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LAS ARMAS DE BEAUMARCHAIS AYUDAN A OBTENER LA VICTORIA EN LA BATALLA DE SARATOGA
ОглавлениеA la vez que se ponía en funcionamiento la trama de la red de comerciantes de Nueva Orleans, Roderigue Hortalez se iba a pique. Antes ya de que sus tres primeros barcos se hicieran a la mar, Beaumarchais se estaba quedando sin dinero. El coste de los contratos que llevaba firmados para la compra de mercancías y el flete de barcos de transporte había superado con creces la cifra de las inversiones iniciales. En octubre de 1776, con tono de desesperación, escribió un largo despacho a Vergennes y a Grimaldi en el que afirmaba que ya había adelantado más de 5 millones de libras para la compra de suministros y que solo se le habían entregado 2.110 Pedía, pues, que se le remitiera el resto de inmediato. Las cortes de ambos países palidecieron al ver la factura. Grimaldi contestó que Carlos III no podía hacer más pagos y el monarca francés le exigió a Vergennes «dejar de trabajar con ese hombre que nos toma por tontos».111 Beaumarchais aún no lo sabía, pero pronto iba a dejar de ser el principal proveedor de armas de la joven nación.
Mientras Beaumarchais negociaba para conseguir más fondos, los primeros diplomáticos estadounidenses comenzaban a hacer gestiones en favor del reconocimiento internacional. Antes, en septiembre, la llegada al Congreso de las cartas de Barbeu-Dubourg, en las que este expresaba el interés de Francia en ayudar a los rebeldes, había movido al Congreso a nombrar comisionados oficiales a Benjamin Franklin, Silas Deane y Arthur Lee, con el objetivo de que negociaran un tratado de amistad y de comercio que permitiera las relaciones comerciales y que consiguiera el reconocimiento de los Estados Unidos como nación independiente. Hasta entonces, Deane y Lee habían ostentado una responsabilidad y una autoridad algo imprecisas como representantes gubernamentales, pero ahora, gracias a la llegada de Franklin con sus nombramientos, pasaban a tener órdenes claras y estaban respaldados por los plenos poderes del Congreso. Además, Lee, llamado a París otra vez por Franklin, conseguía con aquel nombramiento quitarse, en parte, la espina que tenía clavada por haber sido excluido de la gestión de la trama Hortalez.
El 28 de diciembre, solo una semana después de la llegada de Franklin, los tres comisionados tuvieron su primera audiencia con Vergennes para debatir su solicitud de firmar un tratado. Franklin llevaba consigo el Plan de Tratados escrito por John Adams que el Congreso había aprobado en septiembre.112 El modelo de tratado que se proponía era de naturaleza puramente comercial, sin mención alguna de alianza política o militar. Garantizaría que los aranceles y tasas al comercio entre ambos países fueran similares, la protección de los cargamentos de los barcos neutrales en época de guerra y que los comerciantes de cada uno de los dos países tuvieran libertad para operar en los puertos del otro. Vergennes aseguró que la propuesta de tratado se tomaría muy en serio, pero, en realidad, pospuso cualquier durante decisión casi un año. Al día siguiente –en realidad, ya bien entrada la noche, para mantener el secreto–, se reunieron con el embajador español, Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, en su imponente residencia en el Hôtel de Coislin, en el lado norte de la plaza de Luis XV (actual plaza de la Concordia), aunque la barrera del idioma les impidió en un principio un progreso significativo.113 Tras varios encuentros más, se hizo evidente que Aranda no podía ofrecer ninguna garantía por parte de España, así que los comisionados se centraron de momento en el gabinete francés.
Durante los meses posteriores, los comisionados fueron ampliando su lista de deseos: además de un tratado comercial, querían recibir municiones directamente del rey y también barcos de guerra.114 Desconocían que Vergennes estaba, en aquel momento, enfrascado en una delicada negociación con España para conjurar un desastroso conflicto con Portugal; cualquier medida de ayuda a los rebeldes que se hiciera pública podía dar al traste con aquello e incluso ser el inicio de una guerra con Gran Bretaña para la que ni Francia ni España estaban preparadas aún. Vergennes tuvo que rechazar, con tacto, cada una de las propuestas que le hacían los comisionados, pero suavizó su frustración con la concesión de un préstamo de 2 millones de libras a pagar en plazos trimestrales. Un mes después, aprobó el préstamo de otros 2 millones adicionales que concedería la Granja General [Fermé Générale] –un consorcio de granjeros privados que recaudaba impuestos en nombre del gobierno– y que se amortizaría con tabaco norteamericano. En solo unas pocas semanas, Franklin y sus colegas habían obtenido el equivalente de 2000 millones de dólares actuales en créditos para su jovencísima nación.
