Читать книгу Como si existiese el perdón - Mariana Travacio - Страница 10

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Dos semanas después de que lo sepultáramos aparecieron tres hombres, a caballo, en lo del Tano. Juancho no estaba: su esposa lo había mandado a llamar porque iba a nacerle el hijo. Pero estábamos el Tano y yo. De eso me acuerdo. Los caballos venían levantando la polvareda desde el horizonte. Se oían los cascos contra la tierra seca. Todavía quedaba el resplandor de la tarde cuando llegaron. Uno solo, el más alto, se bajó del caballo cuando lo vio al Tano. Lo miramos bajar y pensamos que era Loprete, recién resucitado, que venía a reclamarnos lo que le habíamos hecho. Buenas tardes, dijo, ando buscando a mi hermano. Y el Tano, calmado, como si le hablaran de una gallina, o como si esa figura que se había bajado del caballo no fuera el mismísimo Loprete, les invita una ginebra. Siéntense, amigos, tomemos unas ginebras antes de que oscurezca. Así supimos que eran nueve hermanos. Estos tres salieron a buscar al que se había perdido cuando su madre avisó que lo había visto correr detrás de una cabra, al sol del mediodía, y que ya no lo había vuelto a ver. Desde entonces lo buscaban. Y el Tano, tranquilo, diciéndoles que nunca habíamos visto a un hombre así, ni tan alto ni tan delgado ni mucho menos tan parecido al que teníamos enfrente: José es mi hermano mellizo. Así nos describió al hombre que buscaban. Y el Tano, imperturbable, que no. Y debe haberles sonado convincente, porque tomaron esa sola ginebra y se excusaron: sabrán disculpar, pero tenemos que seguir; su madre lo quiere de vuelta.


Como si existiese el perdón

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