión en ciernes.41 El secretario de Estado para las colonias, William Legge, conde de Dartmouth, tras consultar con el primer ministro Frederick, lord North, contestó a Gage: «[…] la fuerza habrá de ser derrotada mediante la fuerza». Además, debía arrestar a los jefes del Congreso Provincial, en especial a John Hancock y a Samuel Adams, para juzgarlos por traición. En el momento en que el mensaje de Dartmouth llegó al cuartel general de Gage en Boston, en abril de 1775, este pasó de inmediato a la acción para aplastar la rebelión en su estadio primero.

En la tarde del 18 de abril, Gage envió una fuerza importante a que se apoderara de «una cantidad de munición y provisiones» que, según sabía por informantes leales a la Corona, estaba escondida en la localidad de Concord, donde se había reunido el Congreso Provincial.42 Los colonos ya se habían enterado de la carta de Dartmouth y del plan de Gage, por ello, habían puesto en lugar seguro la pólvora, las municiones y también a Hancock y a Adams. La milicia se reunió en Lexington, en la carretera de Boston a Concord, donde el 19 de abril tuvo su primera escaramuza con la infantería británica, en la que murieron ocho norteamericanos. Los soldados regulares británicos prosiguieron su marcha. Cuando llegaron a Concord, se vieron superados en número y rodeados por la milicia y los minutemen, que, rápidamente, hicieron huir a los casacas rojas y los acosaron durante su retirada hasta Boston.

Patriotas de toda Nueva Inglaterra convergieron en Boston e iniciaron el asedio de la ciudad y sus alrededores.43 Para junio ya había 15 000 soldados provinciales acampados en torno a Boston, aunque habían llegado también refuerzos británicos del otro lado del Atlántico, junto con los generales William Howe, Henry Clinton y John Burgoyne. Gage y los citados generales, que solo disponían de 6500 hombres, planearon romper el cerco tomando primero las áreas circundantes de Dorchester y Charlestown. Los patriotas se enteraron de dicho plan y comenzaron a fortificar dos promontorios de la península de Charlestown: Breed’s Hill y el adyacente Bunker Hill. El 17 de junio, casacas rojas al mando de Howe cruzaron el puerto de Boston para atacar a la milicia colonial atrincherada en Breed’s Hill (aunque fue la otra colina, Bunker Hill, la que más tarde dio nombre a la batalla). Después de tres asaltos sangrientos que provocaron el doble de bajas entre los británicos que entre los norteamericanos, las fuerzas coloniales se quedaron sin pólvora y tuvieron que retirarse a Cambridge.

La desoladora carencia de pólvora en la batalla de Bunker Hill sucedió pese a casi un año de preparativos, de «viajes en busca de pólvora» hacia San Eustaquio, Ámsterdam y otros puertos, de asaltos a almacenes británicos y de un cuidadoso almacenamiento por parte de los patriotas.44 Las acciones de los británicos, como la que lanzaron contra el almacén de la Casa de la Pólvora de Somerset, habían sustraído a los colonos gran cantidad de pólvora. Mientras tanto, la Marina británica estaba consiguiendo detener la llegada de armas a los colonos al bloquear puertos de ultramar y peinar las aguas del Caribe.

El Segundo Congreso Continental, nada más reunirse en Filadelfia, abordó la cuestión de las municiones y asignó dinero para la compra de armamento y pólvora con los que abastecer a los efectivos del nuevo comandante en jefe, George Washington. Aunque se preparaba para la guerra, el Congreso también buscaba la paz. Benjamin Franklin ya se había incorporado al Congreso tras abandonar Londres en marzo de 1775, poco más de un año después de la humillación sufrida en la Cabina de Mando. Entre sus últimos esfuerzos por alcanzar un compromiso antes de su viaje de vuelta estuvo el ofrecimiento de ayudar a lord North en su Propuesta Conciliatoria [Conciliatory Proposal], dirigida a que los colonos norteamericanos promulgaran y recaudaran ellos mismos sus impuestos, pero que al final rechazaron porque no satisfacía su demanda de controlar también los gastos.45 Ahora, el Congreso buscó, una vez más, la paz, para lo que envió a Richard Penn a Londres con la Petición de la Rama de Olivo [Olive Branch Petition]. Esta misiva le pedía al rey que «preparara […] las medidas necesarias» para conseguir una solución no violenta del conflicto.

