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INFORMANTES ESPAÑOLES EN LAS COLONIAS

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Cada mes la partida se iba complicando más, a medida que quedaban claras las repercusiones del Tratado de París. Debido al cambio de dueño de tanto territorio, tuvieron lugar grandes desplazamientos entre las poblaciones británica, francesa y española. Desde 1763 hasta el comienzo de la Guerra de Independencia de Estados Unidos, Norteamérica fue un subcontinente en movimiento.60 El número de inmigrantes procedentes de distintos lugares de Europa –Gran Bretaña, Irlanda, los territorios alemanes– alcanzaba cifras máximas, atraídos por la promesa de tierra, recursos y una relativa paz. Terratenientes como George Washington presionaron al gobierno británico para que abriera más territorios occidentales a la creación de nuevos asentamientos. El gabinete respondió moviendo las fronteras de las colonias bastante más allá de la Línea de Proclamación, cada vez más cerca del río Misisipi, y avasallaba poco a poco los territorios de los nativos americanos.

Más al sur, los esfuerzos británicos para poblar las dos colonias de la Florida tuvieron resultados más decepcionantes.61 España había entregado la Florida a Gran Bretaña y esta había dividido el territorio entre Florida Oriental (la península, básicamente, con capital en San Agustín) y Florida Occidental (desde el actual Mango de Florida [Florida Panhandle] hasta el Misisipi, con capital en Pensacola*****). Aunque se permitió a los habitantes españoles permanecer allí y la práctica del catolicismo, la inmensa mayoría optó por emigrar a México y a Cuba. El gobierno británico otorgó concesiones de tierra para animar a la creación de asentamientos como medida de defensa frente a los territorios españoles adyacentes, pero apenas consiguió atraer a unos pocos miles de inmigrantes a cada colonia.

A diferencia de lo sucedido en la Florida, la población de Canadá prefirió en su mayoría quedarse y vivir bajo el dominio británico, aunque continuó habiendo fricciones entre su catolicismo y las políticas oficiales de la Iglesia anglicana.62 Sin embargo, una minoría significativa de canadienses optó por mudarse a Luisiana. Dicha migración había comenzado durante la Guerra de los Siete Años, con la expulsión de los acadios de sus tierras. La Luisiana española, con capital en Nueva Orleans, era un enorme territorio cuyo tamaño duplicaba el de las trece colonias británicas. El nuevo gobernador español, Antonio de Ulloa, veía en los franceses un sólido parapeto frente al avasallamiento territorial británico que se acercaba ya a las orillas del Misisipi, por tanto, estimuló dicha migración mediante la concesión de tierras y ayuda al transporte. San Luis, por ejemplo, se fundó en 1764 como ciudad gala en territorio español.

La ocupación británica de Florida y su avance continuo hacia el oeste, hacia el río Misisipi, constituía una amenaza estratégica para el control español de la región. En Madrid, el ministro principal, Jerónimo Grimaldi, igual que su análogo Choiseul, dependía de una red de informantes para mantenerse al tanto de las actividades británicas en América. Sin embargo, le preocupaba mucho más la posibilidad de ataques por sorpresa sobre Nueva Orleans y Luisiana que fomentar la revolución en los territorios británicos. En parte, esta preocupación se debía a que los primeros años de dominio español sobre la Luisiana estuvieron trufados de problemas políticos que aumentaron la vulnerabilidad de la colonia. El primer gobernador, Ulloa, era más un científico que un administrador y fue expulsado a la fuerza durante una rebelión contra la autoridad española. Lo reemplazó Alejandro O’Reilly, nacido en Irlanda, que sofocó de forma brutal la revuelta. En 1770, un nuevo gobernador, Luis de Unzaga y Amézaga, llevó, por fin, la colonia a cierto grado de estabilidad.

