Читать книгу Como si existiese el perdón - Mariana Travacio - Страница 15
Оглавление9
Cuando llegamos acá respirábamos agitados, como si los hermanos de Loprete nos fueran a alcanzar todavía. Eso nos duró mucho tiempo. Nos agarraba sobre todo de noche, cuando la hermana del Tano se iba a dormir y nos quedábamos a solas con nuestros recuerdos. El Tano nunca daba el brazo a torcer: yo le decía alguna cosa desde mi catre, para sacarle tema nomás, para dejar de pensar siempre en lo mismo, y el Tano giraba su cabeza, como para orientar mejor su balbuceo, y me decía: Manoel, es tarde ya, vamos a dormir. Yo dormía sobresaltado, incluso así me despertaba, con las tripas todavía apretadas por el susto, hasta que la hermana del Tano se nos aparecía cruzando el patio con sus patas largas, como si supiera cada día a qué hora abriríamos los ojos, con el mate en la mano, preguntándonos con su voz aguda si le ponía unas cáscaras de limón. Cuando le decíamos que sí, se iba derecho al limonero, dando esas zancadas decididas, caminando como si sus piernas fueran adelante y ella llegara siempre más atrás, y nos cebaba el mate hasta que el miedo aflojaba. Después de mi abuela, la hermana del Tano es lo más parecido a una madre que tuve. Y quizás el Tano fuera mi padre. Tenía un año cuando ya no supe de mi madre ni de mi padre. O supe. Lo poco que se decía en el pueblo. Lo poco que todos supieron por el viejo Antonio. Que mis padres habían ido a trabajar a un campo, para que yo tuviera. Y que de ahí ya no habían vuelto. Cuando murió mi abuela, el Tano me ofreció su casa. Me acuerdo muy bien de ese día: ¿te venís conmigo, Manoel? Yo tenía ocho años. La cama donde murió la abuela estaba desvencijada. El viejo Antonio la arregló: pronto serás un muchacho, Manoel, necesitarás una cama firme. Los vecinos metieron el resto de las cosas en dos bolsas. Así me mudé a lo del Tano: con esa cama y con las bolsas que los vecinos me dieron.