Mientras Penn ultimaba su Rama de Olivo, Washington llegaba al asedio de Boston, apenas unas semanas después de la batalla de Bunker Hill. Pronto supo que la situación del suministro de pólvora era incluso peor de lo que se le había informado; en todo Massachusetts apenas se disponía de 38 barriles, es decir, poco más de 200 gramos por soldado. «El general se quedó tan impresionado que no dijo palabra durante media hora»,46 comentó el general de brigada John Sullivan. Había que tomar medidas urgentes. Washington pidió a las colonias de Rhode Island y de Massachusetts que armaran y equiparan barcos para efectuar más viajes en busca de pólvora y capturar buques y almacenes británicos que pudieran contener pólvora y municiones.47 El Congreso intentó estimular la producción doméstica de salitre, el ingrediente principal de la pólvora, y ordenó a las colonias que reacondicionaran sus ruinosos molinos de pólvora. Massachusetts, mientras tanto, promulgó una resolución «prohibiendo el gasto innecesario de pólvora» y pidió a sus habitantes que «no dispararan armas de fuego contra ninguna bestia, pájaro o diana si no era en caso de verdadera necesidad».48

Estas medidas desesperadas no alcanzaban siquiera para comenzar a abastecer al ejército de 20 000 hombres propuesto por Washington con la cantidad imprescindible de pólvora –según la estimación del comandante en jefe, unos 400 barriles– y, por supuesto, no servían para equipar a dichas tropas con los mosquetes, mantas, uniformes, tiendas y otros suministros militares que necesitaban.49 La solución fue intensificar la búsqueda de municiones en el exterior. Bilbao se convirtió en un puerto al que se recurría cada vez más. En julio de 1775, Elbridge Gerrry, miembro del Comité de Suministros de Massachusetts, envió otra petición a Gardoqui de «buena pólvora para pistolas y cañones».50 Gerry reconocía que la causa de las colonias dependía de la «amistad de actores exteriores», como Gardoqui, que les proporcionaran «suministros militares de todo tipo en el futuro». El comerciante español continuó abasteciendo de armas a los norteamericanos, incluso aunque la capacidad que estos tenían de pagarle ya estaba decreciendo.

Los rebeldes tenían problemas para pagar las armas de importación porque se estaban empobreciendo a pasos agigantados.51 Al comienzo de la guerra, en abril de 1775, las colonias disponían de 22 millones de dólares en papel moneda, pero solo de 6 en metálico. El Segundo Congreso Continental, sin poderes para recaudar impuestos, continuaba emitiendo papel moneda sin dinero metálico que lo respaldara. Los actores internacionales, a pesar de toda la amistad de la que pudieran dar muestras, no podían aceptar papel moneda como pago de armamento y munición y la reserva de dinero metálico que se empleaba en dichas compras se estaba empezando a agotar. Al mismo tiempo, los excedentes agrícolas disponibles para la exportación, que también se empleaban en la compra de armas, se redujeron casi en un 80 por ciento debido a tres factores: la escasez de mano de obra en las granjas al irse los hombres a la guerra, el aumento de la demanda doméstica para alimentar al Ejército Continental y a las milicias y los bloqueos británicos cada vez más rigurosos sobre los puertos y las rutas marítimas de los colonos.52 Las necesidades militares del bando patriota aumentaban de forma exponencial según crecía la dimensión del conflicto: solo era cuestión de tiempo que los comerciantes de las colonias ya no pudieran permitirse la compra de suficientes armas en el mercado libre para continuar el esfuerzo bélico. En resumidas cuentas, los rebeldes necesitaban ayuda directa de los gobiernos de Francia y España, que, hasta aquel momento, se habían limitado a mirar hacia otro lado. Por suerte, un comerciante y dramaturgo francés ya había comprendido la situación, incluso antes que los propios norteamericanos.

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