Читать книгу Como si existiese el perdón - Mariana Travacio - Страница 25
Оглавление19
Tano, quiero volver. Era tan simple como decirle eso. Pero no me terminaba de salir. Se había instalado un silencio avieso entre nosotros. No podía ya concentrarme en nada que no fuera mi necesidad de volver. Pero el Tano me conocía mejor que nadie. Un día me dijo: Manoel, ¿por dónde andás? La pregunta me incomodó. O más bien me incomodó lo que traía: separarme del Tano. Me vencía la idea de dejarlo. De volver solo. Tuve que sincerarme: sin el Tano, no quería irme a ninguna parte. Tampoco podía seguir así, en silencio. Le sonreí, como si estuviera distraído, o como si eso no tuviera la menor importancia, y me mantuve callado. Pero el Tano era bravo: va mal la distancia, ¿eh? Apreté los labios, me costaba ocultar mi alivio: el Tano sabía; sin que yo se lo dijera, el Tano sabía. Asentí, vencido, pero mudo, solo con la cabeza. Me miró serio y me dijo: ya volveremos. Te prometo, Manoel, pronto volveremos.
Desde ese día aprendí a amansar el viento ese que me venía por dentro todas las mañanas, como si lo estuviera domando para más adelante, para cuando el Tano me dijera: ahora, Manoel, que el viento te empuje ahora.