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COMERCIANTES EUROPEOS PROPORCIONAN LAS PRIMERAS ARMAS Y SUMINISTROS DE PÓLVORA

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La respuesta a la necesidad de armar y equipar a las milicias de las colonias –y luego al Ejército Continental– la darían los comerciantes, no la industria y, para ello, emplearían tanto materias primas como dinero en metálico con los que comprar armas, pólvora y munición en el exterior. Al comienzo de la guerra, los granjeros de las colonias no solo alimentaban a toda su población, sino que también producían excedentes suficientes para exportar 6 millones de fanegas* de grano –casi un cuarto de la producción–, lo cual permitía la entrada de dinero en metálico y la importación de manufacturas.17 Los marinos de las colonias llevaban más de un siglo burlando las Leyes de Navegación británicas, pasando de contrabando las citadas mercancías y burlando la vigilancia de los buques de la Marina británica, los patrulleros de vigilancia fiscal y los funcionarios de aduanas. En teoría, a los buques mercantes de las colonias que transportaban, por ejemplo, trigo o bacalao al exterior, y que en el viaje de regreso traían vino español y productos de seda, se les exigía que desembarcaran estos últimos cargamentos en Gran Bretaña y que pagaran unas tasas aduaneras antes de seguir su navegación hacia Norteamérica. Ciertos cultivos, entre los que destaca el tabaco, no se podían vender a ningún país extranjero y solo se podían enviar a Gran Bretaña, desde donde se revendían más tarde, con pingües ganancias, a toda Europa. El té, por supuesto, solo se podía comprar en Gran Bretaña.

Los comerciantes de las colonias evitaban estas restricciones, a veces, comerciando directamente en puertos europeos como Ámsterdam, Nantes o Bilbao, donde los cónsules británicos no podían hacer gran cosa aparte de quejarse a las autoridades locales. Más a menudo, optaban por una actuación más rápida y sencilla: entregar y recoger las mercancías en puertos de islas del Caribe como las colonias francesas de Saint-Domingue y Martinica y, sobre todo, la minúscula isla holandesa de San Eustaquio (Sint Eustatius), un notable centro de contrabando conectado con casi todos los países europeos. En su viaje de regreso a las colonias norteamericanas, los capitanes mercantes esquivaban con facilidad a los agentes de aduanas de la Corona, ya que, como explicaba el vicegobernador de Nueva York, Cadwallader Colden, «no entran a este puerto [de la ciudad de Nueva York] sino que fondean a cierta distancia, en las numerosas bahías y calas que ofrece nuestra costa, y desde ahí las mercancías de contrabando se envían en pequeños botes».18 Este depurado sistema de contrabando tenía las características ideales para posibilitar la llegada de armas de fuego y pólvora.

A lo largo de los años, las colonias habían desarrollado una red de contactos comerciales fiables en cada puerto de ultramar con la que comerciaban tanto mercancías lícitas como ilícitas. En Ámsterdam y en San Eustaquio, firmas como Robert Cromelin, William Hodshon e Isaac van Dam tenían lazos comerciales y familiares con la ciudad de Nueva York que se remontaban a la época en que era aún una colonia holandesa.19 El puerto francés de Nantes era la sede de la firma Montaudoin, dedicada al comercio y al tráfico de esclavos y a través de la cual se exportó harina y arroz desde Filadelfia a Francia durante la terrible hambruna que esta sufrió en 1772.20 En el puerto vasco de Bilbao, en el norte de España, la firma Casa Joseph Gardoqui e Hijos comerciaba con empresarios del pescado de Massachusetts desde 1741, con los que intercambiaba bacalao en salazón, arroz y tabaco americanos por productos españoles.21 Estos comerciantes extranjeros (a veces llamados «actores»), que eran públicamente neutrales aunque en privado simpatizaban con las quejas de los norteamericanos hacia Gran Bretaña, fueron decisivos en la campaña de contrabando que comenzó en 1774. Los gobiernos de sus países, por su parte, afirmaban ser contrarios a este contrabando ilícito, pero, en realidad, lo toleraban tácitamente.