A lo largo de los primeros meses de 1777, los tres comisionados no dejaron de recibir continuas visitas. Algunos eran oficiales del Ejército francés que buscaban unirse a la lucha, otros eran hombres de negocios y banqueros que querían sacar partido del comercio de municiones y suministros que todo conflicto conlleva. Para entonces, ya estaba claro que Vergennes había dejado de confiar en Beaumarchais, así que los norteamericanos necesitaban encontrar otros intermediarios de fiar para cerrar negocios con los comerciantes proveedores y que intercedieran a su favor ante el gobierno galo. La empresa de Pierre Penet y Emmanuel de Pliarne parecía, en un primer momento, la más indicada.115 Pliarne se había quedado en Norteamérica para conseguir más negocios, mientras que Penet se encargaba de los contactos en Francia. Después de algunos problemas iniciales, consiguieron servir el pedido que el Comité Secreto les había hecho de 15 000 mosquetes de Saint-Étienne. Alrededor de 2500 de aquellas armas se enviaron a Robert Morris y pudieron rescatarse, de forma heroica, después de que el carguero Morris que las transportaba fuera volado por el ataque de buques de guerra británicos en la costa de Delaware. John Brown, comerciante de Rhode Island que de igual modo se convirtió en agente de Penet y Pliarne, recibió también, con más fortuna, armas solicitadas por el Comité Secreto. La Junta de Guerra de Massachusetts [Massachusetts Board of War], que reemplazó a los comités de Seguridad y de Suministros del territorio, mantuvo a Penet y Pliarne como proveedores principales, incluso después de que algunos de sus mosquetes explosionaran durante unas pruebas de calidad.116 Vergennes, no obstante, pensaba que Penet era «uno de esos buscadores de fortuna que se quieren enriquecer a cualquier precio».117 Aunque Penet siguió carteándose con los comisionados estadounidenses destinados en París, estos no le adjudicaron ningún contrato.
Los problemas interrelacionados del número excesivo de proveedores y de la incertidumbre acerca de su fiabilidad se solucionaron desde que Franklin fue invitado por el financiero Chaumont a residir en su propiedad, el Hôtel de Valentinois, en la villa de Passy, en la carretera principal a Versalles y actual 16.º arrondissement. Deane conservó, solo para los negocios, su apartamento del segundo piso del Hôtel de Coislin, adyacente a las estancias de Aranda, pero se mudó con Franklin unos pocos meses después de que el anciano político aceptara el ofrecimiento de Chaumont. Este había comprado la propiedad «para alojar gratuitamente a los ministros plenipotenciarios del Congreso y evitarles las emboscadas que les habían tendido en París».118 Durante la estancia de los comisionados en dicha residencia, Chaumont desempeñó funciones de portero, tanto en sentido metafórico como literal.119 Además de protegerlos de las «emboscadas» de solicitadores de nombramientos y contratos, aquel arreglo también les otorgaba a los norteamericanos cierto grado de seguridad física ante los espías de Stormont. Franklin, que había enviudado hacía poco, y Deane, que lo haría pronto, alojados en uno de los pabellones de los jardines de aquella propiedad de siete hectáreas de extensión y atendidos por las cuatro hijas casaderas de Chaumont, también disfrutaron de cierto grado de calidez hogareña en Valentinois durante aquel tiempo en Francia.