Unzaga estaba a las órdenes de Antonio María de Bucareli y Ursúa, capitán general de Cuba y la mayor autoridad militar y civil en el área norte del Caribe y del golfo de México. Juntos crearon una red de agentes que informaba de forma clandestina de los puertos, fortificaciones, guarniciones militares y movimientos navales británicos.63 No se trataba de verdaderos agentes profesionales, sino más bien de pescadores, comerciantes y clérigos que podían entrar y salir de los territorios británicos sin llamar la atención. Los reportes que llegaban a Nueva Orleans y La Habana se reunían y se enviaban a Madrid y ayudaron a conformar la política española de vigilante neutralidad hacia Gran Bretaña durante la década posterior al Tratado de París.

La flota pesquera de Cuba llegó a ser un medio de obtención y transmisión de información de gran importancia. Los pescadores no solo podían observar los movimientos navales británicos por el Caribe y el golfo de México, sino que también llevaban mensajes de y hacia los informantes situados en las colonias británicas, entre ellos un grupo de sacerdotes en Florida Oriental que vigilaba lo que sucedía en San Agustín. A la vez, comerciantes cubanos viajaban con regularidad a Pensacola y, a su vuelta, mantenían informado a Bucareli de la construcción de fortificaciones en torno a su bahía.

Unzaga, por su parte, estaba preocupado por la presencia británica a lo largo del Misisipi, cada vez mayor. Dos cuestiones animaban a los colonos a desplazarse a los valles de los ríos Ohio y Misisipi. Por una parte, no se hacía respetar la Línea de Proclamación, lo que permitía, en la práctica, que los asentamientos avanzaran hacia el oeste. Por otro lado, panfletos como el muy difundido Estado actual de los asentamientos europeos en el Misisipi [Present State of European Settlements on the Mississippi], publicado en 1770, pintaban de color de rosa la vida en los territorios occidentales. En consecuencia, carretas y balsas pronto transportaban ya a un gran número de familias a poblaciones como Natchez y Baton Rouge.

El año 1770 también trajo una crisis política que amenazaba con un estallido bélico y que obligó a la red de Unzaga a extremar su vigilancia. Tanto Gran Bretaña como España tenían pequeños asentamientos en las islas Malvinas (Falkland, para los británicos), en el Atlántico Sur. El gobernador de Buenos Aires, siguiendo órdenes de Madrid, envió un gran contingente anfibio para desalojar a la guarnición británica. Los dos países se prepararon para la guerra. Madrid recomendó a sus colonias de ultramar estar vigilantes ante un posible ataque sorpresa, pero no inició movimientos hostiles que pudieran precipitarlo. Mientras tanto, Grimaldi le pidió a Francia que cumpliera el Pacto de Familia y acudiera en su ayuda. Aunque Choiseul (que de nuevo ostentaba el cargo de ministro de Exteriores) le dio respuestas vagas, Luis XV era firme en su posición en contra de aquello. La crisis se desactivó al año siguiente, después de que España desautorizara la acción militar y pusiera a un lado la cuestión de la soberanía.

Unzaga no detectó actividades británicas hostiles a lo largo del Misisipi por efecto de la crisis de las Malvinas/Falklands, pero, de todos modos, despachó a Jean Surrirret, comerciante francés y oficial de la milicia española cerca de Baton Rouge, a Nueva York a investigar unos rumores acerca de un posible redespliegue de unidades británicas entonces acuarteladas más al norte.64 Unzaga temía que esto pudiera ser el preludio de un asalto. Surriret llegó en 1772 y se enteró de que Thomas Gage, comandante en jefe de las fuerzas británicas en Norteamérica, en efecto había trasladado tropas de Canadá para reforzar Nueva York, Boston, Filadelfia y otras ciudades. Surriret descubrió que este redespliegue no estaba destinado a amenazar los intereses españoles, sino que era una respuesta al malestar que se había extendido entre la población desde las Leyes de Townshend. Dicho malestar había llevado ya a la masacre de Boston, en la que tropas británicas dispararon contra una multitud de civiles y mataron a cinco personas. Aunque tanto Unzaga como los ministros de Madrid se tranquilizaron al recibir los informes, siguieron atentos al número, cada vez mayor, de soldados y barcos británicos que llegaban a Norteamérica.

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