En el verano y otoño de 1774, incluso antes de que el Primer Congreso Continental concluyera sus actividades, y antes de que se hubieran organizado los comités de Seguridad y de Suministros, los comerciantes de las colonias comenzaron a adquirir enormes cantidades de armas y munición en Europa y en islas del Caribe, las cuales pagaban tanto con dinero en metálico como con excedentes agrícolas.22 Los funcionarios británicos comenzaron a informar a Londres de que había barcos cargados de armas de contrabando y pólvora que iban desde Ámsterdam a San Eustaquio y las colonias americanas: sus cajones y barriles contenían, en lugar de té, munición y pólvora. Gran Bretaña exigió que la República Holandesa prohibiese desde ese momento cualquier tipo de contrabando. El gabinete holandés prometió de forma oficial detener aquel «tráfico tan peligroso».23 Lo cierto es que, de manera extraoficial, no ejerció mucho control sobre los comerciantes, que siguieron obteniendo enormes beneficios con el contrabando: 100 libras de pólvora compradas en Ámsterdam por 8 rijksdaalders podían venderse en San Eustaquio por casi 100 rijksdaalders.24 Guillermo V, príncipe de Orange, primo carnal de Jorge III y anglófilo, llegó a decirle al embajador británico que los comerciantes de Ámsterdam «venderían armas y munición hasta para sitiar la propia ciudad de Ámsterdam».25

Los comerciantes de Ámsterdam podían vender armas y munición a los colonos norteamericanos, pero no podían fabricarlas. De hecho, solo eran unos eslabones de una gran cadena de suministro que comenzaban en centros manufactureros como Zaandam y Lieja, que pasaba por las rutas de comercio de Ámsterdam, Nantes, Bilbao y San Eustaquio y que, finalmente, llegaban hasta las colonias británicas de Norteamérica. Aunque la República Holandesa no fabricaba apenas armas de fuego para la exportación, sus molinos de Zaandam y Zelanda producían pólvora que estaba entre las mejores, efectiva, de ignición segura y muy demandada en todo el mundo.26 Apenas unos pocos meses después de que los colonos americanos comenzaran su búsqueda de pólvora, los molinos holandeses tenían ya tantos pedidos pendientes de servir que, aunque trabajaran día y noche, las entregas a los clientes extranjeros acumulaban un retraso de seis semanas.

Las armas de fuego que comerciantes holandeses como Crommelin, Hodshon y Van Dam compraban para revenderlas a los colonos americanos se fabricaban justo al otro lado de la frontera con el principado de Lieja, situado en la parte oriental de la actual Bélgica.27 Lieja estaba incrustada entre las dos mitades de los Países Bajos austriacos, un territorio controlado de manera relativamente laxa por el Imperio austriaco. Tanto Lieja como los Países Bajos austriacos profesaban una neutralidad estricta, lo que en la práctica significaba que podían manufacturar y enviar armas a ambos bandos en conflicto. Igual que en Birmingham, la producción de armas en Lieja se basaba en especialistas individuales como Jean-Claude Nicquet y Jean Gosvin que fabricaban y ensamblaban piezas en un sistema de producción en masa, del cual salían entre 200 000 y 300 000 armas completas (mosquetes terminados más bayonetas) anuales, sobre todo modelos franceses de 0,69 pulgadas de calibre.

Los mosquetes de Lieja constituyeron el grueso de las armas de fuego importadas por las colonias durante el primer año de la guerra.28 Debido al crecimiento mensual de la demanda, los vendedores holandeses o sus agentes llegaban a Lieja con pedidos de armas cada vez mayores. Antes de que hubiera pasado un año desde la llegada de los primeros buques de las colonias norteamericanas, el alcalde de la ciudad informaba: «[…] nuestros empresarios, grandes y pequeños, están dando trabajo a nuestros hombres; en la calle no se ve otra cosa que cajas de mosquetes».29 Muchos de estos mosquetes destinados a puertos de la República Holandesa tenían grabado el lema «Pro Libertate», señal inequívoca de que su destino final eran las colonias británicas de Norteamérica.30 Las municiones se enviaban bien en barcazas por el río Mosa hasta el mar del Norte, o bien por una red de carreteras que atravesaba los Países Bajos austriacos hasta Lovaina, desde donde se transportaban en botes por canal hasta Ámsterdam, localidad en la que se cargaban en secreto en barcos destinados a Norteamérica o el Caribe.31