Vergennes confiaba por completo en Chaumont y los comisionados en seguida sintieron por él una confianza similar, sobre todo Deane, que se encargaba de supervisar la mayor parte de los contratos de compra de material. Gracias a su larga experiencia, Chaumont había llegado a conocer con exactitud en qué firmas se podía confiar y orientó de forma consecuente a los norteamericanos. Por ejemplo, dirigió el contrato para la fabricación de 25 000 uniformes para el Ejército Continental hacia la firma Sabatiers fils et Déspres, sita en Montpellier, y encomendó la supervisión de la calidad a otro fabricante textil, John Holker. Estos uniformes, que tenían un elaborado diseño en distintos colores –azul, marrón, verde, rojo, gris y azul claro– para diferenciar unos regimientos de otros, se transportaron en los barcos de Beaumarchais y otros a finales de 1777 y comenzaron a llegar a Nueva Inglaterra en la primavera de 1778.120 Chaumont también resolvió el problema de la financiación de estas compras al presentarle a Franklin a su veterano socio comercial Rodolphe-Ferdinand Grand, también vecino de Passy. Este formaba parte de una familia de banqueros suizos que se extendía desde Ámsterdam a Cádiz y en París era el agente del banco Horneca, Fizeaux et Compagnie, con sede central en Ámsterdam, el cual tenía gran importancia en el sector de los seguros de transporte y en la gestión de bonos emitidos por la administración gala.121 Grand era también un veterano confidente de Vergennes, de modo que se ganó con rapidez la confianza de Franklin. Este, pese a las posteriores protestas de Robert Morris e incluso de sus compañeros comisionados, nunca permitió que ningún otro banco europeo distinto del Horneca participara en los asuntos financieros del Congreso Continental.
Los comisionados querían obtener suministros adicionales de España, pero no depender de sus intermediarios franceses para ello. Animado por Aranda, Arthur Lee salió para Madrid a primeros de febrero de 1777 con la esperanza de conseguir no solo más ayuda, sino también una alianza. El gobierno español, que aún se declaraba neutral en el conflicto entre Gran Bretaña y sus colonias norteamericanas, no quería aparentar que aceptaba el inoportuno ofrecimiento de Lee, por ello, cuando Grimaldi supo que Lee ya estaba de camino, le pidió a Diego de Gardoqui, que por entonces estaba en Madrid, que escribiera a Lee y le dijera que no fuera a la capital. Por suerte, Lee recibió la carta de Gardoqui en la ciudad de Burgos, a mitad de camino entre los Pirineos y Madrid. La misiva le indicaba que esperara allí que Grimaldi y Gardoqui pudieran acudir: «En un lugar tan pequeño como Madrid, sería del todo imposible mantener el incógnito […] y de seguro seríais espiado». La carta no mencionaba la otra razón de aquel jarro de agua fría: Grimaldi estaba ya de salida como ministro jefe y el nuevo ministro, José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca, aún no había establecido con claridad qué política tendría hacia la nueva nación estadounidense.
En la que fue su última actuación como ministro (aunque técnicamente ya había dejado el cargo), Grimaldi se reunió con Lee en Burgos del 4 al 6 de marzo. Gardoqui hizo de traductor. Lee insistió en obtener el reconocimiento oficial por parte de España, pero Grimaldi le explicó que «no era aquel el mejor momento» debido a que ni Francia ni España estaban preparadas para entrar en guerra con Gran Bretaña –el mismo mensaje que Vergennes ya le había dado–. España prefería optar por la misma estrategia que Francia: proporcionar ayuda secreta directamente a los norteamericanos. El hombre de negocios de Bilbao que estaba sentado en aquella mesa sirvió de enlace. Grimaldi le dijo entonces a Lee, que desconocía las actividades de contrabando de Gardoqui o los suministros que este había enviado a Nueva Orleans, que trabajara directamente con él en todas las solicitudes posteriores.122 El negocio de contrabando de Gardoqui había sido, hasta entonces, una actividad privada en la que había arriesgado su propio dinero (es muy probable que con la anuencia del gobierno español), pero ahora se convertía en el Beaumarchais español, la persona que enviaría dinero y suministros que financiaría directamente la tesorería española con la expectativa de recibir a cambio «fuerte tabaco de Virginia». Antes de volver a casa, Gardoqui ya comenzó a hacer pedidos de uniformes y municiones a la población industrial vasca de Placencia (actual Soraluze-Placencia de las Armas). Los talleres comenzaron a fabricar 11 000 pares de zapatos, 18 000 mantas y 30 000 vestimentas para el Ejército Continental. Por su lado, la Real Fábrica de Armas de la población proporcionaría 1000 mosquetes del modelo M1757 (calibre de 0,69 pulgadas) y 20 000 libras de salitre que debían entregarse en el cercano Bilbao para su embarque. Antes de que pasara un mes desde que se acordara la fabricación de estos materiales ya se estaban embarcando en media docena de buques hacia Nueva Inglaterra, con Elbridge Gerry como destinatario.123 A pesar de todo, debido a la dimensión de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos, cada vez mayor, no estaba nada claro que la red de suministro multinacional fuera capaz de atender la enormidad creciente de la demanda.
