Читать книгу Como si existiese el perdón - Mariana Travacio - Страница 17
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Una vuelta el Tano se puso añorante. Me contó que la quería mucho, a su esposa, la que tenía acá, y que un día no la encontró cuando volvió del trabajo. Que por eso se fue allá, donde vivíamos, porque por allá le dijeron que andaba.
El Tano llegó a nuestro pueblo para cuando se supo que mis padres ya no volverían. Me contó que ya estaba cansado de tanto recorrer esas tierras sin encontrarla, cuando vio los ojos de Pepa, la hija del viejo Antonio, y decidió quedarse. Me dijo que sus ojos eran muy parecidos a los de su mujer, que miraban fuerte. Y que a poco de llegar se encontró un día yendo a lo del viejo Antonio a encargarle una mesa: me fui para lo de Antonio a pedirle una mesa que no necesitaba.
Esa mesa inauguró el bar que después tuvo dos mesas, porque lo del Tano era así: tenía dos mesas que él sacaba afuera de día, temprano, y metía adentro de noche, muy tarde. Salvo la siesta, en las mesas del Tano pasaba todo. Pero esa primera mesa nunca fue por el bar. Fue por Pepa, la de los ojos que calmaban al Tano por la pura congoja que le daba haber perdido a su mujer. La hermana del Tano no se cansaba de decirme que era preciosa. Unos pelos lacios que le caían hasta la cintura y unos ojos negros que miraban como dagas. Eso había perdido el Tano, allá joven, y eso añoraba todavía.