A medida que los colonos adquirían de forma cada vez más descarada armas y pólvora, la Marina británica estrechó la vigilancia en torno a Ámsterdam. La reacción fue que se comenzó a enviar las armas y la pólvora a otros puertos de Europa, donde podían embarcar en secreto hacia Norteamérica. Lisboa y Nantes pronto se convirtieron en puertos favoritos de transbordo para el contrabando de munición, dado que ya se venían utilizando hasta entonces para el envío de armas a las plantaciones esclavistas de Portugal y Francia en Brasil y Saint-Domingue (Haití). El esclavismo era un negocio de una enorme violencia que absorbía al año miles de las armas que se fabricaban en Lieja y otros centros. En muchos casos, dichas armas se empleaban como moneda de cambio en la compra de esclavos. Se cargaban tantos barcos con tal cantidad de armamento que era bastante fácil pasar armas y pólvora a barcos cuyo destino era Norteamérica. En Nantes, la firma dirigida por Arthur y Jean-Gabriel Montaudouin utilizaba sus conexiones comerciales con Filadelfia como tapadera para esconder envíos de armas a bordo de barcos cuyos nombres, como Jean-Jacques (por Rousseau) o Contrat Social (en referencia al manifiesto político de Rousseau, El contrato social), ponían de relieve la inclinación ilustrada de aquella familia, favorable a la causa de los insurgentes.32

De todos los puertos de transbordo para el contrabando de armas hacia Norteamérica, Bilbao parecía el menos apropiado, ya que se empleaba, principalmente, para el comercio de lana, telas y, sobre todo, bacalao, un plato muy consumido en toda la península ibérica.33 El bacalao en salazón llegaba de las pesquerías francesas de Saint-Pierre y Miquelon en Terranova, así como de las poblaciones de Marblehead y Salem en la colonia de Massachusetts. Sin embargo, cuando Gage impuso la aplicación forzosa de las Leyes Coercitivas y estallaron las primeras revueltas en Massachusetts, la citada ruta comercial, hasta entonces inocua, se convirtió con rapidez en una de las vías de suministro de armas más importantes de la primera etapa del conflicto y su centro de distribución fue la Casa Joseph Gardoqui e Hijos.

José Gardoqui y Mezeta fundó su firma comercial en Bilbao en 1726 y, desde el principio, disfrutó de importantes lazos comerciales con Gran Bretaña.34 Su hijo, Diego María de Gardoqui y Arriquibar, nacido en 1735 y el cuarto de ocho hermanos, se preparó desde una edad muy temprana para hacerse cargo del negocio familiar. En 1749, con 14 años, entró como aprendiz de George Hayley, un próspero comerciante londinense que más tarde financió las empresas de importación y exportación de Alexander Hamilton y John Hancock. Mientras aprendía los entresijos del comercio internacional, Diego de Gardoqui desarrolló un dominio del inglés que hacía parecer toscos y sin educación a comerciantes del East End londinense. Durante su etapa de aprendizaje, seguro que llegó a conocer a John Wilkes, cuñado de Hayley y periodista radical, cuyas diatribas contra el gobierno lo impulsaron hasta el Parlamento, desde el que con posterioridad apoyó la independencia de las colonias de Norteamérica.