Al iniciar Arthur Lee su triunfal viaje de regreso a París en abril de 1777, supo por Gardoqui que las fuerzas de Washington habían vencido a los británicos en Trenton, el 6 de diciembre de 1776 y en Princeton una semana más tarde. Se trataba de unas victorias muy necesarias para los norteamericanos. Aunque 1776 hubiera sido el año de la independencia, había estado jalonado por una extensa serie de derrotas militares. Al principio del año, Henry Knox había conseguido avanzar la artillería de Ticonderoga hasta unas posiciones que dominaban Boston, lo que había obligado a Howe a evacuar sus soldados a Halifax en marzo. Sin embargo, en julio, los británicos ya se habían reagrupado en Staten Island para comenzar la invasión de la ciudad de Nueva York. A partir de la batalla de Long Island, en agosto, Howe expulsó de forma gradual a las tropas de Washington de la ciudad y sus alrededores y las empujó hacia el norte y el oeste gracias a las victorias británicas en los fuertes Washington y Lee y en White Plains.124 Washington, perseguido de cerca por el general Charles Cornwallis, había adoptado lo que él llamaba «guerra de posiciones» y otros calificaron de estrategia fabiana (que recibía su nombre del general romano Quintus Fabius Maximus, quien ante un enemigo superior rehuyó las batallas campales y optó por efectuar ataques indirectos y operaciones de desgaste). Washington se retiró con rapidez a través de Nueva Jersey y el 7 de diciembre ya estaba al otro lado del río Delaware, en Pensilvania. Entre las penalidades del invierno y las deserciones que aumentaban cada día, la situación era desoladora, como escribió Thomas Paine en el primero de sus panfletos de la colección Crisis americana [American Crisis]: «Estas son las ocasiones que ponen a prueba los espíritus de los hombres».
El 26 de diciembre, tres días después de que se publicara el panfleto, Washington abandonó de súbito sus maniobras fabianas y contraatacó con fuerza cruzando el río Delaware. La batalla de Trenton fue una incursión rápida y decisiva contra una guarnición de soldados de Hesse, en la que se hicieron prisioneros a más de 1000 hombres y donde las bajas estadounidenses no llegaron a diez. El 3 de enero, Washington evitó el choque con el ejército principal de Cornwallis en Trenton, optó por atacar su retaguardia en Princeton y escapó antes de la llegada de refuerzos británicos. Aunque se trató en ambos casos de acciones menores en términos militares, dieron un gran impulso a la reputación de Washington y a la moral de los norteamericanos.125
Estas dos batallas también demostraron el impacto que las municiones proporcionadas por comerciantes franceses, españoles y holandeses comenzaban a tener en la capacidad militar de los norteamericanos. A finales de 1776, al menos 10 000 mosquetes y casi 1 millón de libras de pólvora habían llegado ya a la nueva nación.126 Si al comienzo del conflicto algunas milicias compartían un mosquete entre cuatro soldados y solo se disponía de 15 cartuchos por hombre, en Trenton cada infante portaba ya su propio mosquete y 60 cartuchos.127 Aunque existen pocos registros de qué armas llevaban exactamente el Ejército Continental y las milicias, un análisis arqueológico moderno de las balas encontradas en el campo de batalla de Princeton muestra que casi la mitad pertenecía a mosquetes del calibre de 0,69 pulgadas fabricados en Francia, España y Lieja, que solo empleaban los rebeldes; y la otra mitad correspondía a los mosquetes británicos de 0,75 pulgadas y a mosquetes fabricados en Norteamérica, además de balas de menor calibre empleadas por los rifles también norteamericanos.128 En estas primeras batallas, la pólvora holandesa y los mosquetes españoles, galos y de Lieja no estaban ganando la guerra, pero al menos es seguro que estaban impidiendo que se perdiera.
