Читать книгу Hermanos de armas - Larrie D. Ferreiro - Страница 15

EL TRATADO DE PARÍS

Оглавление

Los hombres que habían dirigido la contienda no fueron los mismos que firmaron el tratado de paz. En 1762, Choiseul asumió la jefatura del Ministerio de Marina, pero sin perder su puesto de ministro de la Guerra. Su primo Choiseul-Praslin, que, como él, era un antiguo soldado y diplomático, se convirtió en el nuevo ministro de Exteriores. De todas formas, ambos pensaban de forma similar. Tenían ante sí una tarea ardua: el estado de la flota francesa era calamitoso, un elevado número de sus buques estaba bloqueado por el enemigo y la carencia de fondos era tan grave que recurría a la venta de material para saldar deudas. Canadá se había perdido, igual que la mayor parte de las colonias del Caribe, África y Asia. «Como no sabemos hacer la guerra –reconocía Choiseul en privado–, debemos hacer la paz».21

En la otra orilla del canal de la Mancha, Pitt y Newcastle, los arquitectos principales de la brillante victoria británica, estaban ya de salida. En 1760, murió Jorge II y Jorge III le sucedió en el trono. El nuevo rey de 22 años, aunque tenía una estrecha relación con su abuelo, hizo cambios importantes en el gobierno. Nombró primer ministro al que había sido su tutor durante muchos años, John Stuart, conde de Bute, que tenía tanto deseo de hacer las paces como Pitt de guerrear. Una de las primeras medidas de Bute al asumir su cargo fue formalizar las negociaciones de paz mediante el intercambio de diplomáticos con Francia. La elección obvia recayó en el bien relacionado e influyente duque de Bedford. Aunque la mayor parte de las decisiones se acordaron en París, Choiseul-Praslin eligió a Louis-Jules Mancini-Mazarini, duque de Nivernais, para que negociara en la corte británica. En septiembre, Bedford y Nivernais se reunieron en Calais antes de la asunción de sus respectivos cargos.

Todas las partes comprendían que Francia y España tendrían que abonar un significativo coste territorial por la guerra. Aunque Bute era consciente de que las condiciones de paz debían ser tan generosas como fuera posible para evitar un enfrentamiento posterior, Nivernais indicaba en sus informes que el primer ministro soportaba una enorme presión, por parte de los aún poderosos partidarios de Pitt, para que dejara inutilizada a la Marina francesa. Las negociaciones preliminares que se desarrollaban en Fontainebleau se detuvieron cuando el embajador español, Jerónimo Grimaldi, planteó que las demandas territoriales de los británicos les darían el control casi total del golfo de México y se negó a aceptar aquellas condiciones. Choiseul estaba furioso: «¿Quiere el rey de España la guerra o quiere la paz?»,22 le preguntó al embajador francés en Madrid, Pierre Paul, marqués d’Ossun. «Debe aceptar los artículos» del tratado o seguir luchando, dijo Choiseul. «No hay término medio». El impasse se superó en octubre, al recibirse la noticia de la pérdida de La Habana. Luis XV le ofreció a su primo Carlos III la Luisiana, en compensación por los territorios que España podría perder en las negociaciones de paz. Dicho territorio devolvería a España, al menos en parte, cierta capacidad de control del golfo de México. Ante la gravedad de la pérdida de La Habana y la necesidad de recuperarla, aquel ofrecimiento salvaba, al menos, las apariencias, por ello, Carlos III accedió. Choiseul-Praslin, Grimaldi y Bedford firmaron el tratado preliminar en Fontainebleau, el 3 de noviembre. El mismo día, a espaldas de Bedford, Choiseul-Praslin y Grimaldi acordaron en un documento aparte la entrega de la Luisiana a España.

Los tres hombres negociaron las condiciones definitivas entre noviembre de 1762 y febrero de 1763.23 Francia sufrió en especial la cesión a Gran Bretaña de Canadá, Acadia y Nueva Escocia. Al perder también la Luisiana, el país quedaba prácticamente ausente de Norteamérica. A pesar de todo, conservó el acceso a los bancos de pesca de la costa de Terranova y del golfo de San Lorenzo y también retuvo las pequeñas y rocosas islas de San Pedro (Saint-Pierre) y Miquelón (Miquelon) para el secado y procesamiento del pescado. Su importancia estratégica iba mucho más allá de la mera provisión de alimentos: la principal debilidad histórica de la Marina gala había sido la carencia de personal y en dichas pesquerías se formaba un tercio de sus marineros, aproximadamente.24

Gran Bretaña devolvió a Francia las principales islas productoras de azúcar, Martinica y Guadalupe, y se quedó con Granada y San Vicente. También arrebató a Francia sus antiguos asentamientos comerciales en África, excepto la isla de Gorea, dedicada al comercio de esclavos, en la costa del actual Senegal. El territorio francés en la India se redujo a apenas unos pocos asentamientos comerciales, de los que el mayor fue la bella ciudad blanca de Pondicherry, que se reconstruyó en solo dos años. Francia, en compensación, devolvió Menorca al dominio británico.

Gran Bretaña también fue generosa al devolver Manila a España, pero exigía la entrega de Puerto Rico o de la Florida para devolver La Habana. Puerto Rico era demasiado valioso para España, así que se entregó la Florida, de la que un político bisbiseó que era «un territorio deshabitado».25 España también se vio forzada a conceder a Gran Bretaña derechos de tala en la región de Honduras, en Guatemala. En Europa, la situación volvió más o menos al statu quo ante bellum. Los escasos efectivos españoles que aún quedaban en Portugal salieron del país. Por su parte, Prusia y Austria retiraron sus ejércitos de los territorios que ocupaban fuera de sus respectivas fronteras y firmaron un acuerdo de paz.

El definitivo Tratado de París, según Bedford, «consiguió mucho más de lo que esperaba»,26 ya que no hacía «ninguna cesión contraria a mis instrucciones». El inalterado paisaje de Europa escondía un desplazamiento tectónico que había dado un vuelco a su equilibrio político. Aunque Gran Bretaña había perdido casi todos sus aliados en Europa, la balanza del poder se había inclinado tanto a su favor que pensaba que dichos aliados ya no tendrían mucha importancia. Gran Bretaña controlaba la mayor parte de Norteamérica, sus colonias repartidas por todo el globo podían comerciar sin trabas y, por primera vez, podía decirse que «gobernaba las olas», como rezaba la popular canción.**** Por tanto, aquella tarde del 10 de febrero fue muy lógico que la ceremonia de la firma del tratado por parte de Choiseul-Praslin, Grimaldi y Bedford tuviera lugar en un salón completamente británico y no en una antesala del palacio real de Versalles.

La noticia del tratado se celebró en Gran Bretaña con espectaculares fuegos artificiales en el Green Park de Londres.27 Francia y España, aunque pueda sorprendernos, también lo celebraron con fuegos artificiales frente al Hôtel de Ville en París y en el parque del Buen Retiro en Madrid. Tras la anterior Guerra de Sucesión austriaca, el pueblo galo, frustrado por haber derramado tanta sangre sin que nada se obtuviera, había acuñado la expresión «estúpido como la paz» [bête comme la paix]. Ahora, ante la evidencia de que el resultado podía haber sido mucho peor que perder «unos pocos acres de nieve», primaba el sentimiento de que la vida podía volver a su cauce normal, aunque fuera a la sombra de la nueva superpotencia europea.

Hermanos de armas

Подняться наверх