Читать книгу Como si existiese el perdón - Mariana Travacio - Страница 24

Оглавление

18


En esa época se me había dado por pensar cómo hubiese sido tener a mis padres conmigo.

Y no tanto a mi padre, porque el Tano lo había reemplazado de algún modo; pero madre, salvo mi abuela, no había tenido otra.

Se me daba por pensar, por ejemplo, que de haber tenido una madre, quizás me hubiese alimentado menos de ginebras y más de guisos, o de sopas. No sé por qué se me daba por pensar así: que una madre hacía guisos, o hacía sopas, y alimentaba a sus hijos con eso.

El Tano, en cambio, era escaso con la comida. Siempre se servía la mitad de lo que ponía en mi plato. Nunca lo vi con ánimo de comer demasiado. Más bien comía como si hubiese nacido con el estómago lleno. Se servía lo que tuviéramos, un caldo de gallina, o unas papas, o un arroz, y cuando terminaba de comer, apartaba enseguida el plato y después me miraba y me ofrecía una ginebra, o una caña, y ahí sí se le notaba la avidez. Bebía con un placer que le brillaba en esos ojos azules, a veces verdes, y se servía una o dos veces más, siempre con el mismo destello en esos ojos que parecían haber reencarnado una y mil veces. Porque así tenía los ojos, antiguos, como si detrás de ellos se escondieran mil vidas y él pudiera consultarlas todas cuando le viniera en gana.

Por eso no me extrañó, cuando la conocí a Luisa, que sus ojos también fueran azules y que miraran con la misma certidumbre.

Luisa tampoco sentía avidez por la comida, pero se preocupaba por alimentarme como si yo fuera un niño vacío al que había que rellenar por dentro.


Como si existiese el perdón

Подняться наверх