Para Gran Bretaña, las derrotas de Trenton y Princeton fueron escaramuzas sin importancia. Su plan general era dividir las fuerzas norteamericanas y destruirlas por separado.129 A principios de 1777, George Germain, que había sucedido a Dartmouth como secretario de Estado para las colonias, desarrolló con sus generales William Howe y John Burgoyne un proyecto de ataque desde dos direcciones que aislaría Nueva Inglaterra, el centro de resistencia de la revolución, del resto de las colonias (los británicos aún denominaban así a los nuevos estados). El ejército de Howe se transportaría desde Nueva York al sur por una flota de más de 200 barcos con el objetivo de tomar Filadelfia.130 Desde allí, giraría hacia el norte hasta más allá de la ciudad de Nueva York y se apoderaría del valle del río Hudson. Burgoyne, al mismo tiempo, debía marchar con sus hombres hacia el sur desde Montreal, apoderarse de los fuertes enemigos a lo largo del lago Champlain y luego debía bajar por el río Hudson hasta reunirse con Howe en Albany. Los efectivos británicos, una vez cortado en dos el país por el Hudson, podrían sojuzgar cada mitad por separado e impedir que se prestaran ninguna ayuda entre sí.
La preparación logística que conllevaba la acumulación de tropas y material tuvo ocupados a los británicos hasta el verano de 1777. A finales de agosto, en el sur, las fuerzas de Howe desembarcaron en Head of Elk (actual Elkton), en Maryland. Desde ese punto, iniciaron el camino al norte, hacia la capital de los Estados Unidos. Arrollaron a George Washington en la batalla de Brandywine, el 11 de septiembre, y derrotaron a Anthony Wayne en la batalla de Paoli dos semanas más tarde. El 26 de septiembre, los británicos aparecieron ante Filadelfia y obligaron al Congreso a huir 150 kilómetros al norte hasta York, en Pensilvania. El 4 de octubre, el decidido contraataque de Washington en la batalla de Germantown no consiguió desalojar a Howe de su posición. En el norte, Burgoyne había comenzado su marcha a finales de junio bajando por el lago Champlain hacia el fuerte Ticonderoga, que asaltó el 2 de julio.131 Su ejército, de casi 8000 hombres, rodeó con facilidad a los 3000 soldados estadounidenses que habían recibido la orden del general Philip Schuyler de defender aquel fuerte estratégico el mayor tiempo posible. El emplazamiento de la artillería británica en unas alturas obligó al oficial al mando, el mayor general Arthur Saint Claire, a efectuar una retirada nocturna para salvar su contingente. Burgoyne, al recibir la noticia de que Howe no iba a subir de momento por el valle del Hudson, decidió dirigirse a Albany y establecer allí su campamento de invierno en espera de reemprender la ofensiva en primavera. A mediados de agosto puso en marcha a su ejército hacia el sur por la carretera de Albany, lo que le llevó a pasar por una aldea llamada Saratoga.
Antes, mientras Germain, Howe y Burgoyne planeaban sus campañas, los barcos de Beaumarchais cruzaban el Atlántico transportando tanto provisiones como voluntarios para la lucha próxima.132 El Amphhitrite, al no haberse avituallado de manera adecuada en Le Havre, volvió a Lorient, en la Bretaña, y se hizo por fin de nuevo a la mar con destino a Nueva Inglaterra el 25 de enero. Otro barco de Beaumarchais, el Mercure, zarpó de Nantes unos pocos días después, también rumbo a Nueva Inglaterra, seguido por el Seine con destino a las islas del Caribe. Si sumamos también otro par de naves que zarparon en marzo, en la primavera de 1777 cinco barcos fletados por Rogerigue Hortalez surcaban los mares con material suficiente para armar, vestir y equipar un ejército de 30 000 hombres. Además, un número aún mayor de barcos fletados por Beaumarchais, que alcanzó la cifra de 45 buques de carga de distintos tipos, se estaban alistando en puertos por toda Francia.