Diego de Gardoqui continuó el negocio familiar a la muerte de su padre, en 1761. También ostentó cargos de importancia cada vez mayor en la administración de la ciudad de Bilbao. Mantuvo sus sólidos lazos comerciales con comerciantes de Massachusetts, en especial con Jeremiah Lee y Elbridge Gerry de Marblehead y con John Cabot de Salem, todos ellos parte de la «aristocracia del bacalao» de Nueva Inglaterra. Si el inmensamente rico John Cabot recibía el apelativo de «nabob»** entre sus coetáneos, no hay duda de que Gardoqui, cuya fortuna familiar andaría en torno a los 50 millones de dólares actuales, seguro que era un «ricacho» en España. Cabot y Gardoqui no amasaron todas sus fortunas de manera legal.35 Entre 1771 y 1773, por ejemplo, participaron en un complejo dispositivo de contrabando por el que se enviaba harina de Filadelfia a España y de ahí a La Habana y que hacía llegar miles de pañuelos de seda de España a Salem.

Las Leyes Coercitivas británicas, en especial la Ley del Puerto de Boston [Boston Port Act] que lo cerró a toda actividad comercial, hicieron mucho daño a la clase comerciante. El Congreso Provincial de Massachusetts se formó en octubre de 1774, en Concord, para coordinar la resistencia militar de los colonos. Entre sus jefes estaban el comerciante de Boston John Hancock y el polemista Samuel Adams. En su Comité de Suministros trabajaron Jeremiah Lee y Elbridge Gerry.36 El Congreso Provincial ordenó la creación de milicias, entre las que habría unas tropas más selectas denominadas «minutemen»,*** cuyos hombres debían estar listos en un minuto desde que recibieran la orden de incorporarse al servicio. El Comité de Suministros se encargó de la provisión de cañones, mosquetes y pólvora. Desde el punto de vista de Gage, obviamente, aquel congreso era un intento ilegal de crear un gobierno independiente y le persuadió no solo de que la rebelión era inevitable, sino de que habría que sofocarla con tanta rapidez y dureza como se había hecho con la de los escoceses jacobitas en 1745. Comenzó a fortificar el istmo de Boston Neck ante un posible ataque y a entrenar de forma ostensible a sus tropas. Los rebeldes norteamericanos, que ya habían empezado a autodenominarse patriotas y a llamar lealistas a los que apoyaban a la Corona, advirtieron aquello y aceleraron la adquisición de armas. El Congreso Provincial pidió a las poblaciones que equiparan «a cada uno de los minutemen que aún no hubieran provisto […] con un arma de fuego efectiva, bayoneta, cartuchera, mochila, treinta cartuchos y balas», pero dejó en manos del Comité de Suministros la tarea de su adquisición.37


Diego María de Gardoqui y Arriquibar (1735-1798). Grabado sobre madera de autor desconocido.

En noviembre de 1774, Jeremiah Lee redactó una súplica a su veterano socio comercial Diego de Gardoqui en la que le pedía armas y pólvora. En febrero de 1775, Gardoqui le contestó que, aunque la petición era de una naturaleza «muy complicada», había localizado un cargamento de «300 mosquetes y bayonetas» fabricados para el Ejército español que estaba en condiciones de enviarle y le prometía seguir «a su servicio» si la lucha continuaba.38 Pasar pañuelos de seda de contrabando era algo muy distinto a hacerlo con mosquetes. En aquel momento, España era un país neutral y aunque parece que el gobierno español estaba al tanto de las actividades de contrabando de Gardoqui con las colonias británicas de Norteamérica, aquello ponía en peligro los lucrativos negocios de este con los comerciantes británicos.39 En cualquier caso, los años en que se había formado con George Hayley y John Wilkes, y su simpatía hacia la causa de los colonos, seguro que influyeron en sus actos.

Parece ser que el cargamento de armas de Gardoqui llegó a Massachusetts en junio o julio de 1775. El Comité de Suministros lo distribuyó con rapidez por la colonia. Los listados de inventario del Regimiento Continental de Massachusetts informan de la entrega de «nuevas armas españolas» a la infantería en Año Nuevo.40 No hay duda de que se emplearon de forma inmediata: la Guerra de Independencia de Estados Unidos, después de meses de retraso y dudas, por fin había estallado.

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