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I. INTRODUCCIÓN

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La historia de la normativa de extranjería es la historia de un proceso de diferenciación y cosificación de las personas extranjeras. De hecho, el art. 1 de la Ley de Extranjería, para fijar el ámbito de aplicación de la misma, utiliza una definición en negativo, refiriéndose a la persona extranjera como aquel o aquella que no posee la nacionalidad española2. Esta primera aproximación de la norma al concepto de persona extranjera no es casual; denota un punto de partida claro sobre la diferenciación entre “los y las de aquí” y “los y las de allí”.

La aplicación práctica de esa arquitectura normativa diseñada para excluir a quienes quedan fuera de la frontera del Estado ha sido cruel y nada humanitaria. El tratamiento que la persona extranjera recibe del sistema punitivo actual no puede entenderse si no ha habido previamente un proceso de cosificación por parte de diferentes entes del Estado. Es decir, la persona es despojada de cualquier cualidad humana, lo que conlleva, a su vez, no ser sujeto de derechos y garantías. Tras ese proceso, su tratamiento será el de un objeto que puede ser expulsado, privado de libertad o incluso no rescatado cuando se esté ahogando. Nos referimos a la frontera grecoturca con ejemplos elocuentes como la suspensión de la aplicación del derecho de asilo adoptada por Grecia difícilmente justificable desde cualquier punto de vista. Sin olvidar las llamadas “devoluciones en caliente” que se producen en la frontera sur de Ceuta y Melilla3. Se convierte así un fenómeno que forma parte de la historia de las civilizaciones –el de las migraciones– en una amenaza.

En resumen, el discurso político en torno a la migración irregular nos lleva a un escenario en el que cada vez son más cuestionables aspectos que hasta ahora se han considerado básicos de la condición del ser humano. Avanzar en este discurso nos lleva a legitimar acciones de rechazo de la inmigración irregular que únicamente pueden justificarse desde la deshumanización del migrante. En efecto, determinadas actuaciones como a las que nos venimos refiriendo cuestionan los cimientos sobre los que se ha construido Europa. Aunque pudiera sonar a exageración, anteponer el control de los flujos migratorios, tal como se hace desde la Frontex4, a la necesidad de salvar vidas, e impedir incluso, que organizaciones humanitarias puedan realizar este trabajo, trasciende lo normativo y nos sitúa en la necesidad de elegir entre el deber moral de salvar vidas o el control fronterizo a través de la eliminación de esas vidas.

Contra la política criminal de tolerancia cero

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