El Mercure fue el primero en llegar.133 Tras cuarenta días de travesía, arribó a Portsmouth, en Nuevo Hampshire, el lunes 17 de marzo de 1777. A bordo iban 12 000 mosquetes completos y un millar de barriles de pólvora, junto con mantas y telas. Allí los esperaba John Langdon, representante del Congreso y agente marítimo del mismo en el lugar. La nueva de la llegada de aquellos ansiados suministros se extendió con rapidez y desencadenó una tira y afloja: Nuevo Hampshire quería 2000 armas, Connecticut 3000, Massachusetts 5000 y también 300 barriles de pólvora. John Langdon atendió estas peticiones rápido, pero George Washington temía el riesgo asociado a tener tantas armas cerca de la costa –«el enemigo está decidido a destruir nuestros almacenes dondequiera que les sean accesibles»– y que pudieran quedar desabastecidos los estados del Atlántico Medio como Nueva York y Nueva Jersey, por tanto, escribió a Langdon y le ordenó que enviara los mosquetes restantes a la recién creada Armería de Springfield, en Massachusetts.134
El 20 de abril, el Amphitrite llegó a Portsmouth con 6600 armas completas, 52 cañones y 33 000 balas de cañón, además de palas, hachas y tiendas. Langdon envió con celeridad los cañones y los mosquetes a la Armería de Springfield, donde llegaron a primeros de junio. Muchos de los mosquetes, en parte porque no se había dispuesto de tiempo suficiente en Francia para crear instalaciones donde repararlos, tenían las llaves y los muelles rotos debido a los años de almacenaje o por daños sufridos en el transporte. Los armeros de Springfield los repararon en poco tiempo y los dejaron listos para su empleo. Mientras tanto, distintos periódicos que iban desde la Boston Gazette al Pennsylvania Packet publicaban historias de la «valiosa carga» que había arribado de Francia.135 Aunque ya hacía dos años que llegaban armas de ultramar, esta fue la primera demostración tangible de apoyo galo a gran escala hacia la causa de la independencia, lo que significó una importante inyección de moral para la opinión pública en un momento en que la mayoría de las noticias que llegaban de los campos de batalla era deprimente.
Ambos bandos habían quedado deshechos por la batalla de Ticonderoga y los acontecimientos posteriores. Los norteamericanos perdieron todos sus cañones, circunstancia de la que se lamentaba el oficial de artillería de Schuyler, Ebenezer Stevens. Por suerte, Schuyler ya había expedido antes a la Armería de Springfield la orden de que enviara más cañones al frente.136 Mientras tenía lugar la batalla de Ticonderoga, carretas de bueyes y carros remolcados por caballos tiraban de 22 cañones, de los que 10 eran del tipo M1740 de cuatro libras –que habían llegado a bordo del Amphitrite–, hacia el puerto fluvial de Peekskill, en el río Hudson. Desde allí se transportaron en barcazas río arriba hasta Albany, donde fueron remolcados por tiros de bueyes hasta el campamento de Schuyler y al almacén que había en Stillwater, a unos pocos kilómetros al sur de Saratoga, donde llegaron el 26 de julio.
Los británicos también tenían escasez de provisiones. A primeros de agosto, Burgoyne dirigió una fuerza de 1200 soldados hessianos y británicos en una incursión contra un depósito de suministros situado en el pueblo de Bennington, en el actual estado de Vermont. La milicia de Nuevo Hampshire era la única fuerza presente en los alrededores capaz de oponerse a dicho asalto. Si su contraataque se hubiera tenido que realizar antes de que llegaran las armas de Beaumarchais, es muy probable que no hubiera tenido lugar: en los primeros meses de 1777, la carencia de armas de fuego había contribuido a que los efectivos de las compañías de milicia de Nuevo Hampshire fueran un 40 por ciento inferiores a los teóricos.137 En cambio, ahora, gracias a la disponibilidad de los miles de mosquetes franceses proporcionados por John Langdon, el general de la milicia de Nuevo Hampshire, John Stark, formó y equipó dos brigadas (1500 hombres) en un plazo de seis días. El 16 de agosto, ambos bandos chocaron a unos 20 kilómetros al oeste de Bennington. La milicia de Stark hizo huir, en dos enfrentamientos distintos, a las tropas hessianas y británicas, a las que infligió casi 1000 bajas entre muertos y heridos, y además se apoderó de cañones y mosquetes. Las fuerzas de Burgoyne quedaron tras aquello debilitadas, pero aún eran un contingente imponente y continuaron su marcha hacia Albany.
La batalla de Bennington había retardado el avance de Burgoyne, pero no lo había detenido. El Congreso ya tenía decidido, en cualquier caso, que Schuyler no era el hombre adecuado para enfrentarse a él. El 19 de agosto, el mayor general Horatio Gates, que había servido en el Ejército británico durante las guerras de Sucesión austriaca y de los Siete Años, asumió el mando del Departamento Norte del Ejército Continental. Como correspondía a quien había sido antes ayudante general******* del Ejército Continental, le preocupaba sobre todo disponer de hombres y suministros suficientes para la próxima batalla. Washington respaldó con todo su apoyo las peticiones de Gates. Pronto salieron numerosas órdenes del campamento de Gates que solicitaban munición, ropa y suministros.138 Mientras tanto, milicias de Nuevo Hampshire, Massachusetts, Nueva York y Connecticut, ya perfectamente armadas con los mosquetes de Beaumarchais, acudieron al teatro de operaciones a lo largo de agosto y septiembre, igual que hicieron tiradores de Pensilvania, Maryland y Virginia armados con rifles. Gates disponía ya de 9000 efectivos ante los 7000 británicos y hessianos. A primeros de septiembre, por consejo de su ingeniero Tadeusz Kościuszko, Gates ordenó a Ebenezer Stevens que situara sus cañones en unos emplazamientos defensivos que se construyeron en un alto llamado Bemis Heights, desde el que se dominaba la carretera de Albany. Las llamativas cureñas de color rojo ladrillo de los cañones M1740 complementaban los colores de los graneros y otras dependencias de la granja circundante. El ejército aguardó allí la llegada de Burgoyne.
El 19 de septiembre se libró la primera batalla de Saratoga. Los apodos en apariencia inocuos de los generales enfrentados, Caballero [Gentleman] Johny Burgoyne y Abuelita [Granny] Gates, se vieron desmentidos por la ferocidad de los combates. Los norteamericanos abandonaron en torno al mediodía su posición fortificada de Bemis Heights y chocaron con las tropas de Burgoyne en los campos salpicados de bosques de Freeman’s Farm. Ambos bandos llegaron a entrecruzar sus mosquetes en el cuerpo a cuerpo. Las líneas de los rebeldes avanzaron y retrocedieron a lo largo de la tarde. Los rebeldes alcanzaron a tomar las posiciones de la infantería y la artillería británicas, pero fueron más tarde rechazados mediante un nuevo contraataque. Al final, los norteamericanos se retiraron a su fortificación. Burgoyne acumuló más bajas, pero quedó dueño del campo de batalla. Tras aquel resultado inconcluyente, ambos bandos optaron por volver a vigilarse el uno al otro y a esperar.139
En opinión de Caleb Stark, miembro del 1.er Regimiento de Milicia de Nuevo Hampshire (e hijo del general John Stark), no había duda de que la llegada a tiempo de los cargamentos de Beaumarchais permitió que la primera batalla de Saratoga acabara en empate y no en derrota. Muchos años más tarde, recordó con claridad:
La primera oportunidad de probar las cualidades de los nuevos mosquetes franceses sucedió el 19 de septiembre de 1777, cuando los americanos avanzaron desde sus posiciones, sin temor, para chocar con los veteranos británicos en campo abierto. […] En aquel día decisivo, las armas de Beaumarchais, tras las que iban sus camaradas yanquis, después de expulsar al enemigo del campo de batalla con gran matanza, se lanzaron con arrojo sobre su campamento, hicieron retroceder sus fuerzas de parte del mismo, capturaron una parte de su artillería y descoyuntaron todo su ejército […] Creo firmemente que, si los americanos no hubieran recibido estas armas tan a tiempo, Burgoyne habría marchado con facilidad hasta Albany.140
Durante varias semanas de interrupción de los combates llegaron más soldados norteamericanos al lugar y engrosaron sus filas hasta alcanzar un total de algo menos de 12 000 hombres, casi el doble de las diezmadas fuerzas de Burgoyne. Este, ante el progresivo debilitamiento de sus efectivos y la escasez de suministros, cada vez mayor, ordenó el 7 de octubre un asalto vespertino sobre la fortificación enemiga apoyado por artillería adelantada. Las tropas norteamericanas avanzaron a su vez para repeler el ataque, mientras que los cañones de Beaumarchais optaron por quedarse en sus emplazamientos en espera de un asalto que no llegó nunca. Las líneas de los ejércitos se desplazaron adelante y atrás varias veces, hasta que una serie de cargas desesperadas dirigidas por Benedict Arnold consiguió hundir el centro hessiano, lo que obligó a Burgoyne a retirarse al caer la noche.
El 17 de octubre, Burgoyne se rendía a Gates. Los 5000 efectivos del llamado Ejército de Saratoga de la Convención se enviaron a Virginia como prisioneros de guerra. Se trataba de una pérdida devastadora, de casi un cuarto de las fuerzas británicas totales en Estados Unidos.141 Ambos bandos percibieron que Saratoga constituyó el punto de inflexión de la guerra. Fue la primera vez que tropas estadounidenses se habían enfrentado en igualdad de condiciones contra británicas en una gran batalla campal y las habían obligado a retroceder. George Washington promulgó un día de acción de gracias que también se respetó en los nuevos estados. Los soldados británicos también se quedaron aturdidos ante aquella victoria e impresionados por el «valor y obstinación con que lucharon los americanos».142 El trauma llegó hasta Londres, donde Germain aceptó la dimisión de Howe y desechó la estrategia de dividir la nación estadounidense en dos partes. En su lugar, se comenzó a elaborar una nueva estrategia centrada en la ocupación de los estados sureños, de los que se pensaba que eran más partidarios de la causa lealista que Nueva Inglaterra.
En Francia, Beaumarchais se enteró de los sucesos de Saratoga el 4 de diciembre, gracias a un mensajero recién llegado de Boston.143 Al día siguiente, informó a Vergennes de «noticias muy positivas de América». Desconocemos si llegó a ser consciente de la conexión entre los cargamentos del Mercure y del Amphitrite y la sorprendente victoria rebelde, pero nunca lo mencionó en su correspondencia con el ministro. Lo cierto es que la mayor parte de dicha correspondencia trataba de la precariedad de su situación financiera. Incluso después de recibir nuevos préstamos que llegaban a 1 millón de libras, los acreedores seguían llamando a su puerta. El dinero no dejaba de salir a espuertas de su elegante oficina para la compra de más suministros y el flete de más barcos, pero aún no había recibido un solo cargamento de América en pago por las mercancías enviadas.
Beaumarchais no era el único que perdía dinero en Norteamérica. Docenas, cuando no cientos de comerciantes de toda Europa, tenían elevadas inversiones en el comercio norteamericano y veían cómo aumentaban sus pérdidas porque los británicos depredaban las rutas marítimas y bloqueaban la costa norteamericana.144 Chaumont y sus socios comerciales Sabatier fils et Déspres, además de los contratos que tenían con los comisionados estadounidenses, también mercadeaban en privado con el nuevo país y, en una sola estación del año, perdieron 5 de un total de 7 buques. Otra firma comercial que abastecía de armas a los rebeldes, Reculès de Basmarein et Raimbeaux, de Burdeos, perdió 13 de sus 22 barcos. Semejantes pérdidas, frecuentes durante la primera etapa de la guerra, eran insostenibles a largo plazo y hacían necesario el establecimiento de convoyes escoltados. Sin embargo, ningún gobierno podía instar a una nación a la que no reconocía formalmente como aliada a que instaurara un sistema de convoyes.
Los Estados Unidos ya habían recibido cierto grado de reconocimiento a finales de 1776, cuando dos buques estadounidenses que necesitaban avituallarse entraron en puertos extranjeros –el bergantín Andrew Doria de la Marina Continental en San Eustaquio y una goleta de nombre desconocido en la isla danesa de Santa Cruz– y allí sus pabellones recibieron los saludos navales habituales.145 No obstante, esta forma de reconocimiento no era, desde luego, suficiente para la nueva nación. Es cierto que los reinos de Francia y España, hasta entonces, habían proporcionado suficiente ayuda para que las tropas estadounidenses continuaran la lucha. Sin embargo, tendrían que aportar algo más que armas, pólvora y mantas para que pudieran ganar la guerra. En otras palabras, tendrían que apoyar con toda su potencia política y militar la causa estadounidense si querían asegurar la victoria sobre el común enemigo